En Costa Rica, la violencia doméstica se presenta como una de las problemáticas sociales más alarmantes, con un promedio de 136 mujeres solicitando medidas de protección diarias, según datos recientes. La cifra es escalofriante y refleja una realidad que no puede ni debe ser ignorada. Sin embargo, este escenario nos lleva a cuestionar: ¿qué pasa con los hombres que también sufren violencia en sus relaciones?
El enfoque tradicional sobre la violencia doméstica ha centrado su mirada en las mujeres, quienes, indiscutiblemente, son las principales víctimas. El número de solicitudes diarias de protección es solo un recordatorio de lo vulnerables que pueden llegar a estar. Estas mujeres, muchas veces invisibilizadas en su sufrimiento, encuentran en las medidas de protección una de las pocas formas de defensa ante sus agresores. Pero mientras las mujeres se arman de valor y denuncian, los hombres parecen optar por el silencio. Un silencio que no proviene solo del miedo, sino también de la vergüenza y del estigma social que los rodea.
En una sociedad que aún respira machismo en cada rincón, los hombres que sufren agresiones físicas y psicológicas por parte de sus parejas enfrentan un doble obstáculo: no solo deben lidiar con el trauma de la violencia, sino con el peso de la expectativa de "ser fuerte". Porque, en un mundo donde "los hombres no lloran", tampoco se les permite denunciar. Y quienes se atreven, terminan siendo objeto de burlas, cuestionamientos o, en el mejor de los casos, incredulidad.
Imaginemos por un momento lo que significa para un hombre, criado en un contexto machista, admitir que su pareja lo golpea o lo humilla. El hombre agredido no solo se enfrenta a su agresor, sino a una sociedad que le exige dureza. Y aquí es donde radica uno de los mayores problemas: el sistema de apoyo y las instituciones encargadas de recibir estas denuncias no están preparadas para afrontar este tipo de situaciones. Al hombre agredido no se le ofrece el mismo tipo de respaldo ni se le otorgan las mismas medidas de protección que a las mujeres. En la práctica, la sociedad pareciera no estar dispuesta a aceptar que ellos también son víctimas.
Mientras que las estadísticas de mujeres que buscan medidas de protección continúan en aumento, las cifras sobre hombres agredidos permanecen en las sombras. Según diversos estudios, se estima que los hombres representan alrededor de un 10% de las víctimas de violencia doméstica en Costa Rica, una cifra que probablemente es mucho mayor si consideramos a aquellos que nunca denuncian. El subregistro es evidente y peligroso.
Si los 136 casos diarios de mujeres impactan:
¿Cuántos hombres callan a diario, escondidos tras el telón del machismo y el miedo al ridículo?
El sistema judicial costarricense ofrece medidas de protección a las mujeres víctimas de violencia en el marco de la Ley de Penalización de la Violencia contra las Mujeres. Sin embargo, no hay una legislación similar que proteja a los hombres. Las denuncias de ellos son, muchas veces, tratadas con escepticismo, y los agresores femeninos no son vistos con la misma gravedad con la que se juzga a los hombres que ejercen violencia.
Las campañas de sensibilización social, en su mayoría, no abordan el tema de la violencia hacia el género masculino, perpetuando así un ciclo de silencio.
Es hora de que, como sociedad, nos preguntemos: ¿por qué los hombres agredidos no denuncian? La respuesta no es sencilla, pero está intrínsecamente relacionada con el machismo y las expectativas de género.
Los roles tradicionales asignados a los hombres como protectores, fuertes y controladores los colocan en una posición donde la víctima no tiene cabida.
Un hombre que es víctima de violencia no solo debe superar el miedo a su agresor, sino también el miedo a ser percibido como "débil" o "menos hombre".
Las instituciones y las campañas de prevención de la violencia deben tomar en cuenta esta realidad y trabajar hacia una mayor inclusión y protección para todas las víctimas, independientemente de su género. La violencia no discrimina, y el hecho de que más hombres no denuncien no significa que no exista. Es crucial abrir espacios de diálogo donde se normalice el hecho de que los hombres también pueden ser vulnerables y, más aún, que pueden pedir ayuda sin miedo a ser juzgados.
Al final del día, la violencia doméstica no debe ser vista como un problema exclusivamente de mujeres o de hombres, sino como una tragedia social que afecta a todos, independientemente de su género. El hecho de que haya un promedio de 136 solicitudes de medidas de protección al día por parte de mujeres es una alerta clara de que estamos fallando como sociedad en la prevención y erradicación de la violencia. Pero también es un llamado a mirar hacia aquellos hombres que, bajo el peso del machismo, callan, sufren y se esconden tras una máscara de fortaleza que, al final, solo los aísla más.
Los hombres también sufren.
