Hace tres años estaba saliendo con una de las chicas más calientes que he conocido en la vida. No es la número 1, pero no se queda muy atrás tampoco. La cosa pintaba bien desde el principio. Recuerdo un mensaje en el que le pregunté si le gustaban o no “las cosas oscuras y pervertidas”, a lo cual me respondió “¿Y a quién no?”, con lo cual supe que nos íbamos a llevar muy bien.
La cosa es que en mayo de ese año me la llevé un día en carro al Puerto, ida y vuelta, para almorzar y pasear un poco. Al regreso por la ruta 27, pegamos con una mega presa de las que se forman en uno de esos embudos que tiene la carretera, cerca de Orotina. El tráfico estaba totalmente detenido, o sea, un parqueo. Entonces me volví y le dije algo así como que íbamos a tener que tener paciencia.
Para mi sorpresa (¡y agrado!), ella, sin decir palabra, se acomodó en el asiento del pasajero, me abrió el zipper del pantalón, me la sacó y comenzó a mamármela… ahí, en media presa, rodeados de carros. Como el mío era bastante alto, no se veía nada desde los otros vehículos (¡eso espero, jajaja!). Y cuando la presa comenzó a caminar, no se detuvo. Y no paró sino hasta por ahí de Turrúcares. No me vine, primero porque ya esa mañana me había deslechado antes de salir y a estas edades ocupo tiempo para recargar el magazine. Segundo, porque, diay, necesitaba mantener al menos medio cerebro concentrado en la manejada.
Pero cuando llegamos a nuestro destino, ya se imaginan la clase de culeada que le di. No sin antes haberme untado lubricante en el dedo pulgar derecho y haberle estado practicando unos minutos de tacto rectal, aprovechando lo de las tendencias oscuras y pervertidas.
Nos dejamos de ver un tiempo después, aunque me la sigo topando con frecuencia. Solo que después se juntó con un pinta y hasta tienen un bebé. Pero cada vez me pregunto si al verme recordará aquellas piruetas y si el mae con que está ahora la disfrutará tanto como yo lo hice.