¡Ay, pata! Quién lo diría, parece que el bochecito económico del país se está estabilizando un poquito. Según Hacienda, el déficit financiero al cierre de julio llegó al 1,3% del Producto Interno Bruto (PIB). No es pa' salir corriendo a comprarse un Chunche nuevo, pero sí es una mejora si le comparamos con el año pasado, cuando estábamos peor, bien salados con un 1,8%.
La verdad, la cosa pinta un poco diferente. Resulta que tanto los ingresos fueron pa’ arriba –con un buen empujón de las contribuciones sociales y, vaya sorpresa, hasta los ingresos de capital disparándose– como los gastos se vieron obligados a bajar. Todo esto contribuyó a que la caída de los gastos totales fuera del 2,9%. Así que, aunque seguimos con números rojos, la tendencia parece ser hacia la calma, diay.
Pero ojo, porque la cifra sigue siendo considerable: ¢660 mil millones. Eso significa que gastamos unos ¢5 billones y solo recibimos ¢4.383 billones. Un brete, vamos. Aunque Hacienda se apresura a decirnos que estamos por debajo del promedio histórico, hay que ponerle atención al detalle, porque “por debajo” no quiere decir bien, ¿entienden?
Ahora, profundizando un poquito, vemos que el ingreso tributario creció un 2%, lo cual es decente. Las contribuciones sociales también hicieron su agosto, subiendo un 5,3%, y ahí nos levantamos un poquito el ánimo. Pero la verdadera sorpresa vino de los ingresos de capital, que crecieron un 115,7%! Me pregunto qué estará pasando ahí… ¿Será que alguien le metió camisa de fuerza a la evasión fiscal, o será otra maraña que tendremos que ir desenredando?
Respecto a los gastos, la gran noticia es que pagamos menos intereses de la deuda. En concreto, bajaron ¢105 mil millones, lo que representa una pequeña victoria en medio del embrollo. Buena parte de esa reducción se debió a que pagamos menos intereses por la deuda interna, la que siempre nos da más lata. Lo bueno es que la razón deuda/PIB, que es el indicador que todos andamos mirando, se redujo al 57,3%, después de haber llegado al 59,8% a finales del año pasado. Pa' quitarle presión al tema.
Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas, como dicen por acá. Aunque el gasto total ha disminuido un poquito, todavía estamos lejos de tener las finanzas bajo control. Además, hay que recordar que estos datos corresponden solo a julio, y sabemos que la economía puede cambiar rápido como el clima en Bagaces. Ese es el verdadero peligro, que nos confíen demasiado y luego nos llevemos una torta cuando llegue diciembre.
Y hablando de peligros, resulta que el gasto primario –el que no incluye los intereses de la deuda– también ha bajado, pero a un ritmo más lento. Está claro que el gobierno necesita seguir buscando formas de reducir los gastos, pero sin afectar los servicios públicos esenciales. Ahí viene el desafío, encontrar el equilibrio perfecto entre austeridad y bienestar social. Es una vara difícil, mae, muy difícil.
Entonces, ¿pa dónde va el barco? Por ahora, la cosa parece estar calmada, pero aún quedan muchas aguas revueltas por delante. Con todos estos datos y análisis, me queda una pregunta rondándome la cabeza: ¿Crees que el gobierno podrá mantener esta senda de estabilidad fiscal, o estamos ante una calma chicha antes de la tormenta?
La verdad, la cosa pinta un poco diferente. Resulta que tanto los ingresos fueron pa’ arriba –con un buen empujón de las contribuciones sociales y, vaya sorpresa, hasta los ingresos de capital disparándose– como los gastos se vieron obligados a bajar. Todo esto contribuyó a que la caída de los gastos totales fuera del 2,9%. Así que, aunque seguimos con números rojos, la tendencia parece ser hacia la calma, diay.
Pero ojo, porque la cifra sigue siendo considerable: ¢660 mil millones. Eso significa que gastamos unos ¢5 billones y solo recibimos ¢4.383 billones. Un brete, vamos. Aunque Hacienda se apresura a decirnos que estamos por debajo del promedio histórico, hay que ponerle atención al detalle, porque “por debajo” no quiere decir bien, ¿entienden?
Ahora, profundizando un poquito, vemos que el ingreso tributario creció un 2%, lo cual es decente. Las contribuciones sociales también hicieron su agosto, subiendo un 5,3%, y ahí nos levantamos un poquito el ánimo. Pero la verdadera sorpresa vino de los ingresos de capital, que crecieron un 115,7%! Me pregunto qué estará pasando ahí… ¿Será que alguien le metió camisa de fuerza a la evasión fiscal, o será otra maraña que tendremos que ir desenredando?
Respecto a los gastos, la gran noticia es que pagamos menos intereses de la deuda. En concreto, bajaron ¢105 mil millones, lo que representa una pequeña victoria en medio del embrollo. Buena parte de esa reducción se debió a que pagamos menos intereses por la deuda interna, la que siempre nos da más lata. Lo bueno es que la razón deuda/PIB, que es el indicador que todos andamos mirando, se redujo al 57,3%, después de haber llegado al 59,8% a finales del año pasado. Pa' quitarle presión al tema.
Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas, como dicen por acá. Aunque el gasto total ha disminuido un poquito, todavía estamos lejos de tener las finanzas bajo control. Además, hay que recordar que estos datos corresponden solo a julio, y sabemos que la economía puede cambiar rápido como el clima en Bagaces. Ese es el verdadero peligro, que nos confíen demasiado y luego nos llevemos una torta cuando llegue diciembre.
Y hablando de peligros, resulta que el gasto primario –el que no incluye los intereses de la deuda– también ha bajado, pero a un ritmo más lento. Está claro que el gobierno necesita seguir buscando formas de reducir los gastos, pero sin afectar los servicios públicos esenciales. Ahí viene el desafío, encontrar el equilibrio perfecto entre austeridad y bienestar social. Es una vara difícil, mae, muy difícil.
Entonces, ¿pa dónde va el barco? Por ahora, la cosa parece estar calmada, pero aún quedan muchas aguas revueltas por delante. Con todos estos datos y análisis, me queda una pregunta rondándome la cabeza: ¿Crees que el gobierno podrá mantener esta senda de estabilidad fiscal, o estamos ante una calma chicha antes de la tormenta?
