¡Ay, Dios mío! Parece que andamos dando vueltas como pez en redonda con este tema del cambio climático. Ya todos sabemos que el planeta está sudando la gota gorda, pero la movida sigue siendo prácticamente la misma: promesas vacías y poca acción concreta. La realidad es que el futuro de nuestros hijos y nietos –y el de toda la fauna y flora tica– depende de que le demos un empujón a esto con verdadero brío.
Como bien decía aquel filósofo griego (siempre con citas rimbombantes), “lo único constante es el cambio”, y vaya que tenemos que cambiar radicalmente cómo hacemos las cosas. Estamos hablando de un asunto serio, una emergencia global que nos afecta directamente aquí en Costa Rica, con nuestros bosques, playas y la rica biodiversidad que nos caracteriza. Pero parece que muchos prefieren seguir dándole largas al asunto, escondiéndose detrás de informes ASG que brillan más que acciones efectivas. ¡Una pena!
Las Naciones Unidas no paran de sonar las alarmas. Si no agarramos el toro por las astas, la temperatura mundial podría subir por encima de los 3°C, generando un daño irreparable a los ecosistemas. Para mantener ese aumento por debajo de los 2°C –o idealmente, 1.5°C– necesitamos una metamorfosis completa de nuestros sistemas de energía, industria, transporte, agricultura y hasta la manera en que comemos y consumimos. ¡Un brete!, sí señor, pero no imposible si ponemos todas las cartas sobre la mesa.
Y aquí viene la gran paradoja: reconocemos la gravedad de la situación, pero seguimos arrastrando los pies. El sector empresarial, especialmente, suele ver esto como algo lejano, un problema de largo plazo. Se habla de sostenibilidad en los reportes, se organizan eventos bonitos, pero las acciones que realmente marcan la diferencia se quedan varadas en medio de la charla hueca. ¡Qué carga! Nos adornamos con discursos ecológicos mientras seguimos quemando combustibles fósiles y tirando basura al mar.
Pero no todo está perdido, chunches. Hay destellos de esperanza, señales de que la marea está cambiando. Un estudio reciente del Pacto Mundial de Naciones Unidas y Accenture revela que casi todos los CEOs encuestados (el 98%, ni más ni menos) ven la sostenibilidad como algo crucial en su rol de líderes. Eso es un buen indicio, aunque a veces parezca que algunos se apuntan a la moda tardíamente. La ola avanza, y es hora de subirse.
Esa mayor conciencia se traduce en una expansión de los equipos de sostenibilidad dentro de las empresas, con profesionales cada vez más preparados y comprometidos. Sin embargo, a menudo estos equipos terminan metidos en tareas administrativas, sin aprovechar todo su potencial para impulsar cambios reales. ¡Qué despiche! Están ahí, listos para detonar la revolución verde, pero los encasillan en labores burocráticas.
Si tuviera que dar tres consejos a las empresas para que hagan la diferencia de verdad, empezaría por reinventar esos equipos de sostenibilidad. No se trata de dedicar un año entero a recopilar datos y llenar informes. Necesitamos meterles mano, llevarlos a conocer cada área de la organización, desde ingeniería hasta mantenimiento. Fomentar la colaboración interna, ser curiosos, aprender sobre materiales, cadenas de valor, eficiencia energética… ¡Que se pongan las pilas y desafíen a los demás a hacer más! Porque la sostenibilidad es responsabilidad de todos, pero los equipos de sostenibilidad tienen que ser los catalizadores.
Y lo segundo, superar esa mentalidad de competencia feroz y egoísmo. Claro, es bueno ser el primero en instalar paneles solares en el techo, pero ¿qué tal si apostamos por proyectos comunitarios de energía renovable que beneficien a más personas, incluso a nuestros competidores? Dejemos de gastar energías en acciones pequeñas y aisladas. El momento es de valientes, de quienes colaboran de verdad, aunque no aparezcan en las fotos. Además, recuerden que la inacción nos costará muchísimo más caro a largo plazo. Un informe reciente de EcoVadis demostró que la mayoría de las empresas norteamericanas mantienen o incrementan su inversión en sostenibilidad, pese a entornos políticos adversos. ¡Eso demuestra que hay consciencia! Así que, sumemos manos, busquemos aliados, y hagamos historia. ¿Será que tenemos el coraje de liderar el cambio antes de que el cambio nos obligue a bailar a su ritmo?
