¡Ay, pata negra! Resulta que el Banco Mundial sigue cantando las alabanzas de Puerto Cortés, Honduras, dejándonos con cara de pascua. Dicen que siguen siendo los número uno en el CA-4 y Belice en cuanto a eficiencia portuaria. Ya saben, el Container Port Performance Index (CPPI). Suena sofisticado, pero básicamente mide cuánto tiempo tardan las naves en entrar y salir del puerto. Más rápido, mejor; más lento… pues ahí le va, nos quedamos viendo cómo nos comen los hondureños.
La verdad, esto del CPPI nos ha dejado un saborcito amargo. Mientras Puerto Cortés se mantiene firme como roca ante cualquier tormenta global —pandemias, problemas en el Canal de Panamá, hasta la guerra en el Mar Rojo— nosotros, acá en Costa Rica, andamos batallando para mantenernos a flote. Claro, nuestro querido Puerto Moín-Limón se ubica como el más fuerte de la región centroamericana en 2024, pero si analizamos bien, estamos a años luz de la consistencia que muestra Puerto Cortés. Un CPPI de 47 y un ranking 66... ¡eso no es pa’ presumir!
Seamos honestos, ver que otros puertos de la región han sufrido retrocesos importantes mientras Puerto Cortés sigue avanzando a paso firme nos pone un poco nerviosos. No quiero sonar pesimista, pero necesitamos ponernos las pilas. Lo bueno es que este informe del Banco Mundial también nos da algunas pistas. Parece que la clave está en la estabilidad y la resiliencia. ¿Cómo hacen ellos para seguir funcionando a rajatabla incluso cuando el mundo se cae a pedazos?
Entendámonos, Puerto Cortés no es ninguna maravilla tecnológica. Tampoco tienen robots haciendo el trabajo. Simplemente parecen tener una operación muy bien organizada y eficiente. Eso sí, tenemos que admitirlo, han sabido manejar bien los golpes. Han demostrado una capacidad impresionante para adaptarse a los cambios y mantener su ritmo de trabajo constante. Algo que, digamos, no siempre hacemos tan bien por acá.
Ahora, no quiero dejar pasar la oportunidad de felicitar a nuestros amigos hondureños. Se lo han ganado. Han trabajado duro para mejorar su infraestructura y optimizar sus procesos. Además, han logrado crear un ambiente favorable para la inversión extranjera, lo cual les ha permitido modernizar sus instalaciones y capacitar a su personal. ¡Un aplauso para ellos! Aunque a algunos nos duela un poquito…
Pero ojo, no todo está perdido para nosotros. Nuestro Puerto Moín-Limón tiene mucho potencial. Tiene una ubicación estratégica y cuenta con una infraestructura moderna. Lo que necesitamos ahora es un plan claro y ambicioso para convertirlo en un verdadero motor de crecimiento económico. Invertir en tecnología, mejorar la capacitación de nuestros trabajadores y agilizar los trámites burocráticos son algunas de las medidas que podríamos tomar.
Y hablando de inversiones, resulta que Puerto Cortés ha atraído inversiones significativas en los últimos años. Esto les ha permitido ampliar sus instalaciones, adquirir nuevos equipos y mejorar sus servicios. También han implementado programas de responsabilidad social empresarial que benefician a las comunidades locales. Una fórmula que parece funcionar bastante bien, ¿no creen?
Así que la pregunta que me queda es esta, pura vaina: ¿Deberíamos copiarle a los hondureños y enfocarnos en la estabilidad y la eficiencia, dejando atrás nuestras ideas grandilocuentes y apostando por soluciones prácticas que realmente funcionen? ¿O seguimos buscando atajos mágicos que nunca llegan a buen término?
La verdad, esto del CPPI nos ha dejado un saborcito amargo. Mientras Puerto Cortés se mantiene firme como roca ante cualquier tormenta global —pandemias, problemas en el Canal de Panamá, hasta la guerra en el Mar Rojo— nosotros, acá en Costa Rica, andamos batallando para mantenernos a flote. Claro, nuestro querido Puerto Moín-Limón se ubica como el más fuerte de la región centroamericana en 2024, pero si analizamos bien, estamos a años luz de la consistencia que muestra Puerto Cortés. Un CPPI de 47 y un ranking 66... ¡eso no es pa’ presumir!
Seamos honestos, ver que otros puertos de la región han sufrido retrocesos importantes mientras Puerto Cortés sigue avanzando a paso firme nos pone un poco nerviosos. No quiero sonar pesimista, pero necesitamos ponernos las pilas. Lo bueno es que este informe del Banco Mundial también nos da algunas pistas. Parece que la clave está en la estabilidad y la resiliencia. ¿Cómo hacen ellos para seguir funcionando a rajatabla incluso cuando el mundo se cae a pedazos?
Entendámonos, Puerto Cortés no es ninguna maravilla tecnológica. Tampoco tienen robots haciendo el trabajo. Simplemente parecen tener una operación muy bien organizada y eficiente. Eso sí, tenemos que admitirlo, han sabido manejar bien los golpes. Han demostrado una capacidad impresionante para adaptarse a los cambios y mantener su ritmo de trabajo constante. Algo que, digamos, no siempre hacemos tan bien por acá.
Ahora, no quiero dejar pasar la oportunidad de felicitar a nuestros amigos hondureños. Se lo han ganado. Han trabajado duro para mejorar su infraestructura y optimizar sus procesos. Además, han logrado crear un ambiente favorable para la inversión extranjera, lo cual les ha permitido modernizar sus instalaciones y capacitar a su personal. ¡Un aplauso para ellos! Aunque a algunos nos duela un poquito…
Pero ojo, no todo está perdido para nosotros. Nuestro Puerto Moín-Limón tiene mucho potencial. Tiene una ubicación estratégica y cuenta con una infraestructura moderna. Lo que necesitamos ahora es un plan claro y ambicioso para convertirlo en un verdadero motor de crecimiento económico. Invertir en tecnología, mejorar la capacitación de nuestros trabajadores y agilizar los trámites burocráticos son algunas de las medidas que podríamos tomar.
Y hablando de inversiones, resulta que Puerto Cortés ha atraído inversiones significativas en los últimos años. Esto les ha permitido ampliar sus instalaciones, adquirir nuevos equipos y mejorar sus servicios. También han implementado programas de responsabilidad social empresarial que benefician a las comunidades locales. Una fórmula que parece funcionar bastante bien, ¿no creen?
Así que la pregunta que me queda es esta, pura vaina: ¿Deberíamos copiarle a los hondureños y enfocarnos en la estabilidad y la eficiencia, dejando atrás nuestras ideas grandilocuentes y apostando por soluciones prácticas que realmente funcionen? ¿O seguimos buscando atajos mágicos que nunca llegan a buen término?
