¡Ay, Dios mío! Quién lo diría, mi pura vida. Nos estamos acercando a las elecciones del 2026 y el país está más que cargado de decisiones difíciles. Parece que estamos en medio de un brete gordo, tratando de ver qué rumbo vamos a tomar. Isabel Román, la jefa nueva del Estado de la Nación, le soltó la espiga sobre esto y, créeme, da pa’ pensar.
Según Román, tenemos tres caminos bien distintos. Primero, la senda del deterioro – seguir así como vamos, con la polarización echándose tremenda bronca y los problemas sin solución, como si fueran humo. Segundo, el “golpe de timón autoritario”: sacrificar nuestra democracia, esas cositas que nos hacen únicos, por un supuesto ‘desarrollo’ a costa del bienestar de la mayoría. ¡Menuda vara!
Y tercero, el más interesante pa’ mí: remodelar la democracia. Eso sí sería ponerle empeño, hacer los cambios necesarios para solucionar nuestros problemas y apuntarle al futuro, uno que nos recuerde por qué somos considerados un modelo de desarrollo humano. Pero ojo, mae, esto requiere que todos estemos despiertos y pongamos nuestro granito de arena, diay.
La verdad, el país anda medio salado últimamente. Román nos recuerda que nuestras políticas sociales, esas que nos ayudaban con la salud, la educación, la vivienda y hasta la cultura, están erosionándose poquito a poco. Y eso, mis queridos, es más grave que un pastel seco. Además, parece que la gente ya no le importa tanto votar, los partidos políticos tienen menos apoyo y la tensión social está por las nubes. ¡Qué torta!
Pero bueno, no todo es tan malo. Según el informe más reciente del Estado de la Nación, tuvimos un repunte económico bastante decente entre 2024 y 2025, el más grande desde la pandemia. Las estadísticas hablan de un crecimiento por encima del 4%, menos pobreza, menos desempleo e incluso más inversión social. ¡Qué chiva! Sin embargo, Román nos pone los pies en la tierra recordándonos que hay muchas fragilidades escondidas detrás de estos números bonitos.
Por ejemplo, este crecimiento económico depende mucho de las zonas francas, donde trabajan muchos extranjeros. Aunque generan buen dinero, gran parte de esas ganancias salen del país. En cambio, el sector interno, donde trabajamos la mayoría de nosotros – agricultores, constructores, turistas – no ha crecido al mismo ritmo. ¡Eso no es justo, chunche!
Y ni hablar de la pobreza, que ha bajado, pero gracias más al aumento del empleo informal y a que los hogares se han hecho más pequeños, que a la creación de trabajos dignos con buen salario. Román nos avisa que esta situación es “endebles”, “frágiles”, y que en cualquier momento puede cambiar drasticamente. Pa’ rematar, tenemos una crisis educativa terrible: ¡jóvenes de 15 años leyendo como de tercer grado! ¡Es un ataque directo a nuestro futuro!
Ahora, con todo esto en la mesa, ¿qué va a ser de nosotros? Román nos anima a no rendirnos y a renovar nuestro pacto democrático. Dice que tenemos que ser ciudadanos informados y críticos, especialmente en tiempos de noticias falsas y manipulación. Y me pregunto yo: ¿Estamos realmente dispuestos a asumir la responsabilidad de moldear el futuro de Costa Rica, o vamos a dejar que otros decidan por nosotros?
Según Román, tenemos tres caminos bien distintos. Primero, la senda del deterioro – seguir así como vamos, con la polarización echándose tremenda bronca y los problemas sin solución, como si fueran humo. Segundo, el “golpe de timón autoritario”: sacrificar nuestra democracia, esas cositas que nos hacen únicos, por un supuesto ‘desarrollo’ a costa del bienestar de la mayoría. ¡Menuda vara!
Y tercero, el más interesante pa’ mí: remodelar la democracia. Eso sí sería ponerle empeño, hacer los cambios necesarios para solucionar nuestros problemas y apuntarle al futuro, uno que nos recuerde por qué somos considerados un modelo de desarrollo humano. Pero ojo, mae, esto requiere que todos estemos despiertos y pongamos nuestro granito de arena, diay.
La verdad, el país anda medio salado últimamente. Román nos recuerda que nuestras políticas sociales, esas que nos ayudaban con la salud, la educación, la vivienda y hasta la cultura, están erosionándose poquito a poco. Y eso, mis queridos, es más grave que un pastel seco. Además, parece que la gente ya no le importa tanto votar, los partidos políticos tienen menos apoyo y la tensión social está por las nubes. ¡Qué torta!
Pero bueno, no todo es tan malo. Según el informe más reciente del Estado de la Nación, tuvimos un repunte económico bastante decente entre 2024 y 2025, el más grande desde la pandemia. Las estadísticas hablan de un crecimiento por encima del 4%, menos pobreza, menos desempleo e incluso más inversión social. ¡Qué chiva! Sin embargo, Román nos pone los pies en la tierra recordándonos que hay muchas fragilidades escondidas detrás de estos números bonitos.
Por ejemplo, este crecimiento económico depende mucho de las zonas francas, donde trabajan muchos extranjeros. Aunque generan buen dinero, gran parte de esas ganancias salen del país. En cambio, el sector interno, donde trabajamos la mayoría de nosotros – agricultores, constructores, turistas – no ha crecido al mismo ritmo. ¡Eso no es justo, chunche!
Y ni hablar de la pobreza, que ha bajado, pero gracias más al aumento del empleo informal y a que los hogares se han hecho más pequeños, que a la creación de trabajos dignos con buen salario. Román nos avisa que esta situación es “endebles”, “frágiles”, y que en cualquier momento puede cambiar drasticamente. Pa’ rematar, tenemos una crisis educativa terrible: ¡jóvenes de 15 años leyendo como de tercer grado! ¡Es un ataque directo a nuestro futuro!
Ahora, con todo esto en la mesa, ¿qué va a ser de nosotros? Román nos anima a no rendirnos y a renovar nuestro pacto democrático. Dice que tenemos que ser ciudadanos informados y críticos, especialmente en tiempos de noticias falsas y manipulación. Y me pregunto yo: ¿Estamos realmente dispuestos a asumir la responsabilidad de moldear el futuro de Costa Rica, o vamos a dejar que otros decidan por nosotros?