Hola a todo aquel que desee leer una historieta, o tambien se le podría decir cuento corto, de mi autoria.
Ofresco por anticipado las disculpas del caso, debido a que soy el tipo de persona que le gusta creer que todo lo que le ocurre al ser humano es de algún provecho. Pero viendo la presente historia, no se qué provecho podría tener. Juzguen ustedes mismos
Caminando por el centro de Alajuela, se podría encontrar uno con toda clase de personajes, cada uno por separado, dignos de inmortalizar sus historias en tinta y papel.
Además, siendo consientes de la existencia y vida en este mundo de seres, que por la infinita misericordia de Dios, se les es permitido ser el centro de atención y sobresalir de entre los demás. No por sus encantos físicos, que saben disimular muy bien, ni por la importancia que puedan tener como parte del gran engranaje funcional de cualquier ciudad que desee tener el mote de moderna; no, nada de eso, ellos pueden gozar de este derecho divino de una manera muy peculiar, siendo simplemente ellos mismos. Así, sin más ni menos, con todos sus encantos y defectos, manías y fobias, virtudes y pecados, es que en este selecto grupo podemos encontrar la más variopinta gama de personalidades, y precisamente en torno a uno de ellos gira el contenido de la presente historia.
Corría el año 1657, cuando por vez primera se pudo leer en un protocolo oficial de Cartago el nombre de La Lajuela, ciudad que con el paso de escasos tres siglos y medio iría a ser el escenario de la presente historia, trataré, amparado a mi memoria, de repasar uno a uno los pasos que realicé el día que pude por fin desenmascarar uno de esos misterios que me viene a aclarar el por qué de la manera de actuar tan peculiar de uno de ellos específicamente.
No se cuantas veces pasé por en frente de su negocio, y no se, que tantas otras tuve trato con él antes de darme cuenta de lo enigmático de su actuar. Es que, es de esas personas que al verla varias veces, te das cuenta de que algo misterioso, extraño, quizás hasta raro hay en él, es ese misterio inherente a cada persona que le hace única e irrepetible de cualquier otra, y en el caso de las personas que son como él, el factor de incertidumbre se ve elevado a la décima potencia.
Todo comenzó a fraguarse desde el día anterior a mi descubrimiento. Si, hoy por hoy, me preguntaran ¿ por qué precisamente estaba yo ahí ese día?, mi respuesta sería maktuk ( como dicen los árabes ) ya estaba escrito. Una vez que se me fue dado el derrotero de acción para el día de marras, lo único que realmente deseé fue que Febo, estuviera en uno de esos días permisivos para explotar looks guardados desde la última estación seca, deseaba tirarme a calle con uno de esos atuendos de surfo pensionado que tanto me gustan, porque, si tenía que ir en pos de gestiones gubernamentales a tres diferentes oficinas, al menos debía estar yo cómodo y relajado para pasar toda una tarde en ires y venires de un lado para otro, como es típico de este tipo de trmites.
Como suele suceder después de una tragedia o después de un evento inesperado, siempre hay quienes dicen haber sentido algo extraño en su ser, que a modo de premonición quería dar aviso anticipando los hechos. Pues aunque ustedes no me lo crean, así, de la misma manera obró el destino en mi, me dio más de una señal premonitoria, lo supe por el extraño dolor de estómago con el que me levanté, por la manera en que inconscientemente varié mi ruta habitual desde mi casa hasta el centro y por otras más que omitiré, por razones de tiempo y a modo de consideración para tan estimables lectores.
