Esa tarde de repente se hizo bastante movida: una normal visita de control terminó en la sala de emergencias del hospital, ya que a mi esposa se le había roto la fuente. Yo tuve que quedar afuera mientras que ella fue llevada a la sección de maternidad, donde decidieron ponerle oxitocina para inducirle las contracciones y mantenerla en monitoreo. Compré un periódico y me senté a leer esperando ser llamado para poder acompañarla, ya que el parto iba a ser ese mismo día.
Ella me mantenía informado por mensajes, y un par de horas después me dijo que las contracciones habían empezao, y que la doctora había autorizado mi ingreso. Emocionado, recorrí con paso rápido los pasillos del hospital, anuncié al guarda que iba a subir porque iba a nacer mi hijo y empujé la puerta que daba acceso a la sección de maternidad. Torcí a la derecha y miré en cada uno de los salones, el llanto quedito de los recién nacidos y el parloteo suave de las mujeres parecía el canto de los grillos de noche, y no encontré a quién buscaba, el salón de monitoreo estaba a la izquierda. Las camas estaban resguardadas por gruesas cortinas, y en una encontré a mi esposa.
Estaba tranquila y sonriente, sin dolores, una vía con una solución de oxitocina en el brazo derecho. Un sensor monitoreaba el latido del corazón del bebé y la intensidad de las contracciones. Estuvimos hablando y bromeando, de vez en cuando una enfermera entraba y echaba un vistazo, o ajustaba la velocidad del goteo.
En la cama de al lado, una mujer empezó a quejarse a intervalos.
La aventura estaba empezando, en palabras de mi esposa "el viaje", y lo comparó con un trip de MDMA que tuvimos juntos hace un tiempo. Realmente los ojos le brillaban por la emoción, pero pensé que sin lugar a duda era también por la oxitocina. Esta hormona tiene cierto efecto euforizante con una dosis suficiente.
La mujer de al lado vomitó, empezó a gritar y llamó con voz temblorosa a la doctora, mi esposa dejó de reír y revoloteó los ojos dándose cuenta de que podía pasarle lo mismo más adelante.
Pasado un tiempo las contracciones habían aumentado, pero la experiencia era todavía muy tranquila, de hecho la enfermera se asombraba de que no sintiera molestias ni nada. Cuando vino la doctora mi esposa decidió ir al baño e yo también aproveché para hacer un receso, me aseguraron de que tenía todo el tiempo. Así que salí del hospital y fui a un restaurante donde pedí un arroz con mariscos y una cerveza. Comí con apetito y cuando salí del local mi esposa me mandó un mensaje pidiéndome volver, que los dolores habían empezado antes de lo previsto. Eran las seis y media de la tarde.
De vuelta en el salón el escenario había cambiado por completo, ella estaba sudorosa por el esfuerzo porque ya era hora de pujar con las contracciones. Con frecuencia se asomaba una enfermera. La doctora estaba ocupada con la muchacha de al lado, anunció: "Parto!" y se la llevó a la sala de parto acompañada de un par de enfermeras. Yo animaba a mi esposa y hablábamos en las pausas entre las contracciones. Desde el otro extremo de la sección de maternidad, donde se encontraba la sala de parto, llevó un alarido agudo.
La gráfica en el monitor indicaba contracciones cada vez más frecuentes e intensas, pero mi esposa reprimía estóicamente los quejidos hasta que a su vez fue llevada a la sala de parto. Pude acompañarla poniéndome un gorro, cubrezapatos y una bata.
Allí todo fue muy rápido, se acomodó, recibió un poco de anestesia y pujó lo más fuertes que podía, siguiendo las indicaciones de la doctora. Consideraba un reto personal no quejarse y así lo hizo, después recibió a su hijo en el pecho, llorando de emoción (al final no es tan dura como quiere hacer creer). Después las últimas operaciones, sacar la placenta, limpiar el bebé, medirlo y pesarlo, mientras la recién parida descansaba y comía un bocado de arroz con pescado que le ofrecieron.
