¡Ay, Dios mío, qué bronca! El 2025 va quedando atrás y la Cámara Nacional de Agricultura y Agroindustria (CNAA) lo calificó como un año para olvidar, mánguido. Parece que las cosas no le han ido bien al campo tico, entre lluvia, granizo y otras cosillas que agarraron desprevenido al pobre agricultor.
Según don Óscar Arias Moreira, presidente de la CNAA, las lluvias fueron el detonante inicial, afectando gravemente cosechas clave como el banano, la piña y hasta nuestro café, que es el corazón de este país. Pero eso no es todo, porque al principio del año, los precios de la verdura y la fruta andaban por las nubes, ¡qué sal!
Pero, como dice el refrán, «el río revuelto, ganancia del pescador», y parece que la ganancia no fue para nosotros, sino para los importadores. Resulta que, aprovechándose de la situación, inundaron el mercado local con productos baratos de afuera. ¡Una competencia desleal, brete! Desde México, Perú, Nicaragua y Chile, llegaron aguacates a precios que parecían regalados, llenándole el saco a unos pocos y dejándonos a nosotros comiendo migajas.
¿Se imaginan? Más de 17 mil toneladas de aguacate entraron al país desde esos lugares durante el 2025. ¡Diecisiete mil! En cuanto a la papa, el panorama no pinta mucho mejor; las importaciones crecieron un 62% en el primer semestre, llegando casi a ocho mil toneladas desde Estados Unidos y Canadá. La cebolla tampoco escapó a esta ola de importaciones baratas, cuadriplicando la cantidad traída del extranjero, con más de siete mil toneladas llegando de Nicaragua, Perú y nuevamente, Estados Unidos. ¡Qué manera de hundirnos!
Y el tipo de cambio, chunche que nunca nos deja tranquilos, tampoco ayudó en nada. Según don Óscar, la fluctuación del dólar ha complicado la vida a todos, tanto a los que exportan como a los que venden acá. Las empresas que mandan nuestros productos afuera tienen que lidiar con costos más altos, mientras que los productores locales se ven obligados a competir con precios imposibles.
Por supuesto, hay quien dirá que importar es bueno para el consumidor, que nos da variedad y opciones. Pero, ¿a qué precio? Estamos matando nuestra propia producción, perdiendo empleos en el campo y dependiendo cada vez más de otros países. Esto no puede seguir así, diay, porque al final, nos vamos a quedar sin nada propio, sin nuestra identidad, sin nuestro sabor.
Ahora, algunos argumentarán que esto es parte del libre comercio y que no podemos hacernos los dormidos. Claro que sí, pero también tenemos que defender a nuestros productores, exigir condiciones justas y buscar formas de fortalecer nuestro sector agrícola. Tenemos que apoyarlos, no dejar que se vayan al traste. Porque si el campo no produce, nadie come, mi pana.
Esta situación nos obliga a reflexionar sobre el futuro del agro tico. ¿Cómo podemos proteger a nuestros productores locales de la competencia desleal? ¿Será posible implementar medidas que fomenten la producción nacional y aseguren la seguridad alimentaria del país? ¿O estamos condenados a depender cada vez más de importaciones baratas que, a largo plazo, nos van a salir caras?
Según don Óscar Arias Moreira, presidente de la CNAA, las lluvias fueron el detonante inicial, afectando gravemente cosechas clave como el banano, la piña y hasta nuestro café, que es el corazón de este país. Pero eso no es todo, porque al principio del año, los precios de la verdura y la fruta andaban por las nubes, ¡qué sal!
Pero, como dice el refrán, «el río revuelto, ganancia del pescador», y parece que la ganancia no fue para nosotros, sino para los importadores. Resulta que, aprovechándose de la situación, inundaron el mercado local con productos baratos de afuera. ¡Una competencia desleal, brete! Desde México, Perú, Nicaragua y Chile, llegaron aguacates a precios que parecían regalados, llenándole el saco a unos pocos y dejándonos a nosotros comiendo migajas.
¿Se imaginan? Más de 17 mil toneladas de aguacate entraron al país desde esos lugares durante el 2025. ¡Diecisiete mil! En cuanto a la papa, el panorama no pinta mucho mejor; las importaciones crecieron un 62% en el primer semestre, llegando casi a ocho mil toneladas desde Estados Unidos y Canadá. La cebolla tampoco escapó a esta ola de importaciones baratas, cuadriplicando la cantidad traída del extranjero, con más de siete mil toneladas llegando de Nicaragua, Perú y nuevamente, Estados Unidos. ¡Qué manera de hundirnos!
Y el tipo de cambio, chunche que nunca nos deja tranquilos, tampoco ayudó en nada. Según don Óscar, la fluctuación del dólar ha complicado la vida a todos, tanto a los que exportan como a los que venden acá. Las empresas que mandan nuestros productos afuera tienen que lidiar con costos más altos, mientras que los productores locales se ven obligados a competir con precios imposibles.
Por supuesto, hay quien dirá que importar es bueno para el consumidor, que nos da variedad y opciones. Pero, ¿a qué precio? Estamos matando nuestra propia producción, perdiendo empleos en el campo y dependiendo cada vez más de otros países. Esto no puede seguir así, diay, porque al final, nos vamos a quedar sin nada propio, sin nuestra identidad, sin nuestro sabor.
Ahora, algunos argumentarán que esto es parte del libre comercio y que no podemos hacernos los dormidos. Claro que sí, pero también tenemos que defender a nuestros productores, exigir condiciones justas y buscar formas de fortalecer nuestro sector agrícola. Tenemos que apoyarlos, no dejar que se vayan al traste. Porque si el campo no produce, nadie come, mi pana.
Esta situación nos obliga a reflexionar sobre el futuro del agro tico. ¿Cómo podemos proteger a nuestros productores locales de la competencia desleal? ¿Será posible implementar medidas que fomenten la producción nacional y aseguren la seguridad alimentaria del país? ¿O estamos condenados a depender cada vez más de importaciones baratas que, a largo plazo, nos van a salir caras?