Coqueta
Forero Regular
La verdad: un antídoto para sentirnos mejor con nosotros mismos.
Ya lo decía Sigmund Freud, una de las etapas más impactantes en nuestras vidas es la niñez, por lo cual en la etapa adulta empezamos a manifestar traumas o situaciones que quedaron pendientes y de esa manera siempre estamos en constante redescubrimiento de nosotros mismos, por lo cual enfrentarnos a esos fantasmas del pasado nos provoca mucho miedo o dolor porque es precisamente ponernos de frente a ellos y decirles que si podemos ser felices a pesar de su existencia en nuestras vidas. La comunidad transexual vive en cierto modo esta etapa con mucha más relevancia porque es cuando empezamos a reconectar con una realidad que no se ajusta a nuestros deseos, y expectativas, como si fuéramos flores que necesitáramos mantenernos bellas y relucientes en medio de un campo de batalla.
La historia puede ser muy distinta pero nuestro sentimiento es compartido. Una niña que sentía miedo de ser ella misma, con la ilusión de llegar a su casa y jugar con sus muñequitas y ponerse zapatitos de princesa, tenía que recrear su mundo en medio de soldados de guerra, del color azul y de la amarga experiencia que era aguantar el no repetitivo que se convertía en un eco sin final. La madre en la cocina y el padre viendo partidos de futbol, pero ¿no es acaso un mundo que se modela de manera imponente ante nosotras? y que, jugando a escondidas con el chiquito más corpulento y varonil del centro para niños al cual ella asistía, simplemente lo recreaba diciendo: “Yo soy la mama” y sintiéndose una mujercita frágil y delicada al mismo tiempo que experimentaba su primer besito como una mujer a escondidas. No solo es recrear ese mundo, es entender de qué manera nuestra pequeña niña buscaba los espacios desesperadamente para liberarse del modelo opresor que la alejaba de sus sueños de poder ser una mujer sin ataduras.
La vida le enseno a nuestra bella y hermosa niña que amar el color rosado no estaba bien, que ir los sábados donde la prima Sofia para llegar con la ilusión de jugar con la barbie mas hermosa se apagaba al recibir al Ken porque al menos eso te hace “más hombre” o aun con más profundidad tener que jugar casita y nunca poder ser ni la hermanita porque ya esos roles me los ganaban aquellas mujercitas que tuvieron la dicha de nacer en el cuerpo acertado y simplemente aceptar que debía asumir un rol masculino, aunque por dentro me estaba calcinando esa idea. Jamás tuvo la oportunidad de desprender una sonrisa con aquellos labiecitos carnosos y rosaditos, con unos ojitos que pedían a gritos, reír y reír y que buscaban simplemente poder decir, soy muy feliz de haber nacido así tan delicada y suavecita.
Los trapos en la cabeza no podían faltar pero ¿no es acaso uno de los temas más dolorosos para nosotras?, tener que ir al peluquero y cortar nuestro pelito negro y brillante que ya casi cubría nuestra frentecita y que teníamos la ilusión que se convirtiera en un flequillo hermoso que se despeinara con el viento y que nos volviera más coquetitas, pero en realidad solo se escuchaba el sonido de la maquina en nuestras cabezas como un taladro que nos lastimaba al sentir como caían los cabellos al suelo y una lagrima recorriendo el cachetito porque nos mutilaron y nos convirtieron en peloncitas que no podían jugar con su cabello en medio de la tempestad. Y si, el trapo en la cabeza era una forma de sentirme más femenina y poner música de Shakira y Thalia como si fuera una artista que se presenta ante un público porque era la única forma de liberar la opresión, pero los ojos grandes y señaladores me apagaban la música y me quitaban el trapo como si la obra se hubiera desvanecido.
Cuando en la escuela no tenía ganas de salir porque mis compañeros me decían: “Hey playito! ahora si vas a entender que es ser hombre” y me tiraba al piso porque no me sabia defender a golpes, porque yo no sabía que era ser un hombre, yo lo solo sabía que era una flor y listo, y simplemente quería salir con una mochila rosada y esperando que su mamá o papa llegaran a recoger a esa niña mientras saltaba y las trencitas se movían con el ritmo de la felicidad al abrazar a sus padres. Las marcadas disputas entre los opresores y aquella niña que intentaba jugar cromos o suiza con sus compañeritas, la hacían sufrir y sentir un dolor interno, en medio de risas burlonas, esperando una zancadilla para caerse y estar allí por una hora llorando al ver la injusticia de los demás.
