¡Aguántense!, parece que Hacienda nos está dando un respiro. Después de años de andar batallando con la deuda pública, el Gobierno anunció este lunes datos fiscales que, bueno, se ven bastante chivitos. Estamos hablando de un superávit primario del 1.3% del PIB, una cifra que no veíamos desde hace buen rato, y la relación deuda/PIB bajando por debajo del temido umbral del 60%, quedando en un 59.2%. ¿Se imaginan qué significa esto para el bolsillo del tico?
Para entenderlo bien, vamos por partes. El superávit primario básicamente quiere decir que el gobierno recogió más plata de impuestos y otras fuentes que lo que gastó en funcionar –sueldos, servicios públicos, proyectos–, sin contar el pago de la deuda. Esto es importante porque demuestra que, a pesar de los desafíos económicos, el país está generando más recursos de los que necesita para operar día a día. Ese detalle es fundamental para tranquilizar a los mercados internacionales y a los inversionistas.
Pero la verdadera sorpresa viene con la disminución del pago de intereses. Resulta que estamos pagando significativamente menos intereses sobre nuestra deuda que el año pasado, gracias a los reacomodos que hizo la Tesorería Nacional. Esto es como si te compraran electrodomésticos a meses sin intereses; ganas un montón de lana extra que puedes usar en otras cosas. Según Hacienda, esta reducción se debe principalmente a los canjes de deuda y a encontrar mejores condiciones en los préstamos. ¡Qué ganga!
Los números hablan por sí solos: los ingresos totales alcanzaron los ¢5,58 billones (¡una suma considerable!), mientras que el gasto primario se mantuvo en ¢4,91 billones. Esta diferencia generó un déficit financiero total del 2,2% del PIB, una mejora notable con respecto al 2,7% del año anterior. Es decir, el país está administrando mejor sus recursos y reduciendo el agujero fiscal, poco a poco.
Ahora, claro, no todo es color de rosa. Aunque la relación deuda/PIB es positiva, el saldo nominal de la deuda sigue aumentando, llegando a los ¢30,2 billones. Eso suena a una cifra astronómica y lo es, pero hay que ponerla en perspectiva. Con el crecimiento económico que hemos visto últimamente, el peso relativo de esa deuda disminuye, lo cual es una señal alentadora. Es como tener una casa grande; aunque valga mucho, si tus ingresos también crecen, no te sientes tan agobiado.
Muchos analistas económicos señalan que este panorama podría cambiar la estrategia del Banco Central para combatir la inflación. Si tenemos más capacidad financiera, podríamos ser menos agresivos con las tasas de interés, lo cual beneficiaría a los emprendedores y a los consumidores. Además, esto abre la puerta a invertir más en áreas clave como educación, salud e infraestructura. ¡Imaginen qué maravillas podríamos hacerle al país con esos recursos extra!
Sin embargo, algunos economistas advierten que no hay que cantar victoria todavía. Señalan que la estabilidad fiscal depende de mantener las políticas económicas actuales y de evitar cambios drásticos que puedan poner en peligro el equilibrio presupuestario. También recuerdan que la deuda externa sigue siendo alta y que necesitamos seguir buscando formas de reducirla a largo plazo. Este brete requiere de madurez política y económica, y que todos pongamos nuestro granito de arena.
En fin, parece que Costa Rica está tomando aire. Los datos fiscales recientes son motivos de esperanza, pero también nos recuerdan que aún queda mucho camino por recorrer. ¿Ustedes creen que este superávit primario es sostenible a largo plazo, o será solo un espejismo? ¿Qué medidas deberían tomar el gobierno para consolidar estos avances y asegurar el bienestar de las futuras generaciones?
Para entenderlo bien, vamos por partes. El superávit primario básicamente quiere decir que el gobierno recogió más plata de impuestos y otras fuentes que lo que gastó en funcionar –sueldos, servicios públicos, proyectos–, sin contar el pago de la deuda. Esto es importante porque demuestra que, a pesar de los desafíos económicos, el país está generando más recursos de los que necesita para operar día a día. Ese detalle es fundamental para tranquilizar a los mercados internacionales y a los inversionistas.
Pero la verdadera sorpresa viene con la disminución del pago de intereses. Resulta que estamos pagando significativamente menos intereses sobre nuestra deuda que el año pasado, gracias a los reacomodos que hizo la Tesorería Nacional. Esto es como si te compraran electrodomésticos a meses sin intereses; ganas un montón de lana extra que puedes usar en otras cosas. Según Hacienda, esta reducción se debe principalmente a los canjes de deuda y a encontrar mejores condiciones en los préstamos. ¡Qué ganga!
Los números hablan por sí solos: los ingresos totales alcanzaron los ¢5,58 billones (¡una suma considerable!), mientras que el gasto primario se mantuvo en ¢4,91 billones. Esta diferencia generó un déficit financiero total del 2,2% del PIB, una mejora notable con respecto al 2,7% del año anterior. Es decir, el país está administrando mejor sus recursos y reduciendo el agujero fiscal, poco a poco.
Ahora, claro, no todo es color de rosa. Aunque la relación deuda/PIB es positiva, el saldo nominal de la deuda sigue aumentando, llegando a los ¢30,2 billones. Eso suena a una cifra astronómica y lo es, pero hay que ponerla en perspectiva. Con el crecimiento económico que hemos visto últimamente, el peso relativo de esa deuda disminuye, lo cual es una señal alentadora. Es como tener una casa grande; aunque valga mucho, si tus ingresos también crecen, no te sientes tan agobiado.
Muchos analistas económicos señalan que este panorama podría cambiar la estrategia del Banco Central para combatir la inflación. Si tenemos más capacidad financiera, podríamos ser menos agresivos con las tasas de interés, lo cual beneficiaría a los emprendedores y a los consumidores. Además, esto abre la puerta a invertir más en áreas clave como educación, salud e infraestructura. ¡Imaginen qué maravillas podríamos hacerle al país con esos recursos extra!
Sin embargo, algunos economistas advierten que no hay que cantar victoria todavía. Señalan que la estabilidad fiscal depende de mantener las políticas económicas actuales y de evitar cambios drásticos que puedan poner en peligro el equilibrio presupuestario. También recuerdan que la deuda externa sigue siendo alta y que necesitamos seguir buscando formas de reducirla a largo plazo. Este brete requiere de madurez política y económica, y que todos pongamos nuestro granito de arena.
En fin, parece que Costa Rica está tomando aire. Los datos fiscales recientes son motivos de esperanza, pero también nos recuerdan que aún queda mucho camino por recorrer. ¿Ustedes creen que este superávit primario es sostenible a largo plazo, o será solo un espejismo? ¿Qué medidas deberían tomar el gobierno para consolidar estos avances y asegurar el bienestar de las futuras generaciones?