Como bien decía aquel filósofo griego (siempre con citas rimbombantes), “lo único constante es el cambio”, y vaya que tenemos que cambiar radicalmente cómo hacemos las cosas. Estamos hablando de un asunto serio, una emergencia global que nos afecta directamente aquí en Costa Rica, con nuestros bosques, playas y la rica biodiversidad que nos caracteriza. Pero parece que muchos prefieren seguir dándole largas al asunto, escondiéndose detrás de informes ASG que brillan más que acciones efectivas. ¡Una pena!
Las Naciones Unidas no paran de sonar las alarmas. Si no agarramos el toro por las astas, la temperatura mundial podría subir por encima de los 3°C, generando un daño irreparable a los ecosistemas. Para mantener ese aumento por debajo de los 2°C –o idealmente, 1.5°C– necesitamos una metamorfosis completa de nuestros sistemas de energía, industria, transporte, agricultura y hasta la manera en que comemos y consumimos. ¡Un brete!, sí señor, pero no imposible si ponemos todas las cartas sobre la mesa.
Y aquí viene la gran paradoja: reconocemos la gravedad de la situación, pero seguimos arrastrando los pies. El sector empresarial, especialmente, suele ver esto como algo lejano, un problema de largo plazo. Se habla de sostenibilidad en los reportes, se organizan eventos bonitos, pero las acciones que realmente marcan la diferencia se quedan varadas en medio de la charla hueca. ¡Qué carga! Nos adornamos con discursos ecológicos mientras seguimos quemando combustibles fósiles y tirando basura al mar.
Pero no todo está perdido, chunches. Hay destellos de esperanza, señales de que la marea está cambiando. Un estudio reciente del Pacto Mundial de Naciones Unidas y Accenture revela que casi todos los CEOs encuestados (el 98%, ni más ni menos) ven la sostenibilidad como algo crucial en su rol de líderes. Eso es un buen indicio, aunque a veces parezca que algunos se apuntan a la moda tardíamente. La ola avanza, y es hora de subirse.
Esa mayor conciencia se traduce en una expansión de los equipos de sostenibilidad dentro de las empresas, con profesionales cada vez más preparados y comprometidos. Sin embargo, a menudo estos equipos terminan metidos en tareas administrativas, sin aprovechar todo su potencial para impulsar cambios reales. ¡Qué despiche! Están ahí, listos para detonar la revolución verde, pero los encasillan en labores burocráticas.
Si tuviera que dar tres consejos a las empresas para que hagan la diferencia de verdad, empezaría por reinventar esos equipos de sostenibilidad. No se trata de dedicar un año entero a recopilar datos y llenar informes. Necesitamos meterles mano, llevarlos a conocer cada área de la organización, desde ingeniería hasta mantenimiento. Fomentar la colaboración interna, ser curiosos, aprender sobre materiales, cadenas de valor, eficiencia energética… ¡Que se pongan las pilas y desafíen a los demás a hacer más! Porque la sostenibilidad es responsabilidad de todos, pero los equipos de sostenibilidad tienen que ser los catalizadores.
Y lo segundo, superar esa mentalidad de competencia feroz y egoísmo. Claro, es bueno ser el primero en instalar paneles solares en el techo, pero ¿qué tal si apostamos por proyectos comunitarios de energía renovable que beneficien a más personas, incluso a nuestros competidores? Dejemos de gastar energías en acciones pequeñas y aisladas. El momento es de valientes, de quienes colaboran de verdad, aunque no aparezcan en las fotos. Además, recuerden que la inacción nos costará muchísimo más caro a largo plazo. Un informe reciente de EcoVadis demostró que la mayoría de las empresas norteamericanas mantienen o incrementan su inversión en sostenibilidad, pese a entornos políticos adversos. ¡Eso demuestra que hay consciencia! Así que, sumemos manos, busquemos aliados, y hagamos historia. ¿Será que tenemos el coraje de liderar el cambio antes de que el cambio nos obligue a bailar a su ritmo?
