Al compás de Tocata y fuga, de Bach, el doctor Jack Kevorkian saldó cuentas con la vida y sin necesidad de ayuda abrazó a su vieja amiga: la muerte. Angel y demonio, nadie lo sabrá, pero desafió durante dos décadas al sistema jurídico y a los postulados religiosos con su lema Morir no es un crimen.
Imagenes/Fotos
1 / 1
Showing image 1 ************SPAM/BANNEAR************ 1
+ MULTIMEDIA
En una sociedad pagana donde la vida no vale nada, el Dr. Muerte defendió el suicidio como una herramienta para acabar con la enfermedad de vivir.
Una encuesta sobre Valores y Creencias, realizada en Estados Unidos por la empresa Gallup, entre el 5 y el 8 de mayo del 2011, reveló que la eutanasia es el tema más controversial en esa nación, seguido por el aborto y tener hijos fuera del matrimonio. Las opiniones están divididas: 45 por ciento considera “moralmente aceptable¨ el suicidio asistido y 48 por ciento está en contra.
Durante casi una década, en Michigan, Kevorkian facilitó la muerte a 69 personas, 51 de las cuales no tenía una enfermedad terminal y cinco de ellas estaban completamente sanas, según revelaron profesores de las Universidades del sur de Florida y Tampa, en un estudio publicado en el New England Journal ************SPAM/BANNEAR************ Medicine.
Kevorkian nació en 1928 –en Michigan– y murió sin arrepentirse de nada de lo que hizo. Pasó ocho años en la cárcel tras ser hallado culpable de aplicar una inyección letal a un hombre, operación que grabó y envió al programa televisivo 60 minutos de CBS News.
La videocinta fue un manotazo a las leyes. Thomas Youk, de 52 años, padecía algo tan terrible e impronunciable como esclerosis lateral amiotrófica, más conocida como el mal de Lou Gehrig, una pérdida de capacidad muscular; el polémico médico le inyectó una sustancia venenosa que lo mató en vivo y en directo, como dicen los narradores deportivos.
Youk fue una de al menos 130 víctimas, solitarias y deprimidas, que buscaron a Kevorkian para salir por la ventana; la primera fue en 1990, una maestra que padecía de Alzheimer.
En un parque, en las afueras de Detroit, Janet Adkins, de 54 años, probó la eficacia asesina del Tanatron, máquina mortal que diseñó el Dr. Muerte para que el paciente se suicidara con solo apretar un botón, al estilo americano de Hágalo usted mismo.
El artilugio garantizaba a los clientes acabar con su vida en apenas seis minutos, bastaba activar un sencillo mecanismo que les inyectaba una dosis de cloruro de potasio y el corazón colapsaba. Para evitar los entresijos legales, el galeno solo asistía al paciente, ya que era ilegal que él manipulara el aparato. Cuestión de formas.
Kevorkian aplicó una inocua solución salina en el brazo de Janet, fue ella la que más tarde pulsó el botón que cambió el placebo por otra sustancia que la adormeció y apenas la dejó con fuerzas para inyectarse la solución que la mató.
La policía lo detuvo y así logró lo que ansiaba: “llamar la atención de la profesión médica para que acepte sus responsabilidades, que incluyen asistir a sus pacientes en la muerte.”
“No es cuestión de cuánto tiempo vives, sino de la calidad de la vida que vives. Era su vida y su decisión. Eligió sobre la base de que las cosas que más le gustaban, la literatura y la música, ya no podía hacerlas”. Así justificó Ron Adkins el suicidio de su esposa Janet.
Kevorkian fue más despiadado y declaró al New York Times: “Con su cuerpo podríamos haber dividido el hígado en dos y haber salvado a dos niños, podría haberse aprovechado su médula ósea, su corazón, dos riñones, dos pulmones y un páncreas.”
De esta salió bien librado, pero su ingenio carecía de límites. Aunque le quitaron la licencia médica y no podía comprar las sustancias tóxicas, creó otro dispositivo siniestro que llamó Mercitron, la máquina de la misericordia.
Este era un aparatejo casero que consistía en un frasco de monóxido de carbono unido a una mascarilla mediante una manguerita. El suicida se tapaba la nariz con la mascarilla, liberaba el gas y moría en cuestión de diez minutos.
Pragmatismo puro. Kevorkian consideraba que “si podemos ayudar a las personas a venir al mundo, ¿por qué no podemos ayudarlas a dejar el mundo?”
Con esta tesis coronaba la lista de argumentos pseudocientíficos que propalaban la experimentación individual o masiva con seres humanos: biologismo, racismo, higiene racial, eugenesia y darwinismo social.
