¡Qué fácil hacerlos felices!
Embajador ante la Unesco
Dime qué te hace feliz y te diré quién eres. Al macho tropical le basta con tres cosas para ingresar a su pequeño, misérrimo nirvana personal: “hembras” que saltar, plata para despilfarrar, y dosis tóxicas de futbol. Nada más. Así de simple es su vida.
Si tiene por ahí alguna queridilla que le esté recordando regularmente sus portentosos poderes viriles, plata habida a toda costa para no padecer la humillación de quedar excluido de la orgía consumista contemporánea, y su equipo de futbol ha ganado –no importa cuán mediocremente– el partidillo de turno, entonces será feliz, plena e indeciblemente feliz.
Placeres mediocres. Hablo del macho tropical, pero quizás estoy generalizando. El perfil que acabo de trazar es muy específicamente costarricense. No me salgan con el cuento de que esta es una tendencia universal, o siquiera únicamente occidental.
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Muchas son las culturas –aunque nos parezca mentira– donde las prioridades existenciales del hombre son diferentes.
A ver, compañeros que me leen, seamos honestos: ¿cuántos de ustedes no se consideran plenamente colmados el día de pago, con triunfo de La Liga/Saprissa, y alguna “nueva hembrita” en su vasto o raquítico catálogo? ¿Añadimos quizás algunas “birrillas”, para configurar el cuadro de la perfecta beatitud? ¿Quién puede necesitar más que eso para ser feliz?
¡Y si tan siquiera estos tres componentes estuviesen medianamente tamizados! ¿A qué me refiero? A que quizás ese codiciado dinero fuese invertido en causas y proyectos nobles, o al menos razonables. A que tal vez esa necesidad de permanente seducción y esa saltadera de cama en cama obedeciera a la búsqueda de cierta forma de trascendencia, a la genuina sed de amor, a una voluntad de explorar la naturaleza erótica de la mujer. A que el futbol fuese vivido con intensidad, sí, con espíritu lúdicamente épico o bien estético, pero no como patología social, como una manera de materializar por medio de los triunfos de un equipo, la suma de sueños y victorias personales no realizados. Pero no: la plata, el sexo y el futbol están vividos en su forma más primaria.
Aires más puros. ¿No les da vergüenza, compañeros, tener un horizonte existencial tan limitado? Hay otras opciones viables, la posibilidad de respirar aires más puros, de aspirar a formas de vida más nobles y dilatadas. Y si las exploran, el dinero será más significativo, el sexo más interesante, y el futbol visto desde ángulos inéditos.
Pero la ignorancia tiene la ventaja-desventaja de ser su propia anestesia. Nadie echa de menos aquello que no conoce. Ya lo dijo Platón: detrás de toda mezquindad, de todo error, de toda estulticia, se esconde la ignorancia.
Se peca por ignorancia, se hace el mal por ignorancia, se condena uno a sí mismo a la estupidez por ignorancia.
Y quienes se confinan a sus claustrofóbicas celdas existenciales, lo hacen también por ignorancia. ¿Ignorancia de qué? De los mil otros lugares en los que se puede encontrar la felicidad. De que la plata, el sistemático salto de “hembras”, y el partido dominical son las tres únicas áreas que la sociedad y sus insidiosos aparatos ideológicos les han concedido para ser felices. Del hecho de que son ustedes esclavos y prisioneros que no tienen conciencia de serlo. ¿Que se dan ustedes por satisfechos con la sagrada tríada de la plata, el sexo y el futbol? Mala cosa, porque nada hay tan triste en el mundo como un presidiario que termina por amar su celda.
Piensen por lo menos en la modalidad de paraíso que quieren ustedes legarles a sus hijos, piensen en ese caudal de plata gastada en “birras” y “cabrillas”, y en los gritos demenciales frente a la pantalla cada vez que jueguen Saprissa y la Liga, y pregúntense si ahí, escondido entre los repliegues de la existencia, al alcance de la mano, no habrá, esperando ser descubierto, un mundo más bello, más noble, más puro.