Los complejos escenarios en los cuales nos vemos involucradas nos hacen sentir aún más débiles porque al final solamente nos tenemos a nosotras mismas, por lo cual estamos en constante lucha y nos volvemos tan fuertes frente al rechazo y la opresión que llegamos a hacer mariposas que aun frente a la más fuerte tempestad sobrevivimos. También siempre esperamos que llegue solo un hombre que no nos quiera ver solo a escondidas y que nos saque al mundo caminando por plena Avenida Central en San Jose sin importar las miradas de nadie. No asumo ninguna posición ideológica porque el feminismo me ha ensenado que podemos ser muy agresivas y eso nos desliga de la realidad que queremos vivir y no nos construye de manera eficaz crecer en medio del reproche y la disconformidad, sabiendo que podemos asumir nuestra vida de la manera que queramos amando y respetando nuestra identidad, pero también siendo felices y entregando amor a nuestro entorno.
La identidad femenina es casi una caricia para muchas porque no nos permite desarrollarla con plenitud sin tener que esconderse debajo de un disfraz para expresarla. Nuestro mayor alcance es robar el labial de nuestras mamas y ponernos sus tacones y andar como una mariposa revoloteando por doquier, sin pensar que mañana tenía que ponerme pantalones y tomar la mochila verde para ir a la escuela, sin poder decir yo no quiero eso, porque mi identidad estaba apagada y muy debilitada frente a toda esa imposición destructiva para mí. No obstante, aprendemos que esa identidad femenina va más allá de solo colocar un labial y ponerse una falda o un vestido, es un proceso que va de adentro hacia afuera que nos hace resonar en nuestros pechos, esa voz luchando y diciendo, soy una mujer y soy también un ser humano como cualquier otro, solo respétame tal y como soy y conocerás la magia y la bella luz de un ser humano sediento por dar amor.
Ser transexual no es solo llevar una vida llena de infortunios, es también gozar y darle gracias a la vida de los logros, para nosotras como mujeres y potenciar esos logros desde nuestra realidad para avanzar en un mundo que para unas puede ser muy hostil o para otras no tanto. Los logros como cambiar el nombre en mi cédula de identidad, poder dejarme crecer el cabello, poder llorar frente a mi mama y decirle con lágrimas en el rostro, no quiero quedarme sola, soy un ser humano como cualquier otro con deseos de ser feliz, lograr que mi papa me asuma como su hija y me diga, eres mi princesa, lograr tener mi trabajo que no sea solo prostituir mi cuerpo, tener mi terapia de reemplazo hormonal y poder salir a la calle sin miedo a que alguien me diga, ese es un hombre vestido de mujer porque salgo con la frente en alto de ver lo orgullosa que me siento de mi misma y poder proyectarlo sin miedo, todos estos logros alimentan esas ganas de querer seguir luchando por alcanzar mi propia felicidad y darme cuenta que hay una mujer más fortalecida para abrazar y cuidar a la niña interior que paso por todo aquello tan difícil.
Actualmente, todas tenemos nuestra propia literatura y guardamos recuerdos más amargos que felices y placenteros, sin embargo el perfil de una transexual en tiempos actuales se ha ido moldeando aún más, puesto que dentro de la comunidad LGTBIQ+ somos realmente una pequeña parte de ese colectivo y eso nos vuelve casi imperceptibles, pero el perfil aún se asocia mucho al tema de sexoservidoras y el morbo y la curiosidad incrementa aún más en espacios que no habían sido tan preponderantes para nosotras, como lo son los ambientes laborales. Las universidades, restaurantes, centros de recreación, porque fueron espacios que por muchos años estuvieron casi ausentes para nosotras y fue por la lucha de muchas activistas que muchas podemos gozar de esos beneficios y tener una vida digna como cualquier otro ser humano y poder expresar esa libertad de ser una mujer sin complicaciones, una mujer feliz y buscando siempre la vida plena que ha sonado alcanzar. Las transexuales no somos víctimas de ninguna opresión, solo somos seres humanos con una mochila más pesada que nos hace más fuertes y valientes, pero no somos víctimas como nos hace creer la historia y si bien es cierto por este camino han pasado muchas heroínas que han dejado sus lágrimas, sudor, sangre y sus fuerzas en la lucha o que fueron arrastradas y asesinadas de manera injusta por el sistema opresor, pero eso no es sinónimo de victimización, al contrario nos hace levantar nuestra mirada y corazones para representar a nuestra comunidad trans como un colectivo de mujeres valientes y luchadoras.