En declaraciones ofrecidas a la cadena HBO, que siguió la trayectoria de Kevorkian durante años para realizar un completo documental , Kevorkian explicó parte del origen de su filosofía: “Vi a mi madre morir de un cáncer que la consumió. Al final pesaba 40 kilos. Tuvo una muerte terrible. Suponga que tiene un dolor de muela insoportable. Ahora suponga que lo tiene en todos los miembros de su cuerpo. ¿Quién merece vivir así?”, argumentó.
Las prácticas del Dr. Muerte eran opuestas a las de Cicely Saunders, enfermera y trabajadora social, quien creó un sistema de atención al moribundo denominado “movimiento hospice”, una esmerada y completa atención mediante cuidados paliativos. Saunders afirmaba “no podemos curarlos, pero podemos cuidarlos.”
Carente de esos sentimentalismos, Kevorkian comenzó un apostolado a favor de la muerte digna y utilizó todos los recursos mediáticos y propagandísticos; se postuló al Congreso de Michigan en el 2008 pero apenas obtuvo el 2,7 por ciento de los votos de su distrito electoral. Finalmente, el suicidio médico asistido fue legalizado en tres estados: Oregon, Montana y Washington.
Para Carlos Gherardi, del comité de bioética de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva, la actitud de Kevorkian fue “criticable, banalizó el tema, lo bastardeó porque el derecho a morir no se puede plantear en términos de inventar un aparato o en el marco de una promoción personal.”
Paradojas de la existencia. El adalid de la eutanasia afirmó a la agencia Reuters, en una entrevista: “Tengo tanto miedo a la muerte como cualquier persona.”
Extrañas aficiones
Si por la víspera se saca el día, era poco lo que podía esperarse de alguien que confesó: “El peor momento de mi vida'fue cuando nací”. Así lo reconoció Kevorkian al Dr. Sanjay Gupta.
Aunque a los 17 años se graduó con honores en el colegio y obtuvo con reconocimientos su título médico, los compañeros de pupitre lo recordaban como un personaje extraño y con ideas poco ortodoxas.
Cuando era residente de patología, en un hospital de Detroit, relataba con fascinación las degollinas que los turcos hicieron con sus ancestros armenios, y hasta llegó a decir que “gracias al Holocausto” se pudieron realizar experimentos con humanos.
Solía hacer rondas nocturnas para buscar moribundos y sujetarles los párpados con cinta adhesiva, para fotografiar las córneas y observar si los vasos sanguíneos se alteraban con la muerte.
Llegó a realizar transfusiones sanguíneas de cadáveres a personas vivas; experimentaba con reos condenados a muerte y acostumbraba pintar escenas de asesinatos y decapitaciones; manchó con su propia sangre el marco de una de sus obras: Genocidio.
Su particular forma de ejercer la medicina le cerró el paso al ejercicio de esta profesión, pues sus colegas se negaban a remitirle pacientes; ante ello creó su propia especialidad: la “obiatría”, que consistía en la manipulación de la muerte.
Entre las propuestas de esa nueva disciplina resaltaba la experimentación con humanos desahuciados, que incluía la posibilidad de quitar un órgano vital o emplear un fármaco letal a los pacientes que sobrevivieran a las pruebas. En 1998 ayudó a morir a un hombre y ofreció sus riñones al primero que los quisiera.
“Hay muy pocas pruebas de que Kevorkian haya consultado con el médico o psiquiatra de las víctimas, lo que explicaría la rapidez con que el doctor concertaba los suicidios, uno o dos días después de la primera cita” explicó el Dr. L.J. Dragovic, médico forense del condado de Oakland, California.
En vano sus defensores quisieron presentarlo como un mártir de la medicina, un genio incomprendido, un profeta de la vida; entre ellos su abogado Mayer Morganroth y el periodista británico Derek Humphry, promotores del trabajo del Dr. Muerte a favor de la eutanasia y el aporte de la Fundación pro derecho a morir dignamente.
Esos argumentos tampoco convencieron a un juez de Oakland, que lo condenó a 25 años de cárcel por el asesinato en segundo grado de Youk; gracias a su edad solo cumplió ocho años de presidio pero quedó inhabilitado para “asistir” a más pacientes o dar consejos sobre cómo morir.
La singular vida del Dr. Muerte fue llevada a la televisión por el canal HBO; No conoces a Jack la protagonizó Al Pacino y ganó un Emmy por ese personaje.
Sus últimos años los pasó aislado en un pequeño apartamento, viajaba en una destartalada microbús y estaba sometido a una dieta espartana de 500 calorías diarias, comiendo emparedados con queso. Murió, a los 83 años debido a una neumonía y afecciones renales y cardíacas, sin necesidad de acudir a su propia
mano.
Jack Kevorkian hizo el bien e hizo el mal. El bien lo hizo mal y el mal lo hizo bien.