Ya en el centro de mi amada Alajuela, provincia en la que no tuve la dicha de nacer, pero en la que si he tenido la dicha de vivir casi toda mi vida, dejé mi carro en el lugar usual o al menos en las mismas cien varas. Comencé por ir primeramente a la oficina del A y A, ubicada a escasos 75 metros de la Catedral, una vez concluida de manera exitosa esa parte, decidí emprender el viaje a mi nuevo destino, pero esta vez lo haría tratando de aprovechar el ejercicio que implícitamente estaba realizando, además de ir tomando imágenes en mi cabeza de todo aquello que por las prisas del mundo actual se nos escapan, así pase por todo el costado sur de la Catedral, hasta llegar a la antigua plaza, hoy parque central, siempre por el costado sur y en dirección al poniente, iba yo tranquilamente caminando viendo como Febo con sus cabellos de oro se dejaba seducir por toda la creación, y en respuesta a ese antiguo ritual, él dejaba caer ases de luz que demudaban nuevas y antiguas bellezas que anteriormente pasaron inadvertidas para mi. Fue así, en este nuevo explorar de mi ciudad, que me hallé frente al descuidado busto de León Fernández Bonilla, ilustre ciudadano de la provincia según pude leer en las placas que pendían a ambos lados del cuitiado busto, busto que en algún momento fue erigido para darle honra y honor, y nunca como letrina para palomas. Viva la cetrería pensé por un momento, pero bloquee dicho pensamiento con solo visualizar la trifulca que se podría armar con grupos ecologistas. Antes de terminar mi caminata por el parque central, eché una furtiva mirada al viejo edificio de balcones o como se le conoce de manera más común, el CUNA viejo, misma edificación que sirvió en sus orígenes para guarecer al extinto en gloria Instituto de Alajuela, allá a principios del pasado siglo. Es en éste edificio, en cuyos ventanales del segundo piso, y a plena vista desde cualquiera de las calles que lo bordean, se puede notar el símbolo oscurantista del Baphomet engalanando el centro de cada uno de los ventanales.
Caminaba yo en dirección al mercado por la acera frente a la Antigua Giralda, sumido en pensamientos de todo tipo, cuando a escasos 25 metros de la esquina me topé con un rótulo que decía “La Cuevita de los Dulces”, en donde a modo de menú se pueden leer varios de los artículos que ofrece al público hasta el día de hoy: Helados de Palillo, Refrescos, Melcochas, Copias, Especies Fiscales, Libros Contables, Cigarros, entre otros; fue en ese reducidísimo local con menos de un metro lineal de frente hacia la calle que me encontré a su dueño, haciendo todo tipo de malabares, para poder satisfacer la demanda de todos los clientes que se aglutinaban en el frente de tan estrecho mostrador. Con gran maestría, misma que debió adquirir con el paso del tiempo, iba él despachando a cada uno de los viandantes que ahí estábamos, pero haciendo siempre todo lo posible por evitar el contacto físico con sus clientes. Con la pericia que suele mostrar quien ha hecho el mismo trabajo por largos años, éste malabarista de chucherías, iba sacando todo tipo de artículo tan pronto se lo pedían – reía yo para mis adentros, pues toda la escena me era semejante al maletín del Doctor Chapatín- y con grandes ademanes los depositaba sobre la urna de vidrio que contiene las cajetas, misma que cumple una doble función, pues es mostrador también; de la misma manera recogía el dinero, con grandes ademanes, pero siempre evitando todo contacto. Qué le pasa a este lucas? Fue la pregunta que invadió mi mente, por qué actúa así?, no se si fue revelación divina, o si fue el artesanal cigarrillo sin filtro que me donaron, y que me fumé antes de iniciar todo el recorrido, pero entonces supe claramente que la causa de tan extraño proceder solamente era justificable por una excesiva fobia a los gérmenes que las demás personas pudieran transmitirle, claro era eso, o que estaba más loco que una cabra. Compré mis timbres y acto seguido me fui para la oficina del Registro Nacional, en donde después de haber hecho una fila de casi hora y media, y estando a escasos dos puestos para que me atendieran, un amable funcionario se apersonó y pronunció estas palabras: Lo sentimos, pero no hay sistema, vengan mañana.
Entonces todo quedó claro para mi, los avisos que presagiaban que algo iba a ocurrir en ese día se cumplieron, el dolor de estómago que sufrí en la mañana quedo cabalmente justificado; este sería el día en que no podría terminar mis diligencias, pero en cambio fue el día que finalmente pude descubrir el secreto de “ La Cuevita de los Dulces”.
