Nov 13 | ottón solís. En 1989 cayó el Muro de Berlín. Ese mismo año Francis Fukuyama, consejero en el Gobierno Reagan, comenzó a escribir sobre lo que denominó el Fin de la Historia, sugiriendo, dentro de otras cosas, que había triunfado el fundamentalismo de mercado y que ese sería el modelo final y eterno. También ese año, el economista John Williamson lanzó el Consenso de Washington, una serie de reformas dirigidas a impulsar el neoliberalismo. Dentro de ellas sobresalían la privatización y la desregulación. Así, el triunfalismo condujo al extremismo y al dogmatismo, no solo en Washington, sino en muchos de nuestros países.
Casi 20 años después se derrumba Wall Street, precisamente debido a la excesiva liberalización. La caída de este otro Muro ha suscitado una avalancha de estatizaciones e intervenciones en las fuerzas del mercado, no en el de las blusas o el del maíz (algunos de esos mercados ya están bastante aislados de las fuerzas del mercado por medio de subsidios, cuotas o aranceles), sino que nada más y nada menos en el mercado estandarte del neoliberalismo: el financiero. Ello no solo ante el hecho de que el libre juego de la oferta y la demanda ha causado la crisis, sino, sobre todo, ante la certeza de que la solución de mercado tendría consecuencias catastróficas para la producción y el empleo.
El pensamiento sobre las mejores políticas de desarrollo ha oscilado entre el intervencionismo y el fundamentalismo de mercado. Desde la Gran Depresión hasta 1982 las políticas aceptadas por Washington, Naciones Unidas y desde Bretton Woods, por el FMI y el Banco Mundial, incluían la planificación, el proteccionismo industrializador, la acumulación de capital por medio de grandes proyectos (en energía, acero, electricidad, cemento, etc.), la ayuda financiera a los Gobiernos para financiar esos proyectos y un sistema cambiario, tributario y crediticio estructurado para promover sectores estratégicos y grupos prioritarios.
Con la crisis de deuda de México en 1982 se inicia la era del neoliberalismo y con la caída del Muro de Berlín, su época de oro. Desde entonces, se predica la liberalización de las fuerzas del mercado, el libre comercio, la privatización, el crédito privado externo como fuente de financiamiento del desarrollo y políticas cambiarias, crediticias y tributarias neutrales (escribimos ‘se predica' porque, en la práctica, tanto en Estados Unidos como en nuestros países, se crearon subsidios y transferencias masivas para sectores identificados como ganadores, donde siempre quedaron fuera las pequeñas y medianas empresas).
Así llegamos a la crisis financiera del 2008 que está obligando a otorgar al Estado un papel pivotal en la economía. ¡En pocas semanas George W. Bush ha desnudado la lentitud y pusilanimidad de Hugo Chávez cuando se trata de estatizar empresas! Las lecciones de estas oscilaciones conceptuales no deben ignorarse.
La primera es que no deben imitarse los errores cometidos por el neoliberalismo cuando cayó el comunismo, yéndonos al otro extremo y menos dando por muerta la economía norteamericana. Estados Unidos tiene tres virtudes que le permitirán recuperarse. Primero, una cultura y una institucionalidad que premia el trabajo duro, quizá el factor más importante para la fortaleza económica de un país.
Segundo, una vocación sin parangón por la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación. Y tercero, un pragmatismo oportuno en políticas públicas, demostrado, precisamente, por esas oscilaciones y esa capacidad para adoptar medidas, aunque estén en contraposición con sus prédicas previas.
De ahí que quienes quieran ahora apostar por populismos ineficientes no atinan. A lo que sí abre espacio la crisis financiera y las soluciones puestas en práctica, es al eclecticismo y a las políticas inclusivas y generadoras de movilidad social. Renace la posibilidad de colocar a la economía al servicio del ser humano y de causas éticas como la protección del medio ambiente, la equidad de género y el respeto a las minorías. También surge la esperanza de que en países como el nuestro el estudio de la realidad nacional sea el punto de partida para hacer propuestas, en contraposición a recetas, dogmas y políticas universales redactadas en otras latitudes.
La segunda lección es sobre las dimensiones del nacionalismo económico en los países avanzados. Ha sido evidente que Estados Unidos nunca ha tenido reparos para poner en práctica políticas contrarias a sus prédicas de mercado. Cuando se trata de proteger y fortalecer su agricultura o su industria automovilística, siderúrgica, farmacéutica, agroquímica o textilera, no hay dogmas que no esté dispuesto a violar.
Los TLC son esencialmente fórmulas legales para otorgar ventajas y garantías a sus empresas multinacionales. Ahora ante la crisis ha violado cuanto dogma neoliberal existe para garantizar la supervivencia de sus empresas en el campo de las finanzas. Este nacionalismo en un país exitoso no debe pasar por alto en un país como el nuestro, donde en los últimos lustros toda la prédica de mercado también se ha violentado, pero para otorgar subsidios y preferencias fiscales que han beneficiado sobre todo a empresas multinacionales.
La tercera lección que dejan estos vaivenes conceptuales es que un país no debería polarizarse por paradigmas que al final del día resultan de temporada , como las modas. Por ejemplo, en Costa Rica debe superarse la furia con que algunos han reaccionado porque se propongan cambios a un tratado de libre comercio cuyo sostén filosófico una vez más, en la práctica, está siendo cuestionado ahí mismo donde fue redactado. Que no les pase a algunos las de Teruo Nakamura, el soldado japonés escondido en Indonesia y encontrado en 1974 peleando una guerra que desde hacía casi 30 años su país ya no peleaba.
