A Robert Vesco se le puede resumir como un brillante financiero, con el genio necesario para producir dinero, mucho dinero, al margen de la ley. Se le vincula durante los Setenta con varios escándalos millonarios, donde lo mismo participan respetables bancos suizos que un príncipe holandés. Su nombre, además de aparecer asociado a prominentes figuras del comercio mundial, que fueron debidamente enjaulados durante esos años Setenta, se vincula al escándalo de Watergate, y por si fuera poco, al tráfico de cocaína. Es así como Vesco se gana rápidamente el cartelito de “wanted”, pero a pesar de tener a medio mundo detrás, logra escapar de la justicia norteamericana recalando primero en Costa Rica, país que por entonces no tenía tratado de extradición con los Estados Unidos.
En Costa Rica, los millones de Vesco fueron determinantes para la campaña del presidente José Figueres. Pero en 1978 volvió a cambiar su suerte. Con Figueres depuesto aquello se hizo inseguro y otra vez Vesco salió a buscar refugio. Luego de un periplo por el Caribe, que incluyó a las islas de Nassau y Antigua, el fugitivo encontró las puertas abiertas en Nicaragua. Los hermanos Ortega le dieron la bienvenida a uno de los hombres más ricos del mundo de entonces, según la Revista Forbes, quizás con la esperanza de que sus grandes recursos financieros ayudaran a mitigar la colosal crisis que sufría el país. Por otra parte, el Comunismo parecía ser el mejor de los escudos para alejar a los inquisidores norteamericanos. Pero en esta ecuación los hermanos Castro Ruz obviamente son la variable de elección. Y ya para 1982, el célebre delincuente internacional estaba cómodamente instalado en Cuba, con un hermético dispositivo de seguridad a la altura de los más exigentes presidentes, primero en el lujoso Marina Hemingway, y luego en la no menos imponente barriada de Siboney.