Ya lo decía Sigmund Freud, una de las etapas más impactantes en nuestras vidas es la niñez, por lo cual en la etapa adulta empezamos a manifestar traumas o situaciones que quedaron pendientes y de esa manera siempre estamos en constante redescubrimiento de nosotros mismos, por lo cual enfrentarnos a esos fantasmas del pasado nos provoca mucho miedo o dolor porque es precisamente ponernos de frente a ellos y decirles que si podemos ser felices a pesar de su existencia en nuestras vidas. La comunidad transexual vive en cierto modo esta etapa con mucha más relevancia porque es cuando empezamos a reconectar con una realidad que no se ajusta a nuestros deseos, y expectativas, como si fuéramos flores que necesitáramos mantenernos bellas y relucientes en medio de un campo de batalla.
La historia puede ser muy distinta pero nuestro sentimiento es compartido. Una niña que sentía miedo de ser ella misma, con la ilusión de llegar a su casa y jugar con sus muñequitas y ponerse zapatitos de princesa, tenía que recrear su mundo en medio de soldados de guerra, del color azul y de la amarga experiencia que era aguantar el no repetitivo que se convertía en un eco sin final. La madre en la cocina y el padre viendo partidos de futbol, pero ¿no es acaso un mundo que se modela de manera imponente ante nosotras? y que, jugando a escondidas con el chiquito más corpulento y varonil del centro para niños al cual ella asistía, simplemente lo recreaba diciendo: “Yo soy la mama” y sintiéndose una mujercita frágil y delicada al mismo tiempo que experimentaba su primer besito como una mujer a escondidas. No solo es recrear ese mundo, es entender de qué manera nuestra pequeña niña buscaba los espacios desesperadamente para liberarse del modelo opresor que la alejaba de sus sueños de poder ser una mujer sin ataduras.
La vida le enseno a nuestra bella y hermosa niña que amar el color rosado no estaba bien, que ir los sábados donde la prima Sofia para llegar con la ilusión de jugar con la barbie mas hermosa se apagaba al recibir al Ken porque al menos eso te hace “más hombre” o aun con más profundidad tener que jugar casita y nunca poder ser ni la hermanita porque ya esos roles me los ganaban aquellas mujercitas que tuvieron la dicha de nacer en el cuerpo acertado y simplemente aceptar que debía asumir un rol masculino, aunque por dentro me estaba calcinando esa idea. Jamás tuvo la oportunidad de desprender una sonrisa con aquellos labiecitos carnosos y rosaditos, con unos ojitos que pedían a gritos, reír y reír y que buscaban simplemente poder decir, soy muy feliz de haber nacido así tan delicada y suavecita.
Los trapos en la cabeza no podían faltar pero ¿no es acaso uno de los temas más dolorosos para nosotras?, tener que ir al peluquero y cortar nuestro pelito negro y brillante que ya casi cubría nuestra frentecita y que teníamos la ilusión que se convirtiera en un flequillo hermoso que se despeinara con el viento y que nos volviera más coquetitas, pero en realidad solo se escuchaba el sonido de la maquina en nuestras cabezas como un taladro que nos lastimaba al sentir como caían los cabellos al suelo y una lagrima recorriendo el cachetito porque nos mutilaron y nos convirtieron en peloncitas que no podían jugar con su cabello en medio de la tempestad. Y si, el trapo en la cabeza era una forma de sentirme más femenina y poner música de Shakira y Thalia como si fuera una artista que se presenta ante un público porque era la única forma de liberar la opresión, pero los ojos grandes y señaladores me apagaban la música y me quitaban el trapo como si la obra se hubiera desvanecido.
Cuando en la escuela no tenía ganas de salir porque mis compañeros me decían: “Hey playito! ahora si vas a entender que es ser hombre” y me tiraba al piso porque no me sabia defender a golpes, porque yo no sabía que era ser un hombre, yo lo solo sabía que era una flor y listo, y simplemente quería salir con una mochila rosada y esperando que su mamá o papa llegaran a recoger a esa niña mientras saltaba y las trencitas se movían con el ritmo de la felicidad al abrazar a sus padres. Las marcadas disputas entre los opresores y aquella niña que intentaba jugar cromos o suiza con sus compañeritas, la hacían sufrir y sentir un dolor interno, en medio de risas burlonas, esperando una zancadilla para caerse y estar allí por una hora llorando al ver la injusticia de los demás.
