Un cuentito ateo

El oso y el duraznero

Una vez, en medio de un bosquecillo, había un pueblito. Era un pueblito pintoresco y genérico, de los que se suelen fabricar por docenas para cuentitos como éste, con su escuelita, su cura y su zapatero remendón.

Resulta que muy cerca de este pueblito crecía un duraznero, un gran duraznero silvestre. Todos los veranos sus ramas se llenaban de frutas gordas y aterciopeladas que los chicos miraban desde lejos.

Sólo las miraban, porque no podían hacer otra cosa.

—No agarres duraznos de ese duraznero —los reconvenían sus madres—. Hay un oso que ronda el árbol y se come a los que se acercan.

Y ellos obedecían, por supuesto. Se contaban historias de niños traviesos que por hartarse de duraznos habían sido devorados por el oso. Así que los chicos se reunían en el linde del pueblo y miraban los duraznos soñando con la pulpa dulce y jugosa, pero todos se mantenían lejos.

Todos, menos uno.

Una tarde, a la hora de la siesta, un valiente fue derecho al duraznero. Tomó un durazno con temor, mirando cautelosamente a uno y otro lado; se lo comió y tiró el carozo. A continuación se comió otro, ya con más confianza. Y otro. Y otro más. Comió hasta que no pudo seguir y después se durmió a la sombra del árbol.

Ahí lo encontró su mamá al caer la tarde.

—¡Te dije que no comieras duraznos! —le gritaba mientras lo iba arreando a cachetazo limpio hasta su casa—. ¡Te podía haber comido el oso!

Pero no se lo había comido, y la noticia dejó atónito al pueblo. Hasta la fecha, todas las historias eran unánimes: chico que comía duraznos, chico que terminaba en el estómago del oso. Esa misma noche, los hombres instruidos se reunieron en el club a deliberar sobre el asunto mientras tomaban grapa Valle Viejo y jugaban al mus.

—A lo mejor el oso se murió —conjeturó el almacenero—. Después de todo, las historias son muy antiguas.

—Imposible —respondió muy seguro el director de la escuela—. Si el oso se murió, no hay nada que impida que los chicos se empachen de duraznos y después no quieran cenar.

Y, como eso era indeseable, todos estuvieron de acuerdo en que debía ser un oso muy longevo.

Fue el viejo bufetero del club el que dio con la solución. Las historias coincidían en que el oso se comía a los chicos que agarraban duraznos, pero en ningún lugar decía que lo hiciera inmediatamente después del hecho. Bien podía ser que, más tarde o más temprano, el oso acudiera a la casa del pequeño transgresor para alimentarse.

Era una respuesta tan satisfactoria como alarmante. Un oso en el pueblo siempre era un peligro, en especial uno tan rencoroso como aquél. Al día siguiente, todo el pueblo se armó en previsión de su visita.

La visita no se produjo en lo que quedaba del verano, ni tampoco en el otoño. Al fin, el invierno llegó sin que se hubiese visto oso alguno. Los braseros calentaban el club la noche que los hombres instruidos se reunieron a deliberar mientras tomaban caña Legui y jugaban a la generala.

—El oso ya no va a venir —opinó el comisario—. Ya debe estar hibernando en su cueva.

—¿Qué cueva? Si por acá no hay ninguna —retrucó el almacenero.

—Debe ser un oso que no hiberna —aventuró alguien.

—Debe ser un oso que no necesita cueva.

—Debe ser un oso que cava su propia cueva, como las vizcachas.

Entonces al cartero, que hacía poco que vivía en el pueblo, se le ocurrió decir:

—Para mí que el oso no existe.

Los demás se rieron de semejante ocurrencia. Le señalaron las escopetas y los machetes que tenían preparados desde hacía meses, y le hicieron notar que solamente un bobo se arma contra un oso inexistente. Hasta el intendente y el director de la escuela se habían armado, y ésos no eran ningunos bobos.

—Es más, mañana vamos a ir a cazarlo para que vea que sí existe.

Dicho y hecho: todo el día siguiente buscaron en el bosquecillo lindero al pueblo. Pasó la mañana y pasó la tarde, y al final se hizo de noche sin que hubiera aparecido ningún oso. Ni huellas de oso. Ni heces de oso, ni pelos de oso, ni nada.

—Cosa rara —dijo un baqueano al comprobar el gran sigilo del oso y su capacidad para esconderse en el monte ralo. El veterinario estaba maravillado por el eficiente metabolismo que debía tener para no producir desechos. El zapatero, por su parte, habló de lo gruesa y suave que tenía que ser la piel de sus patas si no dejaba huellas. Y, para no ser menos, el peluquero alabó la fuerza de su pelaje.

