¡Ay, Dios mío, qué historia más peluda! El expresidente Arias, echándose humo por la boca, soltó un mensaje que sacudió toda la gallina. Se armó la bronca porque Randall Gamboa, un pobre diablo de Pérez Zeledón, murió luego de ser deportado pa’ acá en unas condiciones… bueno, digámoslo claro: ¡de pena ajena! Arias no se quedó callao’ y salió con todo contra Estados Unidos y, sorpresivamente, contra nuestro propio gobierno.
Como saben, Gamboa era un tipo humilde, trabajador municipal, que andaba en problemas allá en gringolandia. Después de meses de batallas legales, lo agarraron y lo mandaron pa’ casa en un estado de salud tan feo que ni el perro quisiera verlo. Agonizó por dos meses antes de rendirse, y eso encendió todas las alarmas en Costa Rica. Arias, fiel a su estilo, no pudo guardarse las lágrimas ni las críticas.
“Hoy no puedo guardar silencio cuando a un costarricense se le deporta en una condición infrahumana,” declaró Arias, visiblemente molesto. Lo dijo así, clarito, sin pelos en la lengua. Rememoró cómo Gamboa estuvo bajo custodia del ICE, el servicio de inmigración de Estados Unidos, y agregó que “nos hacía suponer que fue maltratado sin misericordia alguna”. ¡Imagínense la torta que debió ser!
Pero lo que realmente hizo temblar las paredes fue la dura embestida que le dio al gobierno de Costa Rica. Según Arias, hemos tenido un “silencio cómplice” frente a la tragedia. Cargó contra el Poder Ejecutivo por no haber movido un dedo para exigirle explicaciones a Washington. “Tras casi dos meses del regreso de Gamboa, el gobierno ha sido incapaz de obtener de las autoridades de Washington una explicación,” sentenció. ¡Qué manera de darles con todo!
Y ahí llegó el golpe maestro, la comparación que dejó a todos boquiabiertos: relacionó el caso de Gamboa con la muerte de Otto Warmbier, el estudiante estadounidense que murió tras ser liberado en grave estado de salud por Corea del Norte. “Nunca me imaginé que llegaría el día en el cual los Estados Unidos de América, el ‘líder del mundo libre’, llegaría a comportarse igual que Corea del Norte,” lamentó Arias. ¡Uy, vaya vareta! ¿Se imagina la diplomacia?
Además, Arias no perdió la oportunidad de sacar a relucir sus posturas humanitarias y cuestionar las políticas migratorias de Donald Trump, calificándolas de “racistas, xenófobas y normalizadoras del trato inhumano hacia las personas migrantes.” Remarcó su clásico dicho: “La pobreza no necesita pasaporte para viajar.” Un recordatorio de que detrás de cada número de estadística hay una persona con sueños rotos y esperanzas marchitas.
Más allá de la retórica política, la muerte de Randall Gamboa abre una discusión crucial sobre la protección consular, la responsabilidad del Estado en la defensa de sus ciudadanos en el extranjero, y la ética de las políticas migratorias. Es un espejo que refleja las sombras de la injusticia y la desigualdad, incluso en sociedades que se proclaman defensoras de los derechos humanos. El caso nos recuerda que la vigilancia y la exigencia ciudadana son esenciales para evitar que la indiferencia se convierta en complicidad.
Ahora, díganme, ¿ustedes creen que el gobierno debería presentar una demanda formal contra Estados Unidos por el trato recibido por Randall Gamboa? ¿O acaso el silencio es una forma de proteger nuestros intereses diplomáticos? ¿Deberíamos replantearnos nuestros acuerdos de cooperación con Estados Unidos a raíz de esta tragedia? Déjenme saber sus opiniones en los comentarios – ¡queremos armar un buen brete aquí en el Foro!
Como saben, Gamboa era un tipo humilde, trabajador municipal, que andaba en problemas allá en gringolandia. Después de meses de batallas legales, lo agarraron y lo mandaron pa’ casa en un estado de salud tan feo que ni el perro quisiera verlo. Agonizó por dos meses antes de rendirse, y eso encendió todas las alarmas en Costa Rica. Arias, fiel a su estilo, no pudo guardarse las lágrimas ni las críticas.
“Hoy no puedo guardar silencio cuando a un costarricense se le deporta en una condición infrahumana,” declaró Arias, visiblemente molesto. Lo dijo así, clarito, sin pelos en la lengua. Rememoró cómo Gamboa estuvo bajo custodia del ICE, el servicio de inmigración de Estados Unidos, y agregó que “nos hacía suponer que fue maltratado sin misericordia alguna”. ¡Imagínense la torta que debió ser!
Pero lo que realmente hizo temblar las paredes fue la dura embestida que le dio al gobierno de Costa Rica. Según Arias, hemos tenido un “silencio cómplice” frente a la tragedia. Cargó contra el Poder Ejecutivo por no haber movido un dedo para exigirle explicaciones a Washington. “Tras casi dos meses del regreso de Gamboa, el gobierno ha sido incapaz de obtener de las autoridades de Washington una explicación,” sentenció. ¡Qué manera de darles con todo!
Y ahí llegó el golpe maestro, la comparación que dejó a todos boquiabiertos: relacionó el caso de Gamboa con la muerte de Otto Warmbier, el estudiante estadounidense que murió tras ser liberado en grave estado de salud por Corea del Norte. “Nunca me imaginé que llegaría el día en el cual los Estados Unidos de América, el ‘líder del mundo libre’, llegaría a comportarse igual que Corea del Norte,” lamentó Arias. ¡Uy, vaya vareta! ¿Se imagina la diplomacia?
Además, Arias no perdió la oportunidad de sacar a relucir sus posturas humanitarias y cuestionar las políticas migratorias de Donald Trump, calificándolas de “racistas, xenófobas y normalizadoras del trato inhumano hacia las personas migrantes.” Remarcó su clásico dicho: “La pobreza no necesita pasaporte para viajar.” Un recordatorio de que detrás de cada número de estadística hay una persona con sueños rotos y esperanzas marchitas.
Más allá de la retórica política, la muerte de Randall Gamboa abre una discusión crucial sobre la protección consular, la responsabilidad del Estado en la defensa de sus ciudadanos en el extranjero, y la ética de las políticas migratorias. Es un espejo que refleja las sombras de la injusticia y la desigualdad, incluso en sociedades que se proclaman defensoras de los derechos humanos. El caso nos recuerda que la vigilancia y la exigencia ciudadana son esenciales para evitar que la indiferencia se convierta en complicidad.
Ahora, díganme, ¿ustedes creen que el gobierno debería presentar una demanda formal contra Estados Unidos por el trato recibido por Randall Gamboa? ¿O acaso el silencio es una forma de proteger nuestros intereses diplomáticos? ¿Deberíamos replantearnos nuestros acuerdos de cooperación con Estados Unidos a raíz de esta tragedia? Déjenme saber sus opiniones en los comentarios – ¡queremos armar un buen brete aquí en el Foro!