otro escrito que me encontré por ahí que me pareció interesante:
:: María del Mar Obando ::
Al hombre latinoamericano le dijeron que era feo y se lo creyó. Se lo insinuaron, primero sus hermanas, primas o amiguitas del barrio, desvistiendo a un ken que no se le parecía en nada.
Porque ese muñeco, por más que juegue de bronceado, no alcanza ninguna de las tonalidades café de un niño que creció jugando bajo nuestro cielo. Porque aquí, hasta al más blanco, el Sol le pintó alguna parte.
Y se hizo grande asomándose al espejo a ver a qué horas tenía el metro ochenta necesario para ser perfecto, las facciones que lo hicieran parecer más europeo. Porque, desde la conquista, ellos continúan siendo los guapos.Entonces, si por casualidad tenía los ojos claros, le faltaba la estatura; y si era rubio, su nariz de ñato revelaba un sello africano en el organismo.
Así que, su cuerpo compacto que combina posibilidades insólitas, nunca se ha sentido a gusto cuando va al cine o enciende la televisión por cable.Creo que, por eso, me encantaba jugar con mis primos a dispararle con agua a ese ideal de belleza plástica, mientras le gritábamos: ¡Muere, Ojos de piscina! El enojo de mi memoria antropológica lo demandaba.
Ya no los quiero matar. No tanto. Pero cuando alguno de esos cae de vacaciones por acá y me hace una mirada de “quiero contigo”, le respondo: Gracias, muy amable, pero te faltan veinte años de realismo mágico.Prefiero a ese hombre mestizo, al de acá, cuya belleza no respeta relación ni proporción.Si supiera que me encanta, como a muchas otras, cuando se me viene encima sin tanta moral cristiana y me acerca la lengua más exquisita de los cinco continentes, le duela a quien le duela.Pero él se siente feo porque una mujer se lo dijo.
Y no fue la europea, que paga por acomodarse en su cama; ni la gringa que lo besa sin importarle su acento. No. Se lo dijo la mujer latinoamericana, por esa mala costumbre de seguir despreciando lo que somos.Aunque cuando lea esto se moleste jurando que ella nunca los ha visto de mal modo.
:: María del Mar Obando ::
Al hombre latinoamericano le dijeron que era feo y se lo creyó. Se lo insinuaron, primero sus hermanas, primas o amiguitas del barrio, desvistiendo a un ken que no se le parecía en nada.
Porque ese muñeco, por más que juegue de bronceado, no alcanza ninguna de las tonalidades café de un niño que creció jugando bajo nuestro cielo. Porque aquí, hasta al más blanco, el Sol le pintó alguna parte.
Y se hizo grande asomándose al espejo a ver a qué horas tenía el metro ochenta necesario para ser perfecto, las facciones que lo hicieran parecer más europeo. Porque, desde la conquista, ellos continúan siendo los guapos.Entonces, si por casualidad tenía los ojos claros, le faltaba la estatura; y si era rubio, su nariz de ñato revelaba un sello africano en el organismo.
Así que, su cuerpo compacto que combina posibilidades insólitas, nunca se ha sentido a gusto cuando va al cine o enciende la televisión por cable.Creo que, por eso, me encantaba jugar con mis primos a dispararle con agua a ese ideal de belleza plástica, mientras le gritábamos: ¡Muere, Ojos de piscina! El enojo de mi memoria antropológica lo demandaba.
Ya no los quiero matar. No tanto. Pero cuando alguno de esos cae de vacaciones por acá y me hace una mirada de “quiero contigo”, le respondo: Gracias, muy amable, pero te faltan veinte años de realismo mágico.Prefiero a ese hombre mestizo, al de acá, cuya belleza no respeta relación ni proporción.Si supiera que me encanta, como a muchas otras, cuando se me viene encima sin tanta moral cristiana y me acerca la lengua más exquisita de los cinco continentes, le duela a quien le duela.Pero él se siente feo porque una mujer se lo dijo.
Y no fue la europea, que paga por acomodarse en su cama; ni la gringa que lo besa sin importarle su acento. No. Se lo dijo la mujer latinoamericana, por esa mala costumbre de seguir despreciando lo que somos.Aunque cuando lea esto se moleste jurando que ella nunca los ha visto de mal modo.