Y por fin vino la dicha del merecido descanso con su hijo a la par, en uno de los salones de maternidad, mientras yo me despedía.
Ella me mantenía informado por mensajes, y un par de horas después me dijo que las contracciones habían empezao, y que la doctora había autorizado mi ingreso. Emocionado, recorrí con paso rápido los pasillos del hospital, anuncié al guarda que iba a subir porque iba a nacer mi hijo y empujé la puerta que daba acceso a la sección de maternidad. Torcí a la derecha y miré en cada uno de los salones, el llanto quedito de los recién nacidos y el parloteo suave de las mujeres parecía el canto de los grillos de noche, y no encontré a quién buscaba, el salón de monitoreo estaba a la izquierda. Las camas estaban resguardadas por gruesas cortinas, y en una encontré a mi esposa.
Estaba tranquila y sonriente, sin dolores, una vía con una solución de oxitocina en el brazo derecho. Un sensor monitoreaba el latido del corazón del bebé y la intensidad de las contracciones. Estuvimos hablando y bromeando, de vez en cuando una enfermera entraba y echaba un vistazo, o ajustaba la velocidad del goteo.
En la cama de al lado, una mujer empezó a quejarse a intervalos.
La aventura estaba empezando, en palabras de mi esposa "el viaje", y lo comparó con un trip de MDMA que tuvimos juntos hace un tiempo. Realmente los ojos le brillaban por la emoción, pero pensé que sin lugar a duda era también por la oxitocina. Esta hormona tiene cierto efecto euforizante con una dosis suficiente.
La mujer de al lado vomitó, empezó a gritar y llamó con voz temblorosa a la doctora, mi esposa dejó de reír y revoloteó los ojos dándose cuenta de que podía pasarle lo mismo más adelante.
Pasado un tiempo las contracciones habían aumentado, pero la experiencia era todavía muy tranquila, de hecho la enfermera se asombraba de que no sintiera molestias ni nada. Cuando vino la doctora mi esposa decidió ir al baño e yo también aproveché para hacer un receso, me aseguraron de que tenía todo el tiempo. Así que salí del hospital y fui a un restaurante donde pedí un arroz con mariscos y una cerveza. Comí con apetito y cuando salí del local mi esposa me mandó un mensaje pidiéndome volver, que los dolores habían empezado antes de lo previsto. Eran las seis y media de la tarde.
De vuelta en el salón el escenario había cambiado por completo, ella estaba sudorosa por el esfuerzo porque ya era hora de pujar con las contracciones. Con frecuencia se asomaba una enfermera. La doctora estaba ocupada con la muchacha de al lado, anunció: "Parto!" y se la llevó a la sala de parto acompañada de un par de enfermeras. Yo animaba a mi esposa y hablábamos en las pausas entre las contracciones. Desde el otro extremo de la sección de maternidad, donde se encontraba la sala de parto, llevó un alarido agudo.
La gráfica en el monitor indicaba contracciones cada vez más frecuentes e intensas, pero mi esposa reprimía estóicamente los quejidos hasta que a su vez fue llevada a la sala de parto. Pude acompañarla poniéndome un gorro, cubrezapatos y una bata.
Allí todo fue muy rápido, se acomodó, recibió un poco de anestesia y pujó lo más fuertes que podía, siguiendo las indicaciones de la doctora. Consideraba un reto personal no quejarse y así lo hizo, después recibió a su hijo en el pecho, llorando de emoción (al final no es tan dura como quiere hacer creer). Después las últimas operaciones, sacar la placenta, limpiar el bebé, medirlo y pesarlo, mientras la recién parida descansaba y comía un bocado de arroz con pescado que le ofrecieron.
Y por fin vino la dicha del merecido descanso con su hijo a la par, en uno de los salones de maternidad, mientras yo me despedía.