En fin, aprovechemos la crisis del fundamentalismo de mercado para retomar la tarea de construir unidos el futuro, sin divisionismos ni descalificaciones, sino focalizados únicamente en encontrar las fórmulas para mejorar la calidad de vida de la población.
Por Ottón Solís
Fuente:
http://www.elpregon.org/parentesis/100-perspectivas/790-la-caida-de-los-muros
Casi 20 años después se derrumba Wall Street, precisamente debido a la excesiva liberalización. La caída de este otro Muro ha suscitado una avalancha de estatizaciones e intervenciones en las fuerzas del mercado, no en el de las blusas o el del maíz (algunos de esos mercados ya están bastante aislados de las fuerzas del mercado por medio de subsidios, cuotas o aranceles), sino que nada más y nada menos en el mercado estandarte del neoliberalismo: el financiero. Ello no solo ante el hecho de que el libre juego de la oferta y la demanda ha causado la crisis, sino, sobre todo, ante la certeza de que la solución de mercado tendría consecuencias catastróficas para la producción y el empleo.
El pensamiento sobre las mejores políticas de desarrollo ha oscilado entre el intervencionismo y el fundamentalismo de mercado. Desde la Gran Depresión hasta 1982 las políticas aceptadas por Washington, Naciones Unidas y desde Bretton Woods, por el FMI y el Banco Mundial, incluían la planificación, el proteccionismo industrializador, la acumulación de capital por medio de grandes proyectos (en energía, acero, electricidad, cemento, etc.), la ayuda financiera a los Gobiernos para financiar esos proyectos y un sistema cambiario, tributario y crediticio estructurado para promover sectores estratégicos y grupos prioritarios.
Con la crisis de deuda de México en 1982 se inicia la era del neoliberalismo y con la caída del Muro de Berlín, su época de oro. Desde entonces, se predica la liberalización de las fuerzas del mercado, el libre comercio, la privatización, el crédito privado externo como fuente de financiamiento del desarrollo y políticas cambiarias, crediticias y tributarias neutrales (escribimos ‘se predica' porque, en la práctica, tanto en Estados Unidos como en nuestros países, se crearon subsidios y transferencias masivas para sectores identificados como ganadores, donde siempre quedaron fuera las pequeñas y medianas empresas).
Así llegamos a la crisis financiera del 2008 que está obligando a otorgar al Estado un papel pivotal en la economía. ¡En pocas semanas George W. Bush ha desnudado la lentitud y pusilanimidad de Hugo Chávez cuando se trata de estatizar empresas! Las lecciones de estas oscilaciones conceptuales no deben ignorarse.
La primera es que no deben imitarse los errores cometidos por el neoliberalismo cuando cayó el comunismo, yéndonos al otro extremo y menos dando por muerta la economía norteamericana. Estados Unidos tiene tres virtudes que le permitirán recuperarse. Primero, una cultura y una institucionalidad que premia el trabajo duro, quizá el factor más importante para la fortaleza económica de un país.
Segundo, una vocación sin parangón por la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación. Y tercero, un pragmatismo oportuno en políticas públicas, demostrado, precisamente, por esas oscilaciones y esa capacidad para adoptar medidas, aunque estén en contraposición con sus prédicas previas.
De ahí que quienes quieran ahora apostar por populismos ineficientes no atinan. A lo que sí abre espacio la crisis financiera y las soluciones puestas en práctica, es al eclecticismo y a las políticas inclusivas y generadoras de movilidad social. Renace la posibilidad de colocar a la economía al servicio del ser humano y de causas éticas como la protección del medio ambiente, la equidad de género y el respeto a las minorías. También surge la esperanza de que en países como el nuestro el estudio de la realidad nacional sea el punto de partida para hacer propuestas, en contraposición a recetas, dogmas y políticas universales redactadas en otras latitudes.
La segunda lección es sobre las dimensiones del nacionalismo económico en los países avanzados. Ha sido evidente que Estados Unidos nunca ha tenido reparos para poner en práctica políticas contrarias a sus prédicas de mercado. Cuando se trata de proteger y fortalecer su agricultura o su industria automovilística, siderúrgica, farmacéutica, agroquímica o textilera, no hay dogmas que no esté dispuesto a violar.
Los TLC son esencialmente fórmulas legales para otorgar ventajas y garantías a sus empresas multinacionales. Ahora ante la crisis ha violado cuanto dogma neoliberal existe para garantizar la supervivencia de sus empresas en el campo de las finanzas. Este nacionalismo en un país exitoso no debe pasar por alto en un país como el nuestro, donde en los últimos lustros toda la prédica de mercado también se ha violentado, pero para otorgar subsidios y preferencias fiscales que han beneficiado sobre todo a empresas multinacionales.
La tercera lección que dejan estos vaivenes conceptuales es que un país no debería polarizarse por paradigmas que al final del día resultan de temporada , como las modas. Por ejemplo, en Costa Rica debe superarse la furia con que algunos han reaccionado porque se propongan cambios a un tratado de libre comercio cuyo sostén filosófico una vez más, en la práctica, está siendo cuestionado ahí mismo donde fue redactado. Que no les pase a algunos las de Teruo Nakamura, el soldado japonés escondido en Indonesia y encontrado en 1974 peleando una guerra que desde hacía casi 30 años su país ya no peleaba.
En fin, aprovechemos la crisis del fundamentalismo de mercado para retomar la tarea de construir unidos el futuro, sin divisionismos ni descalificaciones, sino focalizados únicamente en encontrar las fórmulas para mejorar la calidad de vida de la población.
Por Ottón Solís
Fuente:
http://www.elpregon.org/parentesis/100-perspectivas/790-la-caida-de-los-muros