Todos estuvieron de acuerdo en que debía ser un oso muy particular, y redoblaron la vigilancia.

Pasó el tiempo, un tiempo largo. Varias veces el duraznero se llenó de frutas grandes y fragantes que terminaban pudriéndose en el suelo porque nadie las comía. El último que lo había hecho dejó de ser un chico para convertirse en un hombre, un muchachón fornido que un buen día se fue del pueblo en busca de horizontes más amplios.

Una vez más, los hombres instruidos se reunieron en el club para debatir el asunto mientras tomaban ginebra Bols y jugaban al tute cabrero.

—¿Cómo va hacer el oso para encontrarlo? —planteó el jefe de la estación de tren.

—Lo va a seguir a la ciudad —arriesgó un perito mercantil que andaba de paso.

—Le va a seguir el rastro por el olfato.

—Debe tener contacto con osos de otros lugares.

—El oso es un cuento —metió bocadillo el que había sido cartero y ahora era jefe de la oficina de correo—. Lo inventaron hace mucho las madres del pueblo para que los chicos no se empachen de duraznos y después no quieran cenar.

—Vea, don —se le enojó el comisario—, yo no sé cómo será en el lugar de donde viene usted, pero aquí no se insulta a las madres de los demás llamándolas mentirosas.

—Además —dijo otro con una risita—, si está tan seguro, ¿por qué no va usted a comer duraznos?

No contaban con que el antiguo cartero aceptara el desafío. Al día siguiente fue al duraznero, se atiborró de fruta y durmió la siesta a la sombra. Al atardecer, cuando volvía al pueblo, se encontró con que le cerraban el paso.

—¿Qué hizo, animal? —lo levantaron en peso el intendente, el cura, el director de la escuela y varios más—. ¡Ahora el oso va a venir a buscarlo a usted! ¿Es que no piensa en las pobres criaturas que pone en peligro? ¡Váyase! ¡Váyase y no vuelva más!

Y, después de echar al viejo, se levantó un cerco alrededor del duraznero y se emitió un edicto que condenaba al destierro a todo el que se atreviera a cruzarlo.

Pasaron años. Muchos años. El duraznero terminó por marchitarse y se lo comieron los bichos. El pueblo creció en torno al lugar donde había estado, que hoy es una plaza.

Todos los años, la Plaza del Duraznero es el centro de un festival que atrae gente de toda la región. Los visitantes ven representaciones de las antiguas historias: el muchacho que comió un durazno y huyó para proteger a su familia del oso; el cartero que violó insensatamente la ley y fue expulsado por las autoridades. Ambos debieron encontrar la muerte en tierra lejanas, bajo las garras y los colmillos del oso. Después de las representaciones viene el desfile, en el que los lugareños exhiben orgullosos las armas con que un día darán caza a la bestia sanguinaria.

Por supuesto, nunca falta en esos días un forastero que, después de un par de tragos de grapa, caña o ginebra, se atreve a ofender la tradición local sugiriendo que el oso es un invento. Pero los lugareños están preparados para eso, y enseguida le hacen ver que solamente alguien que no sabe nada de la longevidad del oso, del rencor del oso, de los hábitos de hibernación del oso, del sigilo del oso, del metabolismo del oso y del olfato del oso puede hacer una afirmación tan incauta e ignorante.

—¿Y el duraznero? —suele preguntar a continuación el impertinente, señalando la plaza y el cerco vacío. Y los lugareños, armándose de paciencia, explican una vez más lo que debería ser obvio para todos:

—El duraznero es una metáfora.


tomado de vagos.es
 
:emot78::emot78::emot78:

Mae, qué cuento!!!! Espérese que se lo voy a mandar a todos mis contactos de correo, pero pasándole el título al final para que no lo desechen de entrada, ni mis primos panderetas die-hard.

De veras que explica muy bien el razonamiento creyente. Si por alguna razon su teoría se cae, inventan algo para que se mantenga erguida. "El oso no apareció? Debe ser que no se los come inmediatamente, sino luego".

Lo que me muero por ver es una respuesta de un creyente... Fijo van a decir: "Es que comparar a dios con un animal es más que ilógico. No hay comparación". Me corto un huevo si no salen con un argumento asi, jalado del pelo a más no poder.Y me corto los dos si no contestan con un versiculo del librillo ese, que más del 68% de la población mundial NO considera sagrado.
 
El oso y el duraznero

Una vez, en medio de un bosquecillo, había un pueblito. Era un pueblito pintoresco y genérico, de los que se suelen fabricar por docenas para cuentitos como éste, con su escuelita, su cura y su zapatero remendón.