Página negra Jack Kevorkian: El apóstol*de la muerte - TELEGUÍA - La Nación
Me dejo drio la frase "Si podemos ayudar a las personas a venir a mundo, ¿por no podemos ayudarlas a dejar el mundo? con eso les digo todo
Imagenes/Fotos
1 / 1
Showing image 1 ************SPAM/BANNEAR************ 1
+ MULTIMEDIA
En una sociedad pagana donde la vida no vale nada, el Dr. Muerte defendió el suicidio como una herramienta para acabar con la enfermedad de vivir.
Una encuesta sobre Valores y Creencias, realizada en Estados Unidos por la empresa Gallup, entre el 5 y el 8 de mayo del 2011, reveló que la eutanasia es el tema más controversial en esa nación, seguido por el aborto y tener hijos fuera del matrimonio. Las opiniones están divididas: 45 por ciento considera “moralmente aceptable¨ el suicidio asistido y 48 por ciento está en contra.
Durante casi una década, en Michigan, Kevorkian facilitó la muerte a 69 personas, 51 de las cuales no tenía una enfermedad terminal y cinco de ellas estaban completamente sanas, según revelaron profesores de las Universidades del sur de Florida y Tampa, en un estudio publicado en el New England Journal ************SPAM/BANNEAR************ Medicine.
Kevorkian nació en 1928 –en Michigan– y murió sin arrepentirse de nada de lo que hizo. Pasó ocho años en la cárcel tras ser hallado culpable de aplicar una inyección letal a un hombre, operación que grabó y envió al programa televisivo 60 minutos de CBS News.
La videocinta fue un manotazo a las leyes. Thomas Youk, de 52 años, padecía algo tan terrible e impronunciable como esclerosis lateral amiotrófica, más conocida como el mal de Lou Gehrig, una pérdida de capacidad muscular; el polémico médico le inyectó una sustancia venenosa que lo mató en vivo y en directo, como dicen los narradores deportivos.
Youk fue una de al menos 130 víctimas, solitarias y deprimidas, que buscaron a Kevorkian para salir por la ventana; la primera fue en 1990, una maestra que padecía de Alzheimer.
En un parque, en las afueras de Detroit, Janet Adkins, de 54 años, probó la eficacia asesina del Tanatron, máquina mortal que diseñó el Dr. Muerte para que el paciente se suicidara con solo apretar un botón, al estilo americano de Hágalo usted mismo.
El artilugio garantizaba a los clientes acabar con su vida en apenas seis minutos, bastaba activar un sencillo mecanismo que les inyectaba una dosis de cloruro de potasio y el corazón colapsaba. Para evitar los entresijos legales, el galeno solo asistía al paciente, ya que era ilegal que él manipulara el aparato. Cuestión de formas.
Kevorkian aplicó una inocua solución salina en el brazo de Janet, fue ella la que más tarde pulsó el botón que cambió el placebo por otra sustancia que la adormeció y apenas la dejó con fuerzas para inyectarse la solución que la mató.
La policía lo detuvo y así logró lo que ansiaba: “llamar la atención de la profesión médica para que acepte sus responsabilidades, que incluyen asistir a sus pacientes en la muerte.”
“No es cuestión de cuánto tiempo vives, sino de la calidad de la vida que vives. Era su vida y su decisión. Eligió sobre la base de que las cosas que más le gustaban, la literatura y la música, ya no podía hacerlas”. Así justificó Ron Adkins el suicidio de su esposa Janet.
Kevorkian fue más despiadado y declaró al New York Times: “Con su cuerpo podríamos haber dividido el hígado en dos y haber salvado a dos niños, podría haberse aprovechado su médula ósea, su corazón, dos riñones, dos pulmones y un páncreas.”
De esta salió bien librado, pero su ingenio carecía de límites. Aunque le quitaron la licencia médica y no podía comprar las sustancias tóxicas, creó otro dispositivo siniestro que llamó Mercitron, la máquina de la misericordia.
Este era un aparatejo casero que consistía en un frasco de monóxido de carbono unido a una mascarilla mediante una manguerita. El suicida se tapaba la nariz con la mascarilla, liberaba el gas y moría en cuestión de diez minutos.
Pragmatismo puro. Kevorkian consideraba que “si podemos ayudar a las personas a venir al mundo, ¿por qué no podemos ayudarlas a dejar el mundo?”
Con esta tesis coronaba la lista de argumentos pseudocientíficos que propalaban la experimentación individual o masiva con seres humanos: biologismo, racismo, higiene racial, eugenesia y darwinismo social.
En declaraciones ofrecidas a la cadena HBO, que siguió la trayectoria de Kevorkian durante años para realizar un completo documental , Kevorkian explicó parte del origen de su filosofía: “Vi a mi madre morir de un cáncer que la consumió. Al final pesaba 40 kilos. Tuvo una muerte terrible. Suponga que tiene un dolor de muela insoportable. Ahora suponga que lo tiene en todos los miembros de su cuerpo. ¿Quién merece vivir así?”, argumentó.
