Diay, maes, no es por agüevados, pero la próxima vez que pidan una pizza o unas empanadas, piénsenlo dos veces. La vara es que últimamente las cocinas de algunos restaurantes de comida rápida se están pareciendo más a un campo minado que a un lugar de brete. ¡Y no es vara mía! La misma Cruz Roja tuvo que salir a tirar la advertencia después de dos incidentes que terminaron en una tragedia total. Un mae fallecido en San Rafael de Heredia y otro de 40 años peleando por su vida en el México, con quemaduras serias en la jupa y el cuello. Todo por la misma causa: un horno industrial que decidió hacer ¡PUM! en el peor momento. Francamente, ¡qué torta más grande!
Y es que uno se pone a leer el reporte de los cruzrojistas y se da cuenta de que esto no es un asunto de mala suerte cósmica. Según los que saben, el despiche casi siempre ocurre por una acumulación de gas. Imagínense el escenario: alguien abre la llave del gas de ese chunche gigante, se distrae un toque, y el gas se empieza a acumular en un espacio cerrado. Cuando por fin le meten el chispazo o el fósforo... diay, ocurre lo que los técnicos llaman una "deflagración". En tico puro y duro: una explosión violenta que manda a volar tapas de metal y quema todo a su paso. La recomendación de la Benemérita suena casi a sentido común: si abre el gas, mantenga las puertas del horno abiertas y no dure una vida en prenderlo. Pero parece que el sentido común es el menos común de los sentidos en algunos bretes.
Lo que más me duele de todo este asunto es la parte humana, obviamente. Qué sal la del pobre mae de Tibás, que estaba en su turno a medianoche, seguro pensando en irse a dormir, y termina en condición crítica en un hospital. O la del señor de Heredia, cuya jornada laboral terminó de la peor forma posible. Uno va al brete a ganarse la vida, a pulsearla para llevar el arroz y los frijoles a la casa, no para que un horno mal mantenido te arruine la existencia o te la quite del todo. Estas no son solo cifras en una noticia; son familias que se quedan sin un pilar, son proyectos de vida que se van al traste en un segundo por un accidente que, muy probablemente, se pudo haber evitado.
Aquí es donde la cosa se pone seria y hay que empezar a señalar responsables. La Cruz Roja lo dice clarito: la recomendación número uno es que estos equipos sean revisados periódicamente por expertos. Entonces, la pregunta del millón es: ¿se está haciendo? Porque si un horno explota por acumulación de gas, huele a que alguien, en algún punto de la cadena, se jaló una torta monumental. Ya sea el dueño del local por ahorrarse la plata del mantenimiento, o el empleado por falta de capacitación. No se puede tener un armatoste de esos, que funciona con gas a alta presión, y tratarlo como si fuera un microondas. Es una bomba de tiempo si no se le da el cuidado que requiere.
Al final, esta vara nos salpica a todos. Como clientes, porque entramos a esos lugares; y como sociedad, porque no podemos permitir que la gente vaya a su trabajo con el miedo de no volver. La advertencia de la Cruz Roja es un cañazo, una luz roja intermitente que nos dice que algo anda mal en las cocinas de muchos lugares. No podemos esperar a que la lista de fallecidos o heridos graves siga creciendo para tomar cartas en el asunto. Esto va más allá de un simple accidente; es un tema de seguridad laboral, de regulación y, sobre todo, de responsabilidad.
Y es que uno se pone a leer el reporte de los cruzrojistas y se da cuenta de que esto no es un asunto de mala suerte cósmica. Según los que saben, el despiche casi siempre ocurre por una acumulación de gas. Imagínense el escenario: alguien abre la llave del gas de ese chunche gigante, se distrae un toque, y el gas se empieza a acumular en un espacio cerrado. Cuando por fin le meten el chispazo o el fósforo... diay, ocurre lo que los técnicos llaman una "deflagración". En tico puro y duro: una explosión violenta que manda a volar tapas de metal y quema todo a su paso. La recomendación de la Benemérita suena casi a sentido común: si abre el gas, mantenga las puertas del horno abiertas y no dure una vida en prenderlo. Pero parece que el sentido común es el menos común de los sentidos en algunos bretes.
Lo que más me duele de todo este asunto es la parte humana, obviamente. Qué sal la del pobre mae de Tibás, que estaba en su turno a medianoche, seguro pensando en irse a dormir, y termina en condición crítica en un hospital. O la del señor de Heredia, cuya jornada laboral terminó de la peor forma posible. Uno va al brete a ganarse la vida, a pulsearla para llevar el arroz y los frijoles a la casa, no para que un horno mal mantenido te arruine la existencia o te la quite del todo. Estas no son solo cifras en una noticia; son familias que se quedan sin un pilar, son proyectos de vida que se van al traste en un segundo por un accidente que, muy probablemente, se pudo haber evitado.
Aquí es donde la cosa se pone seria y hay que empezar a señalar responsables. La Cruz Roja lo dice clarito: la recomendación número uno es que estos equipos sean revisados periódicamente por expertos. Entonces, la pregunta del millón es: ¿se está haciendo? Porque si un horno explota por acumulación de gas, huele a que alguien, en algún punto de la cadena, se jaló una torta monumental. Ya sea el dueño del local por ahorrarse la plata del mantenimiento, o el empleado por falta de capacitación. No se puede tener un armatoste de esos, que funciona con gas a alta presión, y tratarlo como si fuera un microondas. Es una bomba de tiempo si no se le da el cuidado que requiere.
Al final, esta vara nos salpica a todos. Como clientes, porque entramos a esos lugares; y como sociedad, porque no podemos permitir que la gente vaya a su trabajo con el miedo de no volver. La advertencia de la Cruz Roja es un cañazo, una luz roja intermitente que nos dice que algo anda mal en las cocinas de muchos lugares. No podemos esperar a que la lista de fallecidos o heridos graves siga creciendo para tomar cartas en el asunto. Esto va más allá de un simple accidente; es un tema de seguridad laboral, de regulación y, sobre todo, de responsabilidad.