¡Ay, Dios mío! La verdad, uno se queda boquiabierto viendo qué le están haciendo al Golfo de Morrosquillo. Parece sacado de algún documental de National Geographic, pero en lugar de belleza virgen, ves cargones ambientales que te dan escalofríos. Esa zona, allá arriba en Colombia, que tanto promesas de turismo, pa’l final parece que solo les sirvió pa’ cargarle problemas a la gente y al planeta.
Si le preguntás a cualquier pescador de ahí, te va a contar historias que te ponen la piel de gallina. Antes era pura chamba tranquila, pescado fresco pa’ llevar a la mesa y un ambiente que te recargaba las pilas. Pero ahora, con esos proyectos mamarrachos y la ambición de algunos, el agua está turbia, el pez escaso y la vida, pues, diay, complicada.
El asunto es que ese golfo, aunque esté en Colombia, nos afecta a nosotros también, ¿eh? Somos parte del mismo Caribe, compartimos mares y, sobre todo, preocupamos por la salud de nuestros océanos. Ver cómo destruyen un ecosistema tan valioso debería hacernos reflexionar sobre nuestras propias prácticas y el tipo de “desarrollo” que estamos promoviendo acá en Costa Rica. No vaya a ser que terminemos con la misma vara.
Lo primero que te chocan son los efectos del calentamiento global, que ya ni sorprenden. Los corales, se van poniendo blancos como fantasmas, y los peces se espantan. Pero no solo eso, la cosa se pone peor con los vertidos de crudo, esos derrames que dejan manchas negras enormes y contaminan todo, tardando años en desaparecer. Ya saben, la marea negra no perdona y deja secuelas terribles en la cadena alimentaria. Uno se acuerda de Penca, allá en Guanacaste, y le da qué pensar.
Luego están las exploraciones sísmicas, unas explosiones bajo el agua que asustan a los peces y causan daños irreparables a los ecosistemas marinos. Imagínate, encontrar meros muertos flotando... no es un panorama lindo. Y ni hablar de la pesca de arrastre, que arrasa con todo lo que encuentra en el fondo marino, dejando un rastro de destrucción. Parece que a veces la gente olvida que el mar no es una alcancía ilimitada, sino un sistema delicado que necesita respeto y cuidado.
La tala de los manglares es otra herida abierta. Miles de hectáreas de estos bosques vitales, arrancadas para construir hoteles y centros turísticos. ¡Qué torta! Porque los manglares son esenciales para proteger la costa de la erosión, filtrar el agua y servir de refugio a innumerables especies. Al destruirlos, no solo estamos perdiendo biodiversidad, sino que estamos poniendo en peligro a las comunidades costeras.
Y como si fuera poco, también andan desviando ríos y arroyos, dejando lagunas sin agua y afectando la fertilidad del suelo. Han introducido búfalos, animalitos que no son nativos de la zona, que están pisoteando el ecosistema. Además, la acidez del océano aumenta, y especies invasoras llegan para echarle más leña al fuego. Todo esto combinado con el aumento del tráfico marítimo por la exportación de carbón, que contamina el aire y la tierra, y la ocupación ilegal de tierras que antes pertenecían a las comunidades locales… bueno, ¡qué despache!
Ahora, la pregunta que me quito de encima es esta: ¿Hasta dónde vamos a permitir que el afán de lucro prime sobre la salud del planeta y el bienestar de las comunidades? ¿Deberíamos exigir políticas más estrictas para proteger los ecosistemas marinos y apoyar iniciativas de desarrollo sostenible que respeten el medio ambiente y los derechos de los pueblos originarios, o simplemente seguiremos siendo espectadores ante la destrucción de nuestros tesoros naturales?
Si le preguntás a cualquier pescador de ahí, te va a contar historias que te ponen la piel de gallina. Antes era pura chamba tranquila, pescado fresco pa’ llevar a la mesa y un ambiente que te recargaba las pilas. Pero ahora, con esos proyectos mamarrachos y la ambición de algunos, el agua está turbia, el pez escaso y la vida, pues, diay, complicada.
El asunto es que ese golfo, aunque esté en Colombia, nos afecta a nosotros también, ¿eh? Somos parte del mismo Caribe, compartimos mares y, sobre todo, preocupamos por la salud de nuestros océanos. Ver cómo destruyen un ecosistema tan valioso debería hacernos reflexionar sobre nuestras propias prácticas y el tipo de “desarrollo” que estamos promoviendo acá en Costa Rica. No vaya a ser que terminemos con la misma vara.
Lo primero que te chocan son los efectos del calentamiento global, que ya ni sorprenden. Los corales, se van poniendo blancos como fantasmas, y los peces se espantan. Pero no solo eso, la cosa se pone peor con los vertidos de crudo, esos derrames que dejan manchas negras enormes y contaminan todo, tardando años en desaparecer. Ya saben, la marea negra no perdona y deja secuelas terribles en la cadena alimentaria. Uno se acuerda de Penca, allá en Guanacaste, y le da qué pensar.
Luego están las exploraciones sísmicas, unas explosiones bajo el agua que asustan a los peces y causan daños irreparables a los ecosistemas marinos. Imagínate, encontrar meros muertos flotando... no es un panorama lindo. Y ni hablar de la pesca de arrastre, que arrasa con todo lo que encuentra en el fondo marino, dejando un rastro de destrucción. Parece que a veces la gente olvida que el mar no es una alcancía ilimitada, sino un sistema delicado que necesita respeto y cuidado.
La tala de los manglares es otra herida abierta. Miles de hectáreas de estos bosques vitales, arrancadas para construir hoteles y centros turísticos. ¡Qué torta! Porque los manglares son esenciales para proteger la costa de la erosión, filtrar el agua y servir de refugio a innumerables especies. Al destruirlos, no solo estamos perdiendo biodiversidad, sino que estamos poniendo en peligro a las comunidades costeras.
Y como si fuera poco, también andan desviando ríos y arroyos, dejando lagunas sin agua y afectando la fertilidad del suelo. Han introducido búfalos, animalitos que no son nativos de la zona, que están pisoteando el ecosistema. Además, la acidez del océano aumenta, y especies invasoras llegan para echarle más leña al fuego. Todo esto combinado con el aumento del tráfico marítimo por la exportación de carbón, que contamina el aire y la tierra, y la ocupación ilegal de tierras que antes pertenecían a las comunidades locales… bueno, ¡qué despache!
Ahora, la pregunta que me quito de encima es esta: ¿Hasta dónde vamos a permitir que el afán de lucro prime sobre la salud del planeta y el bienestar de las comunidades? ¿Deberíamos exigir políticas más estrictas para proteger los ecosistemas marinos y apoyar iniciativas de desarrollo sostenible que respeten el medio ambiente y los derechos de los pueblos originarios, o simplemente seguiremos siendo espectadores ante la destrucción de nuestros tesoros naturales?