Las prácticas del Dr. Muerte eran opuestas a las de Cicely Saunders, enfermera y trabajadora social, quien creó un sistema de atención al moribundo denominado “movimiento hospice”, una esmerada y completa atención mediante cuidados paliativos. Saunders afirmaba “no podemos curarlos, pero podemos cuidarlos.”
Carente de esos sentimentalismos, Kevorkian comenzó un apostolado a favor de la muerte digna y utilizó todos los recursos mediáticos y propagandísticos; se postuló al Congreso de Michigan en el 2008 pero apenas obtuvo el 2,7 por ciento de los votos de su distrito electoral. Finalmente, el suicidio médico asistido fue legalizado en tres estados: Oregon, Montana y Washington.
Para Carlos Gherardi, del comité de bioética de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva, la actitud de Kevorkian fue “criticable, banalizó el tema, lo bastardeó porque el derecho a morir no se puede plantear en términos de inventar un aparato o en el marco de una promoción personal.”
Paradojas de la existencia. El adalid de la eutanasia afirmó a la agencia Reuters, en una entrevista: “Tengo tanto miedo a la muerte como cualquier persona.”
Extrañas aficiones
Si por la víspera se saca el día, era poco lo que podía esperarse de alguien que confesó: “El peor momento de mi vida'fue cuando nací”. Así lo reconoció Kevorkian al Dr. Sanjay Gupta.
Aunque a los 17 años se graduó con honores en el colegio y obtuvo con reconocimientos su título médico, los compañeros de pupitre lo recordaban como un personaje extraño y con ideas poco ortodoxas.
Cuando era residente de patología, en un hospital de Detroit, relataba con fascinación las degollinas que los turcos hicieron con sus ancestros armenios, y hasta llegó a decir que “gracias al Holocausto” se pudieron realizar experimentos con humanos.
Solía hacer rondas nocturnas para buscar moribundos y sujetarles los párpados con cinta adhesiva, para fotografiar las córneas y observar si los vasos sanguíneos se alteraban con la muerte.
Llegó a realizar transfusiones sanguíneas de cadáveres a personas vivas; experimentaba con reos condenados a muerte y acostumbraba pintar escenas de asesinatos y decapitaciones; manchó con su propia sangre el marco de una de sus obras: Genocidio.
Su particular forma de ejercer la medicina le cerró el paso al ejercicio de esta profesión, pues sus colegas se negaban a remitirle pacientes; ante ello creó su propia especialidad: la “obiatría”, que consistía en la manipulación de la muerte.
Entre las propuestas de esa nueva disciplina resaltaba la experimentación con humanos desahuciados, que incluía la posibilidad de quitar un órgano vital o emplear un fármaco letal a los pacientes que sobrevivieran a las pruebas. En 1998 ayudó a morir a un hombre y ofreció sus riñones al primero que los quisiera.
“Hay muy pocas pruebas de que Kevorkian haya consultado con el médico o psiquiatra de las víctimas, lo que explicaría la rapidez con que el doctor concertaba los suicidios, uno o dos días después de la primera cita” explicó el Dr. L.J. Dragovic, médico forense del condado de Oakland, California.
En vano sus defensores quisieron presentarlo como un mártir de la medicina, un genio incomprendido, un profeta de la vida; entre ellos su abogado Mayer Morganroth y el periodista británico Derek Humphry, promotores del trabajo del Dr. Muerte a favor de la eutanasia y el aporte de la Fundación pro derecho a morir dignamente.
Esos argumentos tampoco convencieron a un juez de Oakland, que lo condenó a 25 años de cárcel por el asesinato en segundo grado de Youk; gracias a su edad solo cumplió ocho años de presidio pero quedó inhabilitado para “asistir” a más pacientes o dar consejos sobre cómo morir.
La singular vida del Dr. Muerte fue llevada a la televisión por el canal HBO; No conoces a Jack la protagonizó Al Pacino y ganó un Emmy por ese personaje.
Sus últimos años los pasó aislado en un pequeño apartamento, viajaba en una destartalada microbús y estaba sometido a una dieta espartana de 500 calorías diarias, comiendo emparedados con queso. Murió, a los 83 años debido a una neumonía y afecciones renales y cardíacas, sin necesidad de acudir a su propia
mano.
Jack Kevorkian hizo el bien e hizo el mal. El bien lo hizo mal y el mal lo hizo bien.
Página negra Jack Kevorkian: El apóstol*de la muerte - TELEGUÍA - La Nación
Me dejo drio la frase "Si podemos ayudar a las personas a venir a mundo, ¿por no podemos ayudarlas a dejar el mundo? con eso les digo todo
Última edición por un moderador: