Diay maes, para los que viven debajo de una piedra, va el resumen: Sandra Cauffman, la tica que básicamente es una leyenda viviente y que por 37 años la pulseó en la NASA, colgó los guantes. Sí, se pensionó. Pero si ustedes creen que la doña se va a dedicar a ver tele o a sembrar chayotes, están más perdidos que el chiquito de la Llorona. Esta no es una historia de despedida, es el tráiler de lo que viene, y se ve mil veces más tuanis.
Vamos a ver, pongamos la vara en perspectiva. Esta señora salió de Hatillo, un lugar que uno asocia más con presas y soditas que con cohetes espaciales, y terminó como Directora Adjunta en la División de Astrofísica de la NASA en Washington. ¡Qué nivel! O sea, mientras uno estaba viendo si pasaba el examen de mate del cole, ella estaba liderando proyectos para entender cómo se le fue el aire al planeta Marte con la misión MAVEN o montando los satélites GOES-R, esos chunches que nos avisan si un huracán viene a hacernos un despiche. Su trayectoria no es solo admirable, es que es una vara de otro planeta, literalmente.
Pero lo más carga de la entrevista que le dio a El Observador no son los logros técnicos, que ya de por sí son una salvajada. Lo que de verdad impacta es cuando cuenta cómo se dio cuenta de que su brete era más que mandar satélites al espacio. Hubo un momento, por allá del 2000, en que una güila se le acercó después de una charla y le dijo: "Yo quiero ser como usted". ¡Boom! En ese toque, a doña Sandra le cayó la peseta de que ella no era solo una ingeniera, era un espejo. Un espejo para un montón de chiquitos y, sobre todo, chiquitas de cualquier rincón del país que podían verla y pensar: "Diay, si ella pudo salir de Hatillo y llegar ahí, ¿por qué yo no?".
Y es que seamos honestos, el camino no fue un queque. Ella misma lo admite. Habla de los sacrificios personales, de las dudas, de ser mujer y latina en un ambiente dominado por hombres gringos. Pero en lugar de achantarse, usó la fe de su mamá y su propia resiliencia para no solo aguantar, sino para abrirle campo a los que venían detrás. Se convirtió, como ella dice, en un "puente". Y esa es la clave de todo este asunto: los satélites son chivísimas, pero construir puentes para otras personas es una misión de un calibre completamente distinto.
Ahora, libre de la burocracia y los horarios de la NASA, empieza el verdadero juego. Está montando su propia fundación. ¿El objetivo? Apoyar a jóvenes, especialmente a mujeres y latinas, para que se metan en carreras de ciencia, tecnología e ingeniería. Ya no responde a jefes, ahora la misión es 100% personal. Ella misma lo compara con un lanzamiento espacial y dice que está en la fase de "ignición". O sea, los motores están encendidos y esta nave apenas va a despegar. Y si algo nos ha enseñado su vida, es que cuando Sandra Cauffman enciende los motores, más vale que nos agarremos fuerte.
La verdad es que es imposible no sentirse inspirado. Esta señora es la definición de ser "un carga". Y ahora que tiene toda la libertad y la experiencia del mundo, el impacto que puede tener en Costa Rica y Latinoamérica es incalculable. Por eso, les dejo una pregunta para que la pensemos todos: Maes, más allá del aplauso, ¿cómo creen ustedes que podemos, como sociedad, aprovechar el impulso de esta nueva "misión" de doña Sandra para que de verdad cambien las cosas y dejemos de ver el éxito en la ciencia como una excepción y lo convirtamos en la norma?
Vamos a ver, pongamos la vara en perspectiva. Esta señora salió de Hatillo, un lugar que uno asocia más con presas y soditas que con cohetes espaciales, y terminó como Directora Adjunta en la División de Astrofísica de la NASA en Washington. ¡Qué nivel! O sea, mientras uno estaba viendo si pasaba el examen de mate del cole, ella estaba liderando proyectos para entender cómo se le fue el aire al planeta Marte con la misión MAVEN o montando los satélites GOES-R, esos chunches que nos avisan si un huracán viene a hacernos un despiche. Su trayectoria no es solo admirable, es que es una vara de otro planeta, literalmente.
Pero lo más carga de la entrevista que le dio a El Observador no son los logros técnicos, que ya de por sí son una salvajada. Lo que de verdad impacta es cuando cuenta cómo se dio cuenta de que su brete era más que mandar satélites al espacio. Hubo un momento, por allá del 2000, en que una güila se le acercó después de una charla y le dijo: "Yo quiero ser como usted". ¡Boom! En ese toque, a doña Sandra le cayó la peseta de que ella no era solo una ingeniera, era un espejo. Un espejo para un montón de chiquitos y, sobre todo, chiquitas de cualquier rincón del país que podían verla y pensar: "Diay, si ella pudo salir de Hatillo y llegar ahí, ¿por qué yo no?".
Y es que seamos honestos, el camino no fue un queque. Ella misma lo admite. Habla de los sacrificios personales, de las dudas, de ser mujer y latina en un ambiente dominado por hombres gringos. Pero en lugar de achantarse, usó la fe de su mamá y su propia resiliencia para no solo aguantar, sino para abrirle campo a los que venían detrás. Se convirtió, como ella dice, en un "puente". Y esa es la clave de todo este asunto: los satélites son chivísimas, pero construir puentes para otras personas es una misión de un calibre completamente distinto.
Ahora, libre de la burocracia y los horarios de la NASA, empieza el verdadero juego. Está montando su propia fundación. ¿El objetivo? Apoyar a jóvenes, especialmente a mujeres y latinas, para que se metan en carreras de ciencia, tecnología e ingeniería. Ya no responde a jefes, ahora la misión es 100% personal. Ella misma lo compara con un lanzamiento espacial y dice que está en la fase de "ignición". O sea, los motores están encendidos y esta nave apenas va a despegar. Y si algo nos ha enseñado su vida, es que cuando Sandra Cauffman enciende los motores, más vale que nos agarremos fuerte.
La verdad es que es imposible no sentirse inspirado. Esta señora es la definición de ser "un carga". Y ahora que tiene toda la libertad y la experiencia del mundo, el impacto que puede tener en Costa Rica y Latinoamérica es incalculable. Por eso, les dejo una pregunta para que la pensemos todos: Maes, más allá del aplauso, ¿cómo creen ustedes que podemos, como sociedad, aprovechar el impulso de esta nueva "misión" de doña Sandra para que de verdad cambien las cosas y dejemos de ver el éxito en la ciencia como una excepción y lo convirtamos en la norma?