Ofresco por anticipado las disculpas del caso, debido a que soy el tipo de persona que le gusta creer que todo lo que le ocurre al ser humano es de algún provecho. Pero viendo la presente historia, no se qué provecho podría tener. Juzguen ustedes mismos
Caminando por el centro de Alajuela, se podría encontrar uno con toda clase de personajes, cada uno por separado, dignos de inmortalizar sus historias en tinta y papel.
Además, siendo consientes de la existencia y vida en este mundo de seres, que por la infinita misericordia de Dios, se les es permitido ser el centro de atención y sobresalir de entre los demás. No por sus encantos físicos, que saben disimular muy bien, ni por la importancia que puedan tener como parte del gran engranaje funcional de cualquier ciudad que desee tener el mote de moderna; no, nada de eso, ellos pueden gozar de este derecho divino de una manera muy peculiar, siendo simplemente ellos mismos. Así, sin más ni menos, con todos sus encantos y defectos, manías y fobias, virtudes y pecados, es que en este selecto grupo podemos encontrar la más variopinta gama de personalidades, y precisamente en torno a uno de ellos gira el contenido de la presente historia.
Corría el año 1657, cuando por vez primera se pudo leer en un protocolo oficial de Cartago el nombre de La Lajuela, ciudad que con el paso de escasos tres siglos y medio iría a ser el escenario de la presente historia, trataré, amparado a mi memoria, de repasar uno a uno los pasos que realicé el día que pude por fin desenmascarar uno de esos misterios que me viene a aclarar el por qué de la manera de actuar tan peculiar de uno de ellos específicamente.
No se cuantas veces pasé por en frente de su negocio, y no se, que tantas otras tuve trato con él antes de darme cuenta de lo enigmático de su actuar. Es que, es de esas personas que al verla varias veces, te das cuenta de que algo misterioso, extraño, quizás hasta raro hay en él, es ese misterio inherente a cada persona que le hace única e irrepetible de cualquier otra, y en el caso de las personas que son como él, el factor de incertidumbre se ve elevado a la décima potencia.
Todo comenzó a fraguarse desde el día anterior a mi descubrimiento. Si, hoy por hoy, me preguntaran ¿ por qué precisamente estaba yo ahí ese día?, mi respuesta sería maktuk ( como dicen los árabes ) ya estaba escrito. Una vez que se me fue dado el derrotero de acción para el día de marras, lo único que realmente deseé fue que Febo, estuviera en uno de esos días permisivos para explotar looks guardados desde la última estación seca, deseaba tirarme a calle con uno de esos atuendos de surfo pensionado que tanto me gustan, porque, si tenía que ir en pos de gestiones gubernamentales a tres diferentes oficinas, al menos debía estar yo cómodo y relajado para pasar toda una tarde en ires y venires de un lado para otro, como es típico de este tipo de trmites.
Como suele suceder después de una tragedia o después de un evento inesperado, siempre hay quienes dicen haber sentido algo extraño en su ser, que a modo de premonición quería dar aviso anticipando los hechos. Pues aunque ustedes no me lo crean, así, de la misma manera obró el destino en mi, me dio más de una señal premonitoria, lo supe por el extraño dolor de estómago con el que me levanté, por la manera en que inconscientemente varié mi ruta habitual desde mi casa hasta el centro y por otras más que omitiré, por razones de tiempo y a modo de consideración para tan estimables lectores.
Ya en el centro de mi amada Alajuela, provincia en la que no tuve la dicha de nacer, pero en la que si he tenido la dicha de vivir casi toda mi vida, dejé mi carro en el lugar usual o al menos en las mismas cien varas. Comencé por ir primeramente a la oficina del A y A, ubicada a escasos 75 metros de la Catedral, una vez concluida de manera exitosa esa parte, decidí emprender el viaje a mi nuevo destino, pero esta vez lo haría tratando de aprovechar el ejercicio que implícitamente estaba realizando, además de ir tomando imágenes en mi cabeza de todo aquello que por las prisas del mundo actual se nos escapan, así pase por todo el costado sur de la Catedral, hasta llegar a la antigua plaza, hoy parque central, siempre por el costado sur y en dirección al poniente, iba yo tranquilamente caminando viendo como Febo con sus cabellos de oro se dejaba seducir por toda la creación, y en respuesta a ese antiguo ritual, él dejaba caer ases de luz que demudaban nuevas y antiguas bellezas que anteriormente pasaron inadvertidas para mi. Fue así, en este nuevo explorar de mi ciudad, que me hallé frente al descuidado busto de León Fernández Bonilla, ilustre ciudadano de la provincia según pude leer en las placas que pendían a ambos lados del cuitiado busto, busto que en algún momento fue erigido para darle honra y honor, y nunca como letrina para palomas. Viva la cetrería pensé por un momento, pero bloquee dicho pensamiento con solo visualizar la trifulca que se podría armar con grupos ecologistas. Antes de terminar mi caminata por el parque central, eché una furtiva mirada al viejo edificio de balcones o como se le conoce de manera más común, el CUNA viejo, misma edificación que sirvió en sus orígenes para guarecer al extinto en gloria Instituto de Alajuela, allá a principios del pasado siglo. Es en éste edificio, en cuyos ventanales del segundo piso, y a plena vista desde cualquiera de las calles que lo bordean, se puede notar el símbolo oscurantista del Baphomet engalanando el centro de cada uno de los ventanales.
Caminaba yo en dirección al mercado por la acera frente a la Antigua Giralda, sumido en pensamientos de todo tipo, cuando a escasos 25 metros de la esquina me topé con un rótulo que decía “La Cuevita de los Dulces”, en donde a modo de menú se pueden leer varios de los artículos que ofrece al público hasta el día de hoy: Helados de Palillo, Refrescos, Melcochas, Copias, Especies Fiscales, Libros Contables, Cigarros, entre otros; fue en ese reducidísimo local con menos de un metro lineal de frente hacia la calle que me encontré a su dueño, haciendo todo tipo de malabares, para poder satisfacer la demanda de todos los clientes que se aglutinaban en el frente de tan estrecho mostrador. Con gran maestría, misma que debió adquirir con el paso del tiempo, iba él despachando a cada uno de los viandantes que ahí estábamos, pero haciendo siempre todo lo posible por evitar el contacto físico con sus clientes. Con la pericia que suele mostrar quien ha hecho el mismo trabajo por largos años, éste malabarista de chucherías, iba sacando todo tipo de artículo tan pronto se lo pedían – reía yo para mis adentros, pues toda la escena me era semejante al maletín del Doctor Chapatín- y con grandes ademanes los depositaba sobre la urna de vidrio que contiene las cajetas, misma que cumple una doble función, pues es mostrador también; de la misma manera recogía el dinero, con grandes ademanes, pero siempre evitando todo contacto. Qué le pasa a este lucas? Fue la pregunta que invadió mi mente, por qué actúa así?, no se si fue revelación divina, o si fue el artesanal cigarrillo sin filtro que me donaron, y que me fumé antes de iniciar todo el recorrido, pero entonces supe claramente que la causa de tan extraño proceder solamente era justificable por una excesiva fobia a los gérmenes que las demás personas pudieran transmitirle, claro era eso, o que estaba más loco que una cabra. Compré mis timbres y acto seguido me fui para la oficina del Registro Nacional, en donde después de haber hecho una fila de casi hora y media, y estando a escasos dos puestos para que me atendieran, un amable funcionario se apersonó y pronunció estas palabras: Lo sentimos, pero no hay sistema, vengan mañana.
Entonces todo quedó claro para mi, los avisos que presagiaban que algo iba a ocurrir en ese día se cumplieron, el dolor de estómago que sufrí en la mañana quedo cabalmente justificado; este sería el día en que no podría terminar mis diligencias, pero en cambio fue el día que finalmente pude descubrir el secreto de “ La Cuevita de los Dulces”.