Resulta que muy cerca de este pueblito crecía un duraznero, un gran duraznero silvestre. Todos los veranos sus ramas se llenaban de frutas gordas y aterciopeladas que los chicos miraban desde lejos.

Sólo las miraban, porque no podían hacer otra cosa.

—No agarres duraznos de ese duraznero —los reconvenían sus madres—. Hay un oso que ronda el árbol y se come a los que se acercan.

Y ellos obedecían, por supuesto. Se contaban historias de niños traviesos que por hartarse de duraznos habían sido devorados por el oso. Así que los chicos se reunían en el linde del pueblo y miraban los duraznos soñando con la pulpa dulce y jugosa, pero todos se mantenían lejos.

Todos, menos uno.

Una tarde, a la hora de la siesta, un valiente fue derecho al duraznero. Tomó un durazno con temor, mirando cautelosamente a uno y otro lado; se lo comió y tiró el carozo. A continuación se comió otro, ya con más confianza. Y otro. Y otro más. Comió hasta que no pudo seguir y después se durmió a la sombra del árbol.

Ahí lo encontró su mamá al caer la tarde.

—¡Te dije que no comieras duraznos! —le gritaba mientras lo iba arreando a cachetazo limpio hasta su casa—. ¡Te podía haber comido el oso!

Pero no se lo había comido, y la noticia dejó atónito al pueblo. Hasta la fecha, todas las historias eran unánimes: chico que comía duraznos, chico que terminaba en el estómago del oso. Esa misma noche, los hombres instruidos se reunieron en el club a deliberar sobre el asunto mientras tomaban grapa Valle Viejo y jugaban al mus.

—A lo mejor el oso se murió —conjeturó el almacenero—. Después de todo, las historias son muy antiguas.

—Imposible —respondió muy seguro el director de la escuela—. Si el oso se murió, no hay nada que impida que los chicos se empachen de duraznos y después no quieran cenar.

Y, como eso era indeseable, todos estuvieron de acuerdo en que debía ser un oso muy longevo.

Fue el viejo bufetero del club el que dio con la solución. Las historias coincidían en que el oso se comía a los chicos que agarraban duraznos, pero en ningún lugar decía que lo hiciera inmediatamente después del hecho. Bien podía ser que, más tarde o más temprano, el oso acudiera a la casa del pequeño transgresor para alimentarse.

Era una respuesta tan satisfactoria como alarmante. Un oso en el pueblo siempre era un peligro, en especial uno tan rencoroso como aquél. Al día siguiente, todo el pueblo se armó en previsión de su visita.

La visita no se produjo en lo que quedaba del verano, ni tampoco en el otoño. Al fin, el invierno llegó sin que se hubiese visto oso alguno. Los braseros calentaban el club la noche que los hombres instruidos se reunieron a deliberar mientras tomaban caña Legui y jugaban a la generala.

—El oso ya no va a venir —opinó el comisario—. Ya debe estar hibernando en su cueva.

—¿Qué cueva? Si por acá no hay ninguna —retrucó el almacenero.

—Debe ser un oso que no hiberna —aventuró alguien.

—Debe ser un oso que no necesita cueva.

—Debe ser un oso que cava su propia cueva, como las vizcachas.

Entonces al cartero, que hacía poco que vivía en el pueblo, se le ocurrió decir:

—Para mí que el oso no existe.

Los demás se rieron de semejante ocurrencia. Le señalaron las escopetas y los machetes que tenían preparados desde hacía meses, y le hicieron notar que solamente un bobo se arma contra un oso inexistente. Hasta el intendente y el director de la escuela se habían armado, y ésos no eran ningunos bobos.

—Es más, mañana vamos a ir a cazarlo para que vea que sí existe.

Dicho y hecho: todo el día siguiente buscaron en el bosquecillo lindero al pueblo. Pasó la mañana y pasó la tarde, y al final se hizo de noche sin que hubiera aparecido ningún oso. Ni huellas de oso. Ni heces de oso, ni pelos de oso, ni nada.

—Cosa rara —dijo un baqueano al comprobar el gran sigilo del oso y su capacidad para esconderse en el monte ralo. El veterinario estaba maravillado por el eficiente metabolismo que debía tener para no producir desechos. El zapatero, por su parte, habló de lo gruesa y suave que tenía que ser la piel de sus patas si no dejaba huellas. Y, para no ser menos, el peluquero alabó la fuerza de su pelaje.

Todos estuvieron de acuerdo en que debía ser un oso muy particular, y redoblaron la vigilancia.

