¡Ay, Dios mío! Esta vaineta que llegó desde España nos tiene a todos hablando. Resulta que una señora, Doña Paqui, le echó el dedo a su hijo después de quince años de cero contacto, quitándole la herencia. Quince años, ¡idiay!, eso es más tiempo que algunos amores.
La bronca, según cuentan los chismes, empezó cuando el hijito se afanó con una morrita y ahí se fue todo al diablo. Ya no mandaba señales, ni un mensajito de “hola, mami”. Ni siquiera si tenía huevitos, pa' que Doña Paqui supiera si era abuela. Un vacío tremendo, vamos. Según cuenta ella, después de varios intentos frustrados por contactarlo, decidió tomar cartas en el asunto y formalizar la herencia a su hija. Dice que así, si él no quiere tener nada que ver con ella, pues que no espere recibirle nada.
Este cuento salió a la luz cuando Doña Paqui lo contó en la tele. Una entrevista llena de nostalgia y de un poquito de coraje, porque aunque triste, estaba convencida de lo que hacía. Se veía que no le entraba pena, “si él no quiere nada de mí, entonces no necesita nada mío”, soltó con una tranquilidad que daba envidia. La gente anda comentando que seguramente el hijito se va a acordar ahora, con la herencia en juego. Pero bueno, dicen, “a río revuelto ganancia de pescadores”.
Pero este caso, además de chisme de familia, nos hace pensar en cosas más gordas, ¿eh? Aquí en Costa Rica, aunque somos panas y tenemos una cultura muy familiarista, hay casos parecidos. Varas rotas, silencios incómodos, gente que se aleja sin dar explicaciones. Y la ley, como sabemos, es clara: puedes desheredar a alguien si hay razones justificadas, como abandono, maltrato o injurias graves. Parece que quince años de silencio entran dentro de ese criterio, ¿no creen?
Los abogados de familia acá andan dando vueltas al tema, diciendo que estas situaciones son más comunes de lo que pensamos, pero que la mayoría se solucionan entre paredes, sin llegar a los estrados judiciales. Lo que demuestra lo difícil que es cortar esos lazos de sangre. Hay historias de padres que perdonan infidelidades, de hijos que regresan tras años de pelea... pero otras veces, la herida es demasiado profunda, y la única forma de sanar es alejándose, aunque duela mil veces.
Lo curioso es que Doña Paqui mantiene una relación excelente con su otra hija, la que sí recibió la herencia. Ahí sí hay comunicación, cariño, apoyo mutuo… Eso le da un toque agridulce al asunto. Como que a veces, la familia elegida vale más que la de nacimiento. Un consejo pa’ los que andan con problemas familiares: busquen apoyo donde lo encuentren, sean parientes de sangre o amigos de corazón. Porque al final, lo importante es sentirse queridos y valorados.
Más allá de las leyes y los derechos, este relato nos obliga a preguntarnos qué significa realmente ser familia. ¿Es compartir el mismo apellido? ¿Es estar presente en los momentos buenos y malos? ¿O es simplemente quererse y apoyarse incondicionalmente? Porque a veces, el lazo sanguíneo no es suficiente, y el silencio puede ser más dañino que cualquier reproche.
En fin, este caso de Doña Paqui nos deja pensando mucho. ¿Ustedes creen que, llegado el momento, estarían dispuestos a desheredar a un familiar por una causa similar? ¿Hasta dónde llega el derecho de cortar lazos cuando el dolor es insoportable? Déjennos sus opiniones en el foro, ¡queremos escucharlos!
La bronca, según cuentan los chismes, empezó cuando el hijito se afanó con una morrita y ahí se fue todo al diablo. Ya no mandaba señales, ni un mensajito de “hola, mami”. Ni siquiera si tenía huevitos, pa' que Doña Paqui supiera si era abuela. Un vacío tremendo, vamos. Según cuenta ella, después de varios intentos frustrados por contactarlo, decidió tomar cartas en el asunto y formalizar la herencia a su hija. Dice que así, si él no quiere tener nada que ver con ella, pues que no espere recibirle nada.
Este cuento salió a la luz cuando Doña Paqui lo contó en la tele. Una entrevista llena de nostalgia y de un poquito de coraje, porque aunque triste, estaba convencida de lo que hacía. Se veía que no le entraba pena, “si él no quiere nada de mí, entonces no necesita nada mío”, soltó con una tranquilidad que daba envidia. La gente anda comentando que seguramente el hijito se va a acordar ahora, con la herencia en juego. Pero bueno, dicen, “a río revuelto ganancia de pescadores”.
Pero este caso, además de chisme de familia, nos hace pensar en cosas más gordas, ¿eh? Aquí en Costa Rica, aunque somos panas y tenemos una cultura muy familiarista, hay casos parecidos. Varas rotas, silencios incómodos, gente que se aleja sin dar explicaciones. Y la ley, como sabemos, es clara: puedes desheredar a alguien si hay razones justificadas, como abandono, maltrato o injurias graves. Parece que quince años de silencio entran dentro de ese criterio, ¿no creen?
Los abogados de familia acá andan dando vueltas al tema, diciendo que estas situaciones son más comunes de lo que pensamos, pero que la mayoría se solucionan entre paredes, sin llegar a los estrados judiciales. Lo que demuestra lo difícil que es cortar esos lazos de sangre. Hay historias de padres que perdonan infidelidades, de hijos que regresan tras años de pelea... pero otras veces, la herida es demasiado profunda, y la única forma de sanar es alejándose, aunque duela mil veces.
Lo curioso es que Doña Paqui mantiene una relación excelente con su otra hija, la que sí recibió la herencia. Ahí sí hay comunicación, cariño, apoyo mutuo… Eso le da un toque agridulce al asunto. Como que a veces, la familia elegida vale más que la de nacimiento. Un consejo pa’ los que andan con problemas familiares: busquen apoyo donde lo encuentren, sean parientes de sangre o amigos de corazón. Porque al final, lo importante es sentirse queridos y valorados.
Más allá de las leyes y los derechos, este relato nos obliga a preguntarnos qué significa realmente ser familia. ¿Es compartir el mismo apellido? ¿Es estar presente en los momentos buenos y malos? ¿O es simplemente quererse y apoyarse incondicionalmente? Porque a veces, el lazo sanguíneo no es suficiente, y el silencio puede ser más dañino que cualquier reproche.
En fin, este caso de Doña Paqui nos deja pensando mucho. ¿Ustedes creen que, llegado el momento, estarían dispuestos a desheredar a un familiar por una causa similar? ¿Hasta dónde llega el derecho de cortar lazos cuando el dolor es insoportable? Déjennos sus opiniones en el foro, ¡queremos escucharlos!