¡Ay, Dios mío! Quién lo diría, mi gente. Otro día, otra noticia que te deja con sabor a bilis. Resulta que, según el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), apenas diez cantones de nuestro bello Costa Rica están acumulando la gran mayoría de los homicidios desde 2016. ¡Una torta!, señores, una verdadera torta. No es que tengamos problemas de seguridad, ¡no! Pero parece que algunos lugares sí que tienen más visitas inesperadas de la muerte.
La cifra es escalofriante: 3.028 asesinatos en esos diez cantones. ¡Imagínate! Mientras algunos vivimos tranquilos pensando en qué comeremos para el almuerzo, otros están lidiando con la pérdida de seres queridos o viviendo con el miedo constante. Esto demuestra que la violencia no es un problema generalizado, sino que se concentra en zonas específicas donde la situación se ha salido totalmente de control. Es como si la criminalidad hubiera puesto la mira en unos pocos puntos del mapa.
Y ojo, que los cantones más afectados no son precisamente los más lejanos ni los más olvidados. Estamos hablando de las capitales de provincia: San José, liderando la tabla con 656 homicidios – ¡qué carga!, la verdad – seguido de Limón (517) y Puntarenas (351). Estos tres puertos, que deberían estar generando progreso y oportunidades, parecen haber caído presa de redes criminales muy bien organizadas. Alajuela (343), Pococí (292), Desamparados (203), Matina (202), Goicoechea (171), Alajuelita (150) y Cartago (143) completan la lista negra. Un panorama que nos obliga a hacernos algunas preguntas incómodas, ¿verdad?
La junta directiva del OIJ ya sabe que esto no es ningún accidente. Hay una relación directa, dicen los expertos, entre la violencia y la pobreza, el desempleo y la falta de educación. Cuando la gente no tiene opciones, cuando siente que se le olvidó la esperanza, entonces la calle se convierte en una opción “atractiva” para algunos grupos violentos. El narcotráfico, ese maldito cáncer que corroe nuestra sociedad, aprovecha esas vulnerabilidades como agua para moler. Es como si estuvieran sembrando destrucción en terrenos fértiles de desesperación.
Ahora bien, no podemos quedarnos solamente con el diagnóstico; necesitamos soluciones reales, y rápido. Se habla mucho de atacar la pobreza y la exclusión social, de darle herramientas a nuestros jóvenes para que puedan construir un futuro digno. Pero, ¿de verdad estamos haciendo lo suficiente? ¿Estamos invirtiendo en programas educativos efectivos? ¿Estamos creando empleos de calidad? Porque, díganme, ¿con qué vamos a echar abono a este brete si seguimos ignorando las raíces del problema?
La policía y el gobierno se han comprometido a aumentar la presencia policial en las zonas más afectadas y a fortalecer la inteligencia para desmantelar las bandas criminales. Pero eso, mi gente, es solo una parte de la solución. Necesitamos un cambio cultural, una transformación profunda en la forma en que vemos la justicia y la seguridad. Tenemos que empezar a valorar la vida humana por encima de cualquier interés económico o político. ¡Por favor!
Algunos analistas políticos sugieren que deberíamos copiar modelos de prevención del delito que han funcionado en otros países. Claro, siempre es fácil decir eso, pero implementar esas medidas aquí en Costa Rica, con nuestras particularidades y desafíos, no es tan sencillo. Además, hay que tener en cuenta que el crimen organizado es un negocio lucrativo y que, mientras haya demanda de droga, seguirán existiendo personas dispuestas a satisfacerla, aunque eso signifique derramar sangre. Ya me dan ganas de agarrarme la cabeza…
En fin, la situación es complicada, pero no imposible de resolver. Lo importante es que no perdamos la esperanza y que sigamos trabajando juntos para construir un país más seguro y justo para todos. Pero dígame usted, ¿cree que realmente estamos priorizando la inversión social sobre la represión como la verdadera clave para reducir la violencia en estos cantones afectados, o estamos simplemente parcheando el problema temporalmente?
La cifra es escalofriante: 3.028 asesinatos en esos diez cantones. ¡Imagínate! Mientras algunos vivimos tranquilos pensando en qué comeremos para el almuerzo, otros están lidiando con la pérdida de seres queridos o viviendo con el miedo constante. Esto demuestra que la violencia no es un problema generalizado, sino que se concentra en zonas específicas donde la situación se ha salido totalmente de control. Es como si la criminalidad hubiera puesto la mira en unos pocos puntos del mapa.
Y ojo, que los cantones más afectados no son precisamente los más lejanos ni los más olvidados. Estamos hablando de las capitales de provincia: San José, liderando la tabla con 656 homicidios – ¡qué carga!, la verdad – seguido de Limón (517) y Puntarenas (351). Estos tres puertos, que deberían estar generando progreso y oportunidades, parecen haber caído presa de redes criminales muy bien organizadas. Alajuela (343), Pococí (292), Desamparados (203), Matina (202), Goicoechea (171), Alajuelita (150) y Cartago (143) completan la lista negra. Un panorama que nos obliga a hacernos algunas preguntas incómodas, ¿verdad?
La junta directiva del OIJ ya sabe que esto no es ningún accidente. Hay una relación directa, dicen los expertos, entre la violencia y la pobreza, el desempleo y la falta de educación. Cuando la gente no tiene opciones, cuando siente que se le olvidó la esperanza, entonces la calle se convierte en una opción “atractiva” para algunos grupos violentos. El narcotráfico, ese maldito cáncer que corroe nuestra sociedad, aprovecha esas vulnerabilidades como agua para moler. Es como si estuvieran sembrando destrucción en terrenos fértiles de desesperación.
Ahora bien, no podemos quedarnos solamente con el diagnóstico; necesitamos soluciones reales, y rápido. Se habla mucho de atacar la pobreza y la exclusión social, de darle herramientas a nuestros jóvenes para que puedan construir un futuro digno. Pero, ¿de verdad estamos haciendo lo suficiente? ¿Estamos invirtiendo en programas educativos efectivos? ¿Estamos creando empleos de calidad? Porque, díganme, ¿con qué vamos a echar abono a este brete si seguimos ignorando las raíces del problema?
La policía y el gobierno se han comprometido a aumentar la presencia policial en las zonas más afectadas y a fortalecer la inteligencia para desmantelar las bandas criminales. Pero eso, mi gente, es solo una parte de la solución. Necesitamos un cambio cultural, una transformación profunda en la forma en que vemos la justicia y la seguridad. Tenemos que empezar a valorar la vida humana por encima de cualquier interés económico o político. ¡Por favor!
Algunos analistas políticos sugieren que deberíamos copiar modelos de prevención del delito que han funcionado en otros países. Claro, siempre es fácil decir eso, pero implementar esas medidas aquí en Costa Rica, con nuestras particularidades y desafíos, no es tan sencillo. Además, hay que tener en cuenta que el crimen organizado es un negocio lucrativo y que, mientras haya demanda de droga, seguirán existiendo personas dispuestas a satisfacerla, aunque eso signifique derramar sangre. Ya me dan ganas de agarrarme la cabeza…
En fin, la situación es complicada, pero no imposible de resolver. Lo importante es que no perdamos la esperanza y que sigamos trabajando juntos para construir un país más seguro y justo para todos. Pero dígame usted, ¿cree que realmente estamos priorizando la inversión social sobre la represión como la verdadera clave para reducir la violencia en estos cantones afectados, o estamos simplemente parcheando el problema temporalmente?