Y hasta que no aceptemos esta verdad y empecemos a actuar en consecuencia, seguiremos siendo cómplices de un sistema que perpetúa el silencio de las víctimas, sin importar su género.
El enfoque tradicional sobre la violencia doméstica ha centrado su mirada en las mujeres, quienes, indiscutiblemente, son las principales víctimas. El número de solicitudes diarias de protección es solo un recordatorio de lo vulnerables que pueden llegar a estar. Estas mujeres, muchas veces invisibilizadas en su sufrimiento, encuentran en las medidas de protección una de las pocas formas de defensa ante sus agresores. Pero mientras las mujeres se arman de valor y denuncian, los hombres parecen optar por el silencio. Un silencio que no proviene solo del miedo, sino también de la vergüenza y del estigma social que los rodea.
En una sociedad que aún respira machismo en cada rincón, los hombres que sufren agresiones físicas y psicológicas por parte de sus parejas enfrentan un doble obstáculo: no solo deben lidiar con el trauma de la violencia, sino con el peso de la expectativa de "ser fuerte". Porque, en un mundo donde "los hombres no lloran", tampoco se les permite denunciar. Y quienes se atreven, terminan siendo objeto de burlas, cuestionamientos o, en el mejor de los casos, incredulidad.
Imaginemos por un momento lo que significa para un hombre, criado en un contexto machista, admitir que su pareja lo golpea o lo humilla. El hombre agredido no solo se enfrenta a su agresor, sino a una sociedad que le exige dureza. Y aquí es donde radica uno de los mayores problemas: el sistema de apoyo y las instituciones encargadas de recibir estas denuncias no están preparadas para afrontar este tipo de situaciones. Al hombre agredido no se le ofrece el mismo tipo de respaldo ni se le otorgan las mismas medidas de protección que a las mujeres. En la práctica, la sociedad pareciera no estar dispuesta a aceptar que ellos también son víctimas.
Mientras que las estadísticas de mujeres que buscan medidas de protección continúan en aumento, las cifras sobre hombres agredidos permanecen en las sombras. Según diversos estudios, se estima que los hombres representan alrededor de un 10% de las víctimas de violencia doméstica en Costa Rica, una cifra que probablemente es mucho mayor si consideramos a aquellos que nunca denuncian. El subregistro es evidente y peligroso.
Si los 136 casos diarios de mujeres impactan:
¿Cuántos hombres callan a diario, escondidos tras el telón del machismo y el miedo al ridículo?
El sistema judicial costarricense ofrece medidas de protección a las mujeres víctimas de violencia en el marco de la Ley de Penalización de la Violencia contra las Mujeres. Sin embargo, no hay una legislación similar que proteja a los hombres. Las denuncias de ellos son, muchas veces, tratadas con escepticismo, y los agresores femeninos no son vistos con la misma gravedad con la que se juzga a los hombres que ejercen violencia.
Las campañas de sensibilización social, en su mayoría, no abordan el tema de la violencia hacia el género masculino, perpetuando así un ciclo de silencio.
Es hora de que, como sociedad, nos preguntemos: ¿por qué los hombres agredidos no denuncian? La respuesta no es sencilla, pero está intrínsecamente relacionada con el machismo y las expectativas de género.
Los roles tradicionales asignados a los hombres como protectores, fuertes y controladores los colocan en una posición donde la víctima no tiene cabida.
Un hombre que es víctima de violencia no solo debe superar el miedo a su agresor, sino también el miedo a ser percibido como "débil" o "menos hombre".
Las instituciones y las campañas de prevención de la violencia deben tomar en cuenta esta realidad y trabajar hacia una mayor inclusión y protección para todas las víctimas, independientemente de su género. La violencia no discrimina, y el hecho de que más hombres no denuncien no significa que no exista. Es crucial abrir espacios de diálogo donde se normalice el hecho de que los hombres también pueden ser vulnerables y, más aún, que pueden pedir ayuda sin miedo a ser juzgados.
Al final del día, la violencia doméstica no debe ser vista como un problema exclusivamente de mujeres o de hombres, sino como una tragedia social que afecta a todos, independientemente de su género. El hecho de que haya un promedio de 136 solicitudes de medidas de protección al día por parte de mujeres es una alerta clara de que estamos fallando como sociedad en la prevención y erradicación de la violencia. Pero también es un llamado a mirar hacia aquellos hombres que, bajo el peso del machismo, callan, sufren y se esconden tras una máscara de fortaleza que, al final, solo los aísla más.
Los hombres también sufren.
Y hasta que no aceptemos esta verdad y empecemos a actuar en consecuencia, seguiremos siendo cómplices de un sistema que perpetúa el silencio de las víctimas, sin importar su género.