¡Ay, papá! La Ruta 32, esa arteria que nos conecta con el Caribe y con el sustento de muchos negocios, otra vez nos dejó raspao'. Después de un cierre de 12 días, que parecían una eternidad, finalmente volvimos a ver carros pasando, pero el daño ya está hecho. Y vaya que está hecho, mae. Estamos hablando de una afectación económica que podría tardar años en recuperarse, si es que se recupera.
Como bien sabemos, la Ruta 32 siempre ha sido problemática, especialmente en temporada de lluvia. El Conavi maneja cifras de 24 cierres este año, la mayoría por caídas de material o medidas preventivas. Pero ni hablar de accidentes, ahí nadie los cuenta, ¿verdad? El MOPT, con toda la intención del mundo, dice que ya se acabaron los cierres nocturnos, pero nosotros aquí viendo cómo la naturaleza sigue haciendo de las suyas. Parece que los aguaceros y la falta de un buen sistema de drenaje siempre van a estar ahí para complicarnos la vida.
Recordemos aquel primer cierre del año, allá por febrero, cuando cayó material en el kilómetro 22, en medio del parque nacional Braulio Carrillo. Desde entonces, la lista de inconvenientes fue creciendo, con cierres preventivos, derrumbes... Agosto fue particularmente bravo, con tres cierres en apenas dos semanas. Y ni les cuento el cierre de casi 48 horas en septiembre, que dejó a todos desesperaos. Este cierre de noviembre, ese de los doce largos días, fue el pináculo de la tortura.
Imaginen la escena: una enorme roca amenazando con caerse en el kilómetro 31, poniendo en riesgo a carreteros y vehículos. Tuvieron que volar la roca, señores, ¡volar la roca!, y luego limpiar todo el material. Un proceso lento y costoso que, inevitablemente, impactó en la economía del país. Porque, seamos honestos, la Ruta 32 no es cualquier carretera; es la espina dorsal del comercio exterior de Costa Rica.
Otto Ortiz, el presidente de Canatrac, no se anda con rodeos: asegura que la situación llegó a ser “inmanejable e insostenible”. Y tiene razón, parce. Hay cargas de importaciones varadas en Limón, exportaciones que ya no pudieron salir a tiempo. La gente está perdiendo plata a mansalva, y eso no se puede negar. La Cámara de Comercio Exterior estima pérdidas de unos ¢500 millones diarios, lo que significa que en esos 12 días, hablamos de ¡¢6 mil millones! Una suma considerable que afecta a empresas grandes y pequeñas.
Y no solo Canatrac y Crecex están preocupados. Cadexco también reporta efectos negativos, calculando que el cierre afectó a más de 4.236 toneladas diarias de piña para exportación. Imaginen la frustración de esos productores que vieron sus frutos echarse a perder mientras estaban varados en Limón. No es fácil reponerse de esas pérdidas, amigos. Buscar rutas alternativas, como la 10 o por Ciudad Quesada, no es una solución viable porque tienen baja capacidad y son más riesgosas.
El MOPT dice que está haciendo estudios hidráulicos y de hidrología para encontrar soluciones permanentes, y eso suena lindo en papel. Pero resulta que un informe del Lanamme de setiembre pasado ya había identificado 132 puntos inestables en el tramo montañoso de la ruta, principalmente entre los kilómetros 17 y 35. Parece que los problemas eran conocidos de antemano, pero las soluciones tardan en llegar. Uno se pregunta qué estamos esperando para invertir en infraestructura seria y evitar estas crisis recurrentes. Esa vía necesita una mejora profunda, porque la situación actual es simplemente insostenible.
Después de todo esto, ¿ustedes creen que el gobierno realmente tomará medidas contundentes para solucionar los problemas de la Ruta 32, o seguiremos aguantando cierres inesperados y pérdidas económicas cada vez que llueva a cántaros? ¿Es posible lograr una inversión digna en la infraestructura vial para evitar estos escenarios futuros?
Como bien sabemos, la Ruta 32 siempre ha sido problemática, especialmente en temporada de lluvia. El Conavi maneja cifras de 24 cierres este año, la mayoría por caídas de material o medidas preventivas. Pero ni hablar de accidentes, ahí nadie los cuenta, ¿verdad? El MOPT, con toda la intención del mundo, dice que ya se acabaron los cierres nocturnos, pero nosotros aquí viendo cómo la naturaleza sigue haciendo de las suyas. Parece que los aguaceros y la falta de un buen sistema de drenaje siempre van a estar ahí para complicarnos la vida.
Recordemos aquel primer cierre del año, allá por febrero, cuando cayó material en el kilómetro 22, en medio del parque nacional Braulio Carrillo. Desde entonces, la lista de inconvenientes fue creciendo, con cierres preventivos, derrumbes... Agosto fue particularmente bravo, con tres cierres en apenas dos semanas. Y ni les cuento el cierre de casi 48 horas en septiembre, que dejó a todos desesperaos. Este cierre de noviembre, ese de los doce largos días, fue el pináculo de la tortura.
Imaginen la escena: una enorme roca amenazando con caerse en el kilómetro 31, poniendo en riesgo a carreteros y vehículos. Tuvieron que volar la roca, señores, ¡volar la roca!, y luego limpiar todo el material. Un proceso lento y costoso que, inevitablemente, impactó en la economía del país. Porque, seamos honestos, la Ruta 32 no es cualquier carretera; es la espina dorsal del comercio exterior de Costa Rica.
Otto Ortiz, el presidente de Canatrac, no se anda con rodeos: asegura que la situación llegó a ser “inmanejable e insostenible”. Y tiene razón, parce. Hay cargas de importaciones varadas en Limón, exportaciones que ya no pudieron salir a tiempo. La gente está perdiendo plata a mansalva, y eso no se puede negar. La Cámara de Comercio Exterior estima pérdidas de unos ¢500 millones diarios, lo que significa que en esos 12 días, hablamos de ¡¢6 mil millones! Una suma considerable que afecta a empresas grandes y pequeñas.
Y no solo Canatrac y Crecex están preocupados. Cadexco también reporta efectos negativos, calculando que el cierre afectó a más de 4.236 toneladas diarias de piña para exportación. Imaginen la frustración de esos productores que vieron sus frutos echarse a perder mientras estaban varados en Limón. No es fácil reponerse de esas pérdidas, amigos. Buscar rutas alternativas, como la 10 o por Ciudad Quesada, no es una solución viable porque tienen baja capacidad y son más riesgosas.
El MOPT dice que está haciendo estudios hidráulicos y de hidrología para encontrar soluciones permanentes, y eso suena lindo en papel. Pero resulta que un informe del Lanamme de setiembre pasado ya había identificado 132 puntos inestables en el tramo montañoso de la ruta, principalmente entre los kilómetros 17 y 35. Parece que los problemas eran conocidos de antemano, pero las soluciones tardan en llegar. Uno se pregunta qué estamos esperando para invertir en infraestructura seria y evitar estas crisis recurrentes. Esa vía necesita una mejora profunda, porque la situación actual es simplemente insostenible.
Después de todo esto, ¿ustedes creen que el gobierno realmente tomará medidas contundentes para solucionar los problemas de la Ruta 32, o seguiremos aguantando cierres inesperados y pérdidas económicas cada vez que llueva a cántaros? ¿Es posible lograr una inversión digna en la infraestructura vial para evitar estos escenarios futuros?