¡Dígame usté! Entre celebración, baile y esos güevitos de uva, hay una población que vive temblando más que un chancho en redil: nuestros peludos amigos. Sí, señor, mientras nosotros nos estamos echando unos brindis y botando fogonazos, los perros, gatos y hasta las aves están pasando por un verdadero brete emocional. Se pone feísimo, diay.
Cada fin de año es casi una sentencia para estos pobres animalitos. Pese a todas las leyes y campañas de concientización, la pólvora sigue resonando en cada esquina, convirtiendo lo que para nosotros es diversión en un infierno para ellos. Imagínese estar escuchando una banda de metal a todo volumen, constantemente, sin poder escapar. Eso es lo que viven, corazón.
Pero, ¿por qué los perros sufren tanto? Resulta que sus oídos son pura maravilla tecnológica. Escuchan frecuencias que nosotros ni nos imaginamos, y cada estallido de fuegos artificiales es como si le estuvieran dando un martillazo directo en el cerebro. A eso súmale las vibraciones que sienten en el piso, las partículas que flotan en el aire… ¡Una torta, diay!
Los expertos hablan de fonofobia, un término técnico pa’ describir ese miedo irracional y profundo a los ruidos fuertes. Algunos nacen con ella, otros la desarrollan con el tiempo, especialmente si ya han tenido experiencias negativas. No es que sean perros chillones, es que su sistema nervioso está funcionando a mil por hora, tratando de procesar esa avalancha de información sonora.
¿Y cómo sabemos si nuestro peludo está pasándolo mal? Bueno, fíjense si jadea sin parar, si tiembla como gelatina, si babea más de lo normal, si sus ojos están como platos o si simplemente desaparece debajo de la cama. En casos más extremos, puede tener ataques de pánico, perder el control, intentar huir y, en el peor de los casos, sufrir un colapso físico que requiere atención veterinaria urgente. ¡Qué sal!
Ahora, ¿qué podemos hacer nosotros para ayudar? Pues, primero, bajemos el volumen de la tele o pongamos música relajante. Segundo, créemle un refugio seguro, un lugar donde pueda sentirse protegido: una jaula tapada con una cobija mullidita, un closet oscuro, lo que sea que le dé tranquilidad. Tercero, ejercitemos al perro durante el día, que gaste energías jugando y corriendo para que llegue la noche cansadito y menos propenso a ponerse nervioso. ¡A darle maña!
Algunos dueños le ponen algodoncillos en los oídos, otros usan feromonas calmantes, o hasta venden unas vendas especiales que presionan suavemente el cuerpo del perro y supuestamente lo relajan. Lo importante es actuar con cariño y paciencia, porque el miedo no se va con gritos ni castigos. Al contrario, tranquilícenlo, háblele bajito, ofrézcale sus juguetes favoritos… ¡Transmítale seguridad, mae!
Así que, vamos a reflexionar un momento: ¿realmente vale la pena poner en riesgo la salud y el bienestar de nuestras mascotas por unos pocos minutos de euforia pirotécnica? Recordemos que ellos dependen totalmente de nosotros, de nuestro amor y protección. Y, dígame usté... ¿cree que deberían prohibir totalmente los fuegos artificiales en Costa Rica para proteger a los animales?
Cada fin de año es casi una sentencia para estos pobres animalitos. Pese a todas las leyes y campañas de concientización, la pólvora sigue resonando en cada esquina, convirtiendo lo que para nosotros es diversión en un infierno para ellos. Imagínese estar escuchando una banda de metal a todo volumen, constantemente, sin poder escapar. Eso es lo que viven, corazón.
Pero, ¿por qué los perros sufren tanto? Resulta que sus oídos son pura maravilla tecnológica. Escuchan frecuencias que nosotros ni nos imaginamos, y cada estallido de fuegos artificiales es como si le estuvieran dando un martillazo directo en el cerebro. A eso súmale las vibraciones que sienten en el piso, las partículas que flotan en el aire… ¡Una torta, diay!
Los expertos hablan de fonofobia, un término técnico pa’ describir ese miedo irracional y profundo a los ruidos fuertes. Algunos nacen con ella, otros la desarrollan con el tiempo, especialmente si ya han tenido experiencias negativas. No es que sean perros chillones, es que su sistema nervioso está funcionando a mil por hora, tratando de procesar esa avalancha de información sonora.
¿Y cómo sabemos si nuestro peludo está pasándolo mal? Bueno, fíjense si jadea sin parar, si tiembla como gelatina, si babea más de lo normal, si sus ojos están como platos o si simplemente desaparece debajo de la cama. En casos más extremos, puede tener ataques de pánico, perder el control, intentar huir y, en el peor de los casos, sufrir un colapso físico que requiere atención veterinaria urgente. ¡Qué sal!
Ahora, ¿qué podemos hacer nosotros para ayudar? Pues, primero, bajemos el volumen de la tele o pongamos música relajante. Segundo, créemle un refugio seguro, un lugar donde pueda sentirse protegido: una jaula tapada con una cobija mullidita, un closet oscuro, lo que sea que le dé tranquilidad. Tercero, ejercitemos al perro durante el día, que gaste energías jugando y corriendo para que llegue la noche cansadito y menos propenso a ponerse nervioso. ¡A darle maña!
Algunos dueños le ponen algodoncillos en los oídos, otros usan feromonas calmantes, o hasta venden unas vendas especiales que presionan suavemente el cuerpo del perro y supuestamente lo relajan. Lo importante es actuar con cariño y paciencia, porque el miedo no se va con gritos ni castigos. Al contrario, tranquilícenlo, háblele bajito, ofrézcale sus juguetes favoritos… ¡Transmítale seguridad, mae!
Así que, vamos a reflexionar un momento: ¿realmente vale la pena poner en riesgo la salud y el bienestar de nuestras mascotas por unos pocos minutos de euforia pirotécnica? Recordemos que ellos dependen totalmente de nosotros, de nuestro amor y protección. Y, dígame usté... ¿cree que deberían prohibir totalmente los fuegos artificiales en Costa Rica para proteger a los animales?