http://www.nacion.com/ln_ee/2009/noviembre/13/opinion2158106.html
Bueno, nada nuevo con esto, y quizás lo pongo un poco tarde, pero nunca está de más estudiar estas tragedias una y otra vez.
La cuestión más importante en este asunto y que aplica perfectamente en el mundo actual es la racionalización del odio en este tipo de conflictos; quizás para algunos pueda resultar ofensivo o falacioso, e incluso insensible, extender la tragedia y las características de la sociedad alemana antes de la segunda guerra mundial, a los fenómenos que observamos hoy en día con respecto a la nociva dosis de chovinismo en los discursos políticos que aun sigue siendo tolerada por la opinión pública; pero los signos y la forma de pensamiento siguen siendo prácticamente las mismos, solo que ahora con un lenguaje ligeramente modificado que sirve como coartada con respecto a un eventual paralelismo con el nazismo.
La esencia del pensamiento irracional sigue intacta con respecto a los discursos de pertenencia dentro de los estados nacionales, y como en aquella época, el odio viene primero y la justificación después, como siempre.
“La noche de los cristales rotos”
Presidente de Centro Israelita Sionista de Costa Rica
Para quienes nos preocupamos por conservar las tradiciones judías dentro de un marco de respeto a las otras identidades, es lamentable observar que siguen existiendo personas y grupos cuya principal misión es el irrespeto a los derechos humanos. El hecho de que todavía en nuestros días haya quienes son capaces de expresar públicamente su odio mediante la negación de la barbarie del pasado reciente, mueve a las comunidades judías del mundo a unirse para conmemorar acontecimientos muy dolorosos de nuestra historia, con el fin de impedir que la barbarie se repita.
La conmemoración de “La noche de los cristales rotos” el pasado martes 10 de noviembre es, para la comunidad judía, una actividad llena de dolor, una fecha en la cual se recuerda el inicio del irrespeto a la convivencia tranquila de nuestros antepasados con sus vecinos, con sus compañeros, con sus amigos de cualquier nacionalidad y de cualquier credo.
Hordas fanáticas. Aquella triste noche, incitadas por siniestros dirigentes políticos de Alemania, hordas de fanáticos atacaron a los judíos, irrumpiendo en sus hogares y sus negocios para destruir sus bienes materiales o despojarlos de ellos, para golpearlos, aislarlos y humillarlos, en un salvaje preludio de lo que vendría más tarde bajo el imperio del nazismo: destierro, explotación y aniquilación de millones de seres humanos por el solo hecho de ser judíos.
Aunque el alevoso ataque a los judíos no pudo ser una acción espontánea, sino el resultado de una premeditada organización, se hizo aparecer como su detonante el acto de un joven de 17 años, Herschel Grynszpan, residente en Francia, quien, enterado de las humillaciones que comenzaban a padecer sus padres y otros judíos en Alemania, mató a un funcionario de la embajada alemana en París.
Este hecho fue la justificación para las trágicas actuaciones de las turbas nazis durante las noches del 9 y el 10 de noviembre de 1938, reproducidas en Austria y Checoslovaquia; sin embargo, pese a lo evidentemente aislado del acto de Grynszpan, los instigadores de la insana represalia afirmaron que el joven judío era parte de un complot para acabar con la vida de Hitler.
Así, gracias al odio instigado por los eslóganes y mentiras del Gobierno alemán, las turbas destrozaron las vidrieras de los negocios, de las casas, de las escuelas y de las sinagogas de los judíos. Destrozaron todo lo que tenía relación con los judíos.
La Kristallnacht o “La noche de los vidrios rotos” fue un sufrimiento especial para 17.000 polacos de religión judía que habían vivido durante muchos años en Alemania. Fueron expulsados a Polonia sin que siquiera se les diera la oportunidad de llevarse sus identificaciones Los judíos reconocidos que se quedaron en Alemania no tenían derecho a trabajar en el sector público ni a ejercer sus profesiones en el sector privado.
Ruptura de vidas. Aquellas dos noches no solo significaron la ruptura de miles de cristales, sino también la de millones de vidas, pues a partir de entonces se endurecieron las medidas de restricción a los judíos implantadas por el nazismo y se inició el camino del suplico que llevaba a la Shoá.
Un año después sobrevino la Segunda Guerra Mundial y las medidas contra los judíos fueron llevadas a todos los territorios conquistados por el Tercer Reich, lo cual desembocó en el atroz asesinato de seis millones de nuestros hermanos.
Hoy podemos preguntamos si Herschel Grynszpan, quien irónicamente sobrevivió a la cárcel y no se sabe a ciencia cierta si falleció o no en la Shoá, pudo haber recapacitado antes de disparar y haber evitado aquellos terribles episodios. La respuesta es no. Su disparo fue solo una excusa del régimen nazi para desatar el odio que se venía alimentando con leyes antijudías desde principios de 1938, y la Kristallnacht permitió medir hasta qué punto los poblaciones de Alemania y de otros países amigos del régimen nazi estaban dispuestas a participar en el desalmado proyecto de aniquilar a los judíos.
Por eso, los cristales rotos hace 71 años permanecen en nuestra memoria colectiva como el momento terrible que llevó a la Shoá , y hoy debemos reflexionar y gritar desde el fondo del alma: Nunca más, nunca más. Queremos vivir en paz.
Bueno, nada nuevo con esto, y quizás lo pongo un poco tarde, pero nunca está de más estudiar estas tragedias una y otra vez.
La cuestión más importante en este asunto y que aplica perfectamente en el mundo actual es la racionalización del odio en este tipo de conflictos; quizás para algunos pueda resultar ofensivo o falacioso, e incluso insensible, extender la tragedia y las características de la sociedad alemana antes de la segunda guerra mundial, a los fenómenos que observamos hoy en día con respecto a la nociva dosis de chovinismo en los discursos políticos que aun sigue siendo tolerada por la opinión pública; pero los signos y la forma de pensamiento siguen siendo prácticamente las mismos, solo que ahora con un lenguaje ligeramente modificado que sirve como coartada con respecto a un eventual paralelismo con el nazismo.
La esencia del pensamiento irracional sigue intacta con respecto a los discursos de pertenencia dentro de los estados nacionales, y como en aquella época, el odio viene primero y la justificación después, como siempre.