Los complejos escenarios en los cuales nos vemos involucradas nos hacen sentir aún más débiles porque al final solamente nos tenemos a nosotras mismas, por lo cual estamos en constante lucha y nos volvemos tan fuertes frente al rechazo y la opresión que llegamos a hacer mariposas que aun frente a la más fuerte tempestad sobrevivimos. También siempre esperamos que llegue solo un hombre que no nos quiera ver solo a escondidas y que nos saque al mundo caminando por plena Avenida Central en San Jose sin importar las miradas de nadie. No asumo ninguna posición ideológica porque el feminismo me ha ensenado que podemos ser muy agresivas y eso nos desliga de la realidad que queremos vivir y no nos construye de manera eficaz crecer en medio del reproche y la disconformidad, sabiendo que podemos asumir nuestra vida de la manera que queramos amando y respetando nuestra identidad, pero también siendo felices y entregando amor a nuestro entorno.
La identidad femenina es casi una caricia para muchas porque no nos permite desarrollarla con plenitud sin tener que esconderse debajo de un disfraz para expresarla. Nuestro mayor alcance es robar el labial de nuestras mamas y ponernos sus tacones y andar como una mariposa revoloteando por doquier, sin pensar que mañana tenía que ponerme pantalones y tomar la mochila verde para ir a la escuela, sin poder decir yo no quiero eso, porque mi identidad estaba apagada y muy debilitada frente a toda esa imposición destructiva para mí. No obstante, aprendemos que esa identidad femenina va más allá de solo colocar un labial y ponerse una falda o un vestido, es un proceso que va de adentro hacia afuera que nos hace resonar en nuestros pechos, esa voz luchando y diciendo, soy una mujer y soy también un ser humano como cualquier otro, solo respétame tal y como soy y conocerás la magia y la bella luz de un ser humano sediento por dar amor.
Ser transexual no es solo llevar una vida llena de infortunios, es también gozar y darle gracias a la vida de los logros, para nosotras como mujeres y potenciar esos logros desde nuestra realidad para avanzar en un mundo que para unas puede ser muy hostil o para otras no tanto. Los logros como cambiar el nombre en mi cédula de identidad, poder dejarme crecer el cabello, poder llorar frente a mi mama y decirle con lágrimas en el rostro, no quiero quedarme sola, soy un ser humano como cualquier otro con deseos de ser feliz, lograr que mi papa me asuma como su hija y me diga, eres mi princesa, lograr tener mi trabajo que no sea solo prostituir mi cuerpo, tener mi terapia de reemplazo hormonal y poder salir a la calle sin miedo a que alguien me diga, ese es un hombre vestido de mujer porque salgo con la frente en alto de ver lo orgullosa que me siento de mi misma y poder proyectarlo sin miedo, todos estos logros alimentan esas ganas de querer seguir luchando por alcanzar mi propia felicidad y darme cuenta que hay una mujer más fortalecida para abrazar y cuidar a la niña interior que paso por todo aquello tan difícil.
Actualmente, todas tenemos nuestra propia literatura y guardamos recuerdos más amargos que felices y placenteros, sin embargo el perfil de una transexual en tiempos actuales se ha ido moldeando aún más, puesto que dentro de la comunidad LGTBIQ+ somos realmente una pequeña parte de ese colectivo y eso nos vuelve casi imperceptibles, pero el perfil aún se asocia mucho al tema de sexoservidoras y el morbo y la curiosidad incrementa aún más en espacios que no habían sido tan preponderantes para nosotras, como lo son los ambientes laborales. Las universidades, restaurantes, centros de recreación, porque fueron espacios que por muchos años estuvieron casi ausentes para nosotras y fue por la lucha de muchas activistas que muchas podemos gozar de esos beneficios y tener una vida digna como cualquier otro ser humano y poder expresar esa libertad de ser una mujer sin complicaciones, una mujer feliz y buscando siempre la vida plena que ha sonado alcanzar. Las transexuales no somos víctimas de ninguna opresión, solo somos seres humanos con una mochila más pesada que nos hace más fuertes y valientes, pero no somos víctimas como nos hace creer la historia y si bien es cierto por este camino han pasado muchas heroínas que han dejado sus lágrimas, sudor, sangre y sus fuerzas en la lucha o que fueron arrastradas y asesinadas de manera injusta por el sistema opresor, pero eso no es sinónimo de victimización, al contrario nos hace levantar nuestra mirada y corazones para representar a nuestra comunidad trans como un colectivo de mujeres valientes y luchadoras.
