Maes, a mí está me pasó en Golfito:
Era el segundo semestre de ****, como todo estudiante de la UCR, tenía que hacer el TCU. Escogí el de Golfito porque sólo tenía que ir una vez por mes. El tema del proyecto era “Violencia doméstica”. El director del proyecto era un psicólogo que tenía fama de bisexual, aunque sus modos no lo delataban. En la primera gira nos quisieron hacer un lavado de cerebro mostrándonos que estábamos en un lugar olvidado por Dios, y que era un pueblo de machistas que resuelven sus diferencias a machetazos. Los más inocentes se impresionaban al escuchar aquellas historias: mujeres siendo decapitadas por maridos celosos; quinceañeras violadas por sus padres; inclusive una mesera que fue muerta en el depósito libre con un arpón por el novio. El arpón le atravesó el ojo y le entró en el cerebro, así que si se lo quitaban la mataban, pero dejarla así la conduciría a una muerte lenta. Todo esto nos lo decían sobre todo por aquellos y aquellas pipís que no han visto nada pesado en sus viditas de burgueses.
Cuando tocaron otro tema, fue cuando yo personalmente empecé a interesarme. Una vieja, de esas curtidas de tanto vivir en el mismo lugar. Hechas por sí mismas, y con tantas arrugas que nunca se sabrá cuantos años tiene, nos dijo: “Aquí hay mucha, mucha brujería, tengan cuidado”. Nadie preguntó nada, pero la seriedad con la que ella habló me dejó pensando.
Las siguientes giras fueron normales, ver procesos legales de Violencia doméstica y quedarse tranquilo, sin mucho que hacer. En las noches, las güilas se iban a tomar guaro y a cantar Karaoke. En realidad, me daba cólera ese poco de zorras, que salen de Chepe a hacer lo mismo que en Chepe, tomar guaro y prestarlo. Estábamos en una comunidad violenta, con las cargas del desempleo, y por más quesos que fueran esas güilas, en la “calle de la amargura” hay miles. Así que si bien soy un gran templón, prefería conocer la zona.
Salía a correr por todo lado. Para los que conocen Golfito, deben saber que la calle es una línea recta, que tiene algunas transversales que suben a los barrios en el medio del cerro. Así que después de cansarme de ir y venir en por el mismo camino, comencé a aventurarme en los barrios más pobres de Golfito. Al principio con cuidado, después vi que nadie se metía conmigo así que me atrevía cada vez más.
En la cuarta gira ya era una rutina mía ir y volver por todo lado. Un sábado nublado, salí normalmente. Subí en una de esas calles pequeñas. Normalmente de un lado de la calle están las casas y ya del otro hay lotes baldíos. Estaba subiendo cuando oí una bulla del lado de las matas. Al principio parecía un perro después de que lo atropellan. Pero después pareció un gemido de mujer. Ya hay casi me cagó, porque obviamente viniendo del matorral se podría tratar de una violación. Paré e intenté prestar atención.Mis sentidos se agudizaron. Me acerqué un poco al principio de las matas. Escuché de nuevo: mmmmmmmmm, esta vez pareció un gato se apareando, saben, como cuando lloran. No sabía que hacer, o me daba una de héroe o jalaba y me hacía el maje. En realidad, no podía jalar, era raro algo me decía que tenía que ver que era la vara. Mae, no les podría describir como pasa el tiempo, tan despacio, la piel erizada, todo el peso de las cosas encima de los hombros.
La vara es que decidí subir un poco más por la calle y meterme en el matorral unos metros más arriba. Cuando me metí, percibí que el ruido venía bastante más adentro de lo que parecía. Así que avancé con cautela, ya adentro, era más claro que era una mujer quejándose. De fijo era un polvo, pero la idea de una violación ya había desaparecido de mi cabeza, ya que no se escuchaba algún tipo de forcejeo. La vara aquí es samuelear al suave, pensé. Siempre con miedo de ser descubierto por alguien violento que en esas circunstancias, obviamente, se iba asustar y se me podía complicar el asunto.
La vara es que estaba nublado como ya les conté, así que no se veía nada. Me fui a puro oído. Cada vez eran más claros los gemidos. La verdad, la verdad, se me paró el tuco. Sólo que pensé que tenía que andar muy despacio, así que decidí arrastrarme. Cuando llegué a un punto en el que sentía que estaban pisando a unos 3 metros, colina abajo, de mí. Paré y vi que a la misma distancia hacia arriba había un árbol. Pensé que si conseguía subirme por el lado del árbol opuesto al mar, no me iban a ver y yo podría intentar ojear si era una güila rica. Subí despacio. Los gemidos se escuchan demasiado sabrosos. Le di la vuelta al árbol. Y comencé a escalar con cuidado. Poco a poco pude ver que había un claro en el matorral. La pareja de fijo sabía que existía e iba normalmente a pisar ahí.
Maes, lo siguiente sólo lo conté una vez, y como nadie me creyó, nunca más le dije a nadie hasta hoy. La vara es que cuando llegué a cierta altura daba para ver dos cuerpos. No se distinguía muy bien. En eso vi la vara más loca que he visto en mi vida: había una doña de unos 70 años de cuatro patas y la estaba clavando un perro negro, grande. Era como un Rottweiller viejo, hecho picha, flaco. Al principio no lo creía, pero después pensé que que viaje más loco. Unos pocos minutos después me entró un miedo, no sé porqué. No conseguí ver bien, ni había visto la cara de la doña, pero me dio un taco horrible. En eso como si estuviera percibiéndome, la doña volvió la cara hacía mí, y se quedó quieta viendo hacía el árbol. Locos, tenía el pelo lacio, blanco, y largo; y lo peor, lo que más me apavoró fue que tenía los ojos en blanco. Estaba toda sudada y con la piel arrugada. Había parado de gemir, y se quedó viendo hacia el árbol, o hacia mí con una cara de quien intenta descubrir que o quien los está viendo. Ahí ya no pude aguantar así que me tiré del árbol y salí mamado. Corrí como nunca, sentí que me seguía un bulto, que de fijo era el perro, así que le puse más amor y salí a la calle, vi un grupo de gente a unos 100 metros abajo. Corrí como un loco. Ya no sentía nada siguiéndome. Cuando llegue donde estaba la gente, rápidamente vi que eran jóvenes, de unos 15 años. Se asustaron cuando me vieron (imagino mi cara de loco). Continúe corriendo hasta llegar a las cabinas. Cuando llegué no había nadie, decidí tomar un baño y calmarme. No le conté nada a nadie.
Unos meses después estaba comiéndome un casado en la salida del Depósito Libre, y vi que del otro lado de la calle, oliendo la basura, estaba el perro. Era un zahuate grande, negro, daba para ver que tuvo cuerpo, pero que ahora estaba más flaco que una escoba. Yo me quedé quieto, viéndolo. El perro paró y me vio desde lejos. Casi me cagué. En eso el dueño de la soda me preguntó que si quería algo más, pero vio que yo no le contestaba, notó que estaba viendo el perro. Cuando me di cuenta que esperaba una respuesta le dije: “Jueputa perro más hecho mierda”. Él me contestó, con cara de extrañado: “Era de una cieguita que pedía limosna en la entrada del Depósito, a principios de año la atropelló una camión en reversa que no la vio”.
Mientras escribo estas líneas se eriza la piel y me salen lágrimas. Nunca más quiero volver a ese hijueputa pueblo con sus hijueputas brujas.