Pasó el tiempo, un tiempo largo. Varias veces el duraznero se llenó de frutas grandes y fragantes que terminaban pudriéndose en el suelo porque nadie las comía. El último que lo había hecho dejó de ser un chico para convertirse en un hombre, un muchachón fornido que un buen día se fue del pueblo en busca de horizontes más amplios.

Una vez más, los hombres instruidos se reunieron en el club para debatir el asunto mientras tomaban ginebra Bols y jugaban al tute cabrero.

—¿Cómo va hacer el oso para encontrarlo? —planteó el jefe de la estación de tren.

—Lo va a seguir a la ciudad —arriesgó un perito mercantil que andaba de paso.

—Le va a seguir el rastro por el olfato.

—Debe tener contacto con osos de otros lugares.

—El oso es un cuento —metió bocadillo el que había sido cartero y ahora era jefe de la oficina de correo—. Lo inventaron hace mucho las madres del pueblo para que los chicos no se empachen de duraznos y después no quieran cenar.

—Vea, don —se le enojó el comisario—, yo no sé cómo será en el lugar de donde viene usted, pero aquí no se insulta a las madres de los demás llamándolas mentirosas.

—Además —dijo otro con una risita—, si está tan seguro, ¿por qué no va usted a comer duraznos?

No contaban con que el antiguo cartero aceptara el desafío. Al día siguiente fue al duraznero, se atiborró de fruta y durmió la siesta a la sombra. Al atardecer, cuando volvía al pueblo, se encontró con que le cerraban el paso.

—¿Qué hizo, animal? —lo levantaron en peso el intendente, el cura, el director de la escuela y varios más—. ¡Ahora el oso va a venir a buscarlo a usted! ¿Es que no piensa en las pobres criaturas que pone en peligro? ¡Váyase! ¡Váyase y no vuelva más!

Y, después de echar al viejo, se levantó un cerco alrededor del duraznero y se emitió un edicto que condenaba al destierro a todo el que se atreviera a cruzarlo.

Pasaron años. Muchos años. El duraznero terminó por marchitarse y se lo comieron los bichos. El pueblo creció en torno al lugar donde había estado, que hoy es una plaza.

Todos los años, la Plaza del Duraznero es el centro de un festival que atrae gente de toda la región. Los visitantes ven representaciones de las antiguas historias: el muchacho que comió un durazno y huyó para proteger a su familia del oso; el cartero que violó insensatamente la ley y fue expulsado por las autoridades. Ambos debieron encontrar la muerte en tierra lejanas, bajo las garras y los colmillos del oso. Después de las representaciones viene el desfile, en el que los lugareños exhiben orgullosos las armas con que un día darán caza a la bestia sanguinaria.

Por supuesto, nunca falta en esos días un forastero que, después de un par de tragos de grapa, caña o ginebra, se atreve a ofender la tradición local sugiriendo que el oso es un invento. Pero los lugareños están preparados para eso, y enseguida le hacen ver que solamente alguien que no sabe nada de la longevidad del oso, del rencor del oso, de los hábitos de hibernación del oso, del sigilo del oso, del metabolismo del oso y del olfato del oso puede hacer una afirmación tan incauta e ignorante.

—¿Y el duraznero? —suele preguntar a continuación el impertinente, señalando la plaza y el cerco vacío. Y los lugareños, armándose de paciencia, explican una vez más lo que debería ser obvio para todos:

—El duraznero es una metáfora.


tomado de vagos.es



Es una excelente historia para dar a luz las consecuencias que tiene el fanatismo y la insensatez entre los religiosos de la actualidad, enseñando cosas erroneas y superticiosas a las personas impidiendoles que surgan adelantes con sus metas. Un claro ejemplo es el catolicismo, si alguen intenta cuestionar algunas de sus creencias lo catalogan como hereje o satánico y OLVIDANDO por completo el muy famoso dicho de Cristo: No jusguez o sereis juzgado en el dia postrero.
Las religiones es el cancer de la humanidad porque tienen una visión falsa de Jesus y por lo tanto de la verdad, en lugar de enseñar a como se debe ayudar al prójimo enseñan idolatría y ritos absurdos.

[email protected]
 
Es una excelente historia para dar a luz las consecuencias que tiene el fanatismo y la insensatez entre los religiosos de la actualidad, enseñando cosas erroneas y superticiosas a las personas impidiendoles que surgan adelantes con sus metas. Un claro ejemplo es el catolicismo, si alguen intenta cuestionar algunas de sus creencias lo catalogan como hereje o satánico y OLVIDANDO por completo el muy famoso dicho de Cristo: No jusguez o sereis juzgado en el dia postrero.
Las religiones es el cancer de la humanidad porque tienen una visión falsa de Jesus y por lo tanto de la verdad, en lugar de enseñar a como se debe ayudar al prójimo enseñan idolatría y ritos absurdos.

blah-blah-blah.gif


mae usted no agarro el sentido del cuento, verdad?
 
