¡Ay, Dios mío! Aquí estamos otra vez, discutiendo si nos estamos volviendo unos paranoicos o si realmente hay un clima de intimidación política rampante en Costa Rica. El artículo del señor Gustavo Araya Martínez me puso pensando, claro, porque uno no puede negar que últimamente, la lengua aflojada por algunos personajes ha sido... peculiar. Pero, ¿es esto una campaña orquestada para asustarnos o simplemente el resultado de un sistema político quemado?
Parece sacado de una novela barata, ¿verdad? Un ambiente donde cuestionar ciertas decisiones gubernamentales te convierte en blanco de ataques mediáticos o incluso amenazas veladas. Recuerdo cuando mi abuela decía que “el que calla otorga”, y aunque siempre pensé que era un refrán anticuado, ahora me pregunto si hay una pizca de verdad ahí. La valentía de denunciar irregularidades debería estar premiada, no castigada con campañas de desprestigio.
Y no hablemos de las redes sociales, diay. Se han convertido en un ring de boxeo virtual donde cualquiera puede lanzar golpes bajos sin temor a represalias. Antes, un comentario crítico se podía discutir tomando café; ahora, te etiquetan en un post incendiario y listo, estás en la mira. Es como si la libertad de expresión se hubiera transformado en una licencia para insultar y acosar.
Claro, todos hemos oído la retórica habitual: 'la democracia está garantizada', 'hay libertad de prensa'. Pero, ¿realmente lo sentimos así en la piel? ¿Es fácil investigar a fondo temas sensibles sin sentir esa presión sutil, ese peso en el estómago que te dice que tal vez, tal vez, es mejor dejarlo pasar? Porque eso, mis amigos, huele a miedo, y el miedo nunca es bueno para una sociedad.
El caso del exministro Pérez, recuerdo, fue un ejemplo clarísimo. Las acusaciones eran fuertes, sí, pero la velocidad con la que se movieron ciertos medios para desacreditarlo, generó más preguntas que respuestas. Parecía que estaban protegiendo algo, y eso, en cualquier país, debería encender todas las alarmas rojas. Lo que pasó con él se fue al traste, sin llegar a tocar fondo.
Quizás sea que estamos exagerando, quizás la politización de todo es parte inherente de la vida pública. Pero el problema es que cuando el miedo empieza a influir en nuestras decisiones, perdemos algo esencial: nuestra capacidad de pensar críticamente y exigir cuentas a nuestros representantes. Nos convertimos en borregos obedientes, y eso, señores míos, es peligroso.
No quiero caer en el fatalismo ni en la conspiranoia. Creo firmemente en la resiliencia del pueblo costarricense, en nuestra capacidad de levantarnos ante la adversidad. Pero necesitamos despertar, quitar el velo de complacencia y empezar a exigir transparencia y rendición de cuentas. Tenemos que demostrarles que no somos unos miedosos, que podemos disentir sin temor a represalias.
En fin, este brete nos obliga a preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestra voz por un falso sentido de seguridad? ¿O vamos a levantar la cabeza y enfrentar estos desafíos con valentía, defendiendo los principios democráticos que tanto valoramos? ¡Díganme qué piensan, gente! ¿Creen que la intimidación política es una realidad palpable en Costa Rica hoy, o simplemente producto de nuestras propias inseguridades?
Parece sacado de una novela barata, ¿verdad? Un ambiente donde cuestionar ciertas decisiones gubernamentales te convierte en blanco de ataques mediáticos o incluso amenazas veladas. Recuerdo cuando mi abuela decía que “el que calla otorga”, y aunque siempre pensé que era un refrán anticuado, ahora me pregunto si hay una pizca de verdad ahí. La valentía de denunciar irregularidades debería estar premiada, no castigada con campañas de desprestigio.
Y no hablemos de las redes sociales, diay. Se han convertido en un ring de boxeo virtual donde cualquiera puede lanzar golpes bajos sin temor a represalias. Antes, un comentario crítico se podía discutir tomando café; ahora, te etiquetan en un post incendiario y listo, estás en la mira. Es como si la libertad de expresión se hubiera transformado en una licencia para insultar y acosar.
Claro, todos hemos oído la retórica habitual: 'la democracia está garantizada', 'hay libertad de prensa'. Pero, ¿realmente lo sentimos así en la piel? ¿Es fácil investigar a fondo temas sensibles sin sentir esa presión sutil, ese peso en el estómago que te dice que tal vez, tal vez, es mejor dejarlo pasar? Porque eso, mis amigos, huele a miedo, y el miedo nunca es bueno para una sociedad.
El caso del exministro Pérez, recuerdo, fue un ejemplo clarísimo. Las acusaciones eran fuertes, sí, pero la velocidad con la que se movieron ciertos medios para desacreditarlo, generó más preguntas que respuestas. Parecía que estaban protegiendo algo, y eso, en cualquier país, debería encender todas las alarmas rojas. Lo que pasó con él se fue al traste, sin llegar a tocar fondo.
Quizás sea que estamos exagerando, quizás la politización de todo es parte inherente de la vida pública. Pero el problema es que cuando el miedo empieza a influir en nuestras decisiones, perdemos algo esencial: nuestra capacidad de pensar críticamente y exigir cuentas a nuestros representantes. Nos convertimos en borregos obedientes, y eso, señores míos, es peligroso.
No quiero caer en el fatalismo ni en la conspiranoia. Creo firmemente en la resiliencia del pueblo costarricense, en nuestra capacidad de levantarnos ante la adversidad. Pero necesitamos despertar, quitar el velo de complacencia y empezar a exigir transparencia y rendición de cuentas. Tenemos que demostrarles que no somos unos miedosos, que podemos disentir sin temor a represalias.
En fin, este brete nos obliga a preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestra voz por un falso sentido de seguridad? ¿O vamos a levantar la cabeza y enfrentar estos desafíos con valentía, defendiendo los principios democráticos que tanto valoramos? ¡Díganme qué piensan, gente! ¿Creen que la intimidación política es una realidad palpable en Costa Rica hoy, o simplemente producto de nuestras propias inseguridades?