Maes, hay que hablar de una vara que está pasando en el corazón de nuestro sistema penitenciario y que, sinceramente, es para sentarse a llorar o a pegar un grito. Salió a la luz un informe de la Defensoría de los Habitantes sobre la sección de máxima seguridad en La Reforma, y vieran el despiche que se maneja ahí adentro. Esto va mucho más allá de "condiciones duras"; estamos hablando de un nivel de trato que roza lo inhumano y que debería darnos vergüenza como país.
Empecemos por lo más básico: la comida. Según el informe, el asunto es un asco total. Imagínense el cuadro: la pacha sale bien de la cocina, pero en el camino a los módulos, los oficiales de seguridad ponen las bandejas gigantes directamente en el suelo para revisarlas. Un suelo que, para más señas, no está limpio y por donde andan gatos merodeando como si nada. Luego, esa comida, ya fría y posiblemente contaminada, se la dan a los privados de libertad en bolsas plásticas o en tazas que no pueden lavar bien porque apenas les dan jabón. Y para rematar, la última comida del día la sirven a las 4 de la tarde. ¡Qué sal! Diay, no hay que ser un genio en nutrición para saber que eso es una receta para el desastre, un foco de enfermedades y, sobre todo, un trato indigno.
Pero la torta es mucho más grande. El informe detalla cómo, con una serie de directrices, les han ido quitando a los reclusos hasta el último chunche que les permitía mantener un mínimo de cordura y conexión con la realidad. Les prohibieron los relojes, ¡cualquier tipo de reloj! ¿Se imaginan no tener la más mínima noc फर्स्ट de qué hora es, día tras día? Eso genera una ansiedad brutal, sin mencionar los problemas para los que necesitan tomar medicamentos a horas específicas. Les quitaron los abanicos en celdas que son hornos, les quitaron los radios y televisores, cortando casi cualquier vínculo con el mundo exterior. Es un aislamiento sistemático que parece diseñado para quebrar a la gente, no para rehabilitarla.
Y es ahí donde todo el discurso de "reinserción social" se fue al traste. El Ministerio de Justicia no solo implementó estas medidas, sino que también suspendió TODOS los programas educativos. Cursos de alfabetización, escuela, colegio, hasta los programas de la UNED... todo cancelado. Además, limitaron el acceso a un solo libro y un solo cuaderno por persona. O sea, en lugar de fomentar la educación como una salida, la censuran. Le quitan a un mae la posibilidad de leer, de estudiar, de ejercitarse (porque hasta las pesas improvisadas les decomisaron), y básicamente lo condenan a ver el techo 24/7. Eso no es seguridad, eso es crueldad.
Claro, toda esta vara explotó mediáticamente porque uno de los testigos y víctimas en la investigación penal que abrió la Fiscalía es Celso Gamboa. Su nombre, para bien o para mal, pone los reflectores sobre un problema que afecta a casi 80 reclusos. Pero que no se nos olvide que esto no se trata de Gamboa, se trata de un sistema que está fallando miserablemente. Y para colmo de males, el Ministerio de Justicia sale con el cuento de que "no han sido notificados oficialmente" de la denuncia. Una respuesta que, más que aclarar, insulta la inteligencia. Es evidente que se jalaron una torta con estas medidas y ahora no saben cómo justificarlas.
Al final del día, este debate no es sobre si los presos "merecen" o no sufrir. Se trata de qué tipo de sociedad queremos ser. Una que entiende que las cárceles deberían buscar rehabilitar, o una que prefiere esconder su basura bajo la alfombra y aplicar castigos que violan los derechos humanos más básicos. La línea entre seguridad y tortura es muy delgada, y parece que en La Reforma la cruzaron hace rato. Por eso, abro el debate en el foro: Más allá de los nombres involucrados, ¿creen que estas condiciones son un fallo inevitable del sistema o una política de castigo intencional? ¿Dónde debería trazar Costa Rica la raya?
Empecemos por lo más básico: la comida. Según el informe, el asunto es un asco total. Imagínense el cuadro: la pacha sale bien de la cocina, pero en el camino a los módulos, los oficiales de seguridad ponen las bandejas gigantes directamente en el suelo para revisarlas. Un suelo que, para más señas, no está limpio y por donde andan gatos merodeando como si nada. Luego, esa comida, ya fría y posiblemente contaminada, se la dan a los privados de libertad en bolsas plásticas o en tazas que no pueden lavar bien porque apenas les dan jabón. Y para rematar, la última comida del día la sirven a las 4 de la tarde. ¡Qué sal! Diay, no hay que ser un genio en nutrición para saber que eso es una receta para el desastre, un foco de enfermedades y, sobre todo, un trato indigno.
Pero la torta es mucho más grande. El informe detalla cómo, con una serie de directrices, les han ido quitando a los reclusos hasta el último chunche que les permitía mantener un mínimo de cordura y conexión con la realidad. Les prohibieron los relojes, ¡cualquier tipo de reloj! ¿Se imaginan no tener la más mínima noc फर्स्ट de qué hora es, día tras día? Eso genera una ansiedad brutal, sin mencionar los problemas para los que necesitan tomar medicamentos a horas específicas. Les quitaron los abanicos en celdas que son hornos, les quitaron los radios y televisores, cortando casi cualquier vínculo con el mundo exterior. Es un aislamiento sistemático que parece diseñado para quebrar a la gente, no para rehabilitarla.
Y es ahí donde todo el discurso de "reinserción social" se fue al traste. El Ministerio de Justicia no solo implementó estas medidas, sino que también suspendió TODOS los programas educativos. Cursos de alfabetización, escuela, colegio, hasta los programas de la UNED... todo cancelado. Además, limitaron el acceso a un solo libro y un solo cuaderno por persona. O sea, en lugar de fomentar la educación como una salida, la censuran. Le quitan a un mae la posibilidad de leer, de estudiar, de ejercitarse (porque hasta las pesas improvisadas les decomisaron), y básicamente lo condenan a ver el techo 24/7. Eso no es seguridad, eso es crueldad.
Claro, toda esta vara explotó mediáticamente porque uno de los testigos y víctimas en la investigación penal que abrió la Fiscalía es Celso Gamboa. Su nombre, para bien o para mal, pone los reflectores sobre un problema que afecta a casi 80 reclusos. Pero que no se nos olvide que esto no se trata de Gamboa, se trata de un sistema que está fallando miserablemente. Y para colmo de males, el Ministerio de Justicia sale con el cuento de que "no han sido notificados oficialmente" de la denuncia. Una respuesta que, más que aclarar, insulta la inteligencia. Es evidente que se jalaron una torta con estas medidas y ahora no saben cómo justificarlas.
Al final del día, este debate no es sobre si los presos "merecen" o no sufrir. Se trata de qué tipo de sociedad queremos ser. Una que entiende que las cárceles deberían buscar rehabilitar, o una que prefiere esconder su basura bajo la alfombra y aplicar castigos que violan los derechos humanos más básicos. La línea entre seguridad y tortura es muy delgada, y parece que en La Reforma la cruzaron hace rato. Por eso, abro el debate en el foro: Más allá de los nombres involucrados, ¿creen que estas condiciones son un fallo inevitable del sistema o una política de castigo intencional? ¿Dónde debería trazar Costa Rica la raya?