Embajador ante la Unesco
Dime qué te hace feliz y te diré quién eres. Al macho tropical le basta con tres cosas para ingresar a su pequeño, misérrimo nirvana personal: “hembras” que saltar, plata para despilfarrar, y dosis tóxicas de futbol. Nada más. Así de simple es su vida.
Si tiene por ahí alguna queridilla que le esté recordando regularmente sus portentosos poderes viriles, plata habida a toda costa para no padecer la humillación de quedar excluido de la orgía consumista contemporánea, y su equipo de futbol ha ganado –no importa cuán mediocremente– el partidillo de turno, entonces será feliz, plena e indeciblemente feliz.
Placeres mediocres. Hablo del macho tropical, pero quizás estoy generalizando. El perfil que acabo de trazar es muy específicamente costarricense. No me salgan con el cuento de que esta es una tendencia universal, o siquiera únicamente occidental.
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Muchas son las culturas –aunque nos parezca mentira– donde las prioridades existenciales del hombre son diferentes.
A ver, compañeros que me leen, seamos honestos: ¿cuántos de ustedes no se consideran plenamente colmados el día de pago, con triunfo de La Liga/Saprissa, y alguna “nueva hembrita” en su vasto o raquítico catálogo? ¿Añadimos quizás algunas “birrillas”, para configurar el cuadro de la perfecta beatitud? ¿Quién puede necesitar más que eso para ser feliz?
¡Y si tan siquiera estos tres componentes estuviesen medianamente tamizados! ¿A qué me refiero? A que quizás ese codiciado dinero fuese invertido en causas y proyectos nobles, o al menos razonables. A que tal vez esa necesidad de permanente seducción y esa saltadera de cama en cama obedeciera a la búsqueda de cierta forma de trascendencia, a la genuina sed de amor, a una voluntad de explorar la naturaleza erótica de la mujer. A que el futbol fuese vivido con intensidad, sí, con espíritu lúdicamente épico o bien estético, pero no como patología social, como una manera de materializar por medio de los triunfos de un equipo, la suma de sueños y victorias personales no realizados. Pero no: la plata, el sexo y el futbol están vividos en su forma más primaria.
Aires más puros. ¿No les da vergüenza, compañeros, tener un horizonte existencial tan limitado? Hay otras opciones viables, la posibilidad de respirar aires más puros, de aspirar a formas de vida más nobles y dilatadas. Y si las exploran, el dinero será más significativo, el sexo más interesante, y el futbol visto desde ángulos inéditos.
Pero la ignorancia tiene la ventaja-desventaja de ser su propia anestesia. Nadie echa de menos aquello que no conoce. Ya lo dijo Platón: detrás de toda mezquindad, de todo error, de toda estulticia, se esconde la ignorancia.
Se peca por ignorancia, se hace el mal por ignorancia, se condena uno a sí mismo a la estupidez por ignorancia.
Y quienes se confinan a sus claustrofóbicas celdas existenciales, lo hacen también por ignorancia. ¿Ignorancia de qué? De los mil otros lugares en los que se puede encontrar la felicidad. De que la plata, el sistemático salto de “hembras”, y el partido dominical son las tres únicas áreas que la sociedad y sus insidiosos aparatos ideológicos les han concedido para ser felices. Del hecho de que son ustedes esclavos y prisioneros que no tienen conciencia de serlo. ¿Que se dan ustedes por satisfechos con la sagrada tríada de la plata, el sexo y el futbol? Mala cosa, porque nada hay tan triste en el mundo como un presidiario que termina por amar su celda.
Piensen por lo menos en la modalidad de paraíso que quieren ustedes legarles a sus hijos, piensen en ese caudal de plata gastada en “birras” y “cabrillas”, y en los gritos demenciales frente a la pantalla cada vez que jueguen Saprissa y la Liga, y pregúntense si ahí, escondido entre los repliegues de la existencia, al alcance de la mano, no habrá, esperando ser descubierto, un mundo más bello, más noble, más puro.