...y enseguida le hacen ver que solamente alguien que no sabe nada de la longevidad del oso, del rencor del oso, de los hábitos de hibernación del oso, del sigilo del oso, del metabolismo del oso y del olfato del oso puede hacer una afirmación tan incauta e ignorante.
ustedes creen saber cómo es su dios. Lo más gracioso de todo es que si le preguntas a 10 personas Como es dios? te van a dar 10 respuestas diferentes. Si les preguntas, cómo es un gato? todos van a dar la misma respuesta. Alguno de ustedes ha visto a dios? Lo ha tocado? Les ha respondido? No...

Los que dicen sentirlo, es a consecuencia de los sentimientos, CONSECUENCIAS DIRECTAS DE REACCIONES QUIMICAS EN EL CUERPO. Es que no se, no logro verle sentido a ese cuento. Yo fui parte de él como por 18 años, e iba a misa y la vara (xq casi que me obligaban), pero desde ahi ya venia yo con muchas dudas que ni la religion ni un libro sin importancia para el 68% de la humanidad me iban a poder responder. Llevo como 3 años declarandome ateo y les digo algo? Ahora vivo tan tranquilo y con mi conciencia tan limpia....
 
Está interesante la historia pero eso es, una historia como muchas otras. Y yo que pensaba que la literatura didáctica había muerto con el conde Lucanor pero, por lo menos, gabriel aprendió algo :-o.
 
+2

lo que hizo fue irse por la tangente. en ves de decir: "si, la gente inventa cosas para sentirse más cómoda", ah no, sale con el tipico sermon de un envenenado religioso que nunca pierde
 
ustedes creen saber cómo es su dios. Lo más gracioso de todo es que si le preguntas a 10 personas Como es dios? te van a dar 10 respuestas diferentes. Si les preguntas, cómo es un gato? todos van a dar la misma respuesta. Alguno de ustedes ha visto a dios? Lo ha tocado? Les ha respondido? No...

Los que dicen sentirlo, es a consecuencia de los sentimientos, CONSECUENCIAS DIRECTAS DE REACCIONES QUIMICAS EN EL CUERPO. Es que no se, no logro verle sentido a ese cuento. Yo fui parte de él como por 18 años, e iba a misa y la vara (xq casi que me obligaban), pero desde ahi ya venia yo con muchas dudas que ni la religion ni un libro sin importancia para el 68% de la humanidad me iban a poder responder. Llevo como 3 años declarandome ateo y les digo algo? Ahora vivo tan tranquilo y con mi conciencia tan limpia....

Su argumento tendria sentido si uno no tuviera duda de capacidad para interpretar el universo como un todo racionalmente, cosa que por definicion, usted no puede hacer. Cree que los que creen en Dios van a cambiar de opinion solo por lo que usted, o cualquier ateo (lease humanillo insignificante de escasa capacidad racional para entender la verdadera naturaleza de la realidad fisica hasta los ultimos confines del infinito y mas alla) diga? Igual usted no va a cambiar de opinion por lo que un creyente diga. Viva y deje vivir!!!!!
 
gente tratemos de no trollear el tema...debatan sobre el cuento y su idea, para lo otro hay infinidad de temas.... una recomendacion kennethac, (yo entiendo su forma de pensar y fijo comparto muchas cosas) pero trate de cambiar su tono ya que de la forma que usted responde termina creando como una muralla para las discuciones entre creyentes y no creyentes y todos se comienzan a enojar... digo que lo mejor es hablar respetuosamente (no extremadamente) y dar sus puntos de vista sin pasarse de la raya...(no se si me explico)...

nada mas eso queria decir....ahh y de verdad estaria interesante saber la opinion de los creyentes acerca de ese cuento...

pura vida!:eso:
 
la moraleja es q ,,,, mmmm, que las tradiciones viejas y amtiguas no permiten que la gente abra nuevas ideas,, resalta la necesidad de pruebas que necesita la gente para creer en algo,, tambien que si no ¨gozamos la vida nos podrimos¨???
 
la moraleja es q ,,,, mmmm, que las tradiciones viejas y amtiguas no permiten que la gente abra nuevas ideas,, resalta la necesidad de pruebas que necesita la gente para creer en algo,, tambien que si no ¨gozamos la vida nos podrimos¨??? E l cuento no es tan entretenido pero creo q si lo entendi,, tal vez si conicide en los pensamientos de las personas incredulas,,
 

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