Diay maes, a veces en política pasa como en la vida: uno va por lana y sale trasquilado. Eso fue, palabras más, palabras menos, lo que le pasó a la diputada oficialista Ada Acuña este viernes. La legisladora se llegó a una actividad cultural en la Universidad Nacional (UNA) en Heredia, seguro esperando una mañana tranquila, tomarse unas fotos y sumar puntos. Pero bueno, los estudiantes universitarios tenían otros planes y le recordaron que entrar a su casa sin ser bienvenido tiene consecuencias. La bienvenida fue una sinfonía de abucheos y un coro que ya se está volviendo himno en ciertos círuclos: “¡Fuera recortista!”.
Seamos claros, esto no fue un berrinche espontáneo. Detrás de ese “¡fuera, fuera, fuera!” hay un malestar que se viene cocinando a fuego lento desde hace meses. La vara es simple: el Gobierno y su bancada, de la que Acuña es una ficha visible, le han tirado durísimo a las universidades públicas, cuestionando su rol y, sobre todo, la plata que se les da del Fondo Especial para la Educación Superior (FEES). Entonces, cuando una de las caras de esa política aparece en el campus, es como meter un mentor en una piñata; obvio que los estudiantes le iban a dar con todo. El video que compartió la FEUNA es clarísimo: no es un ataque personal sin fundamento, es una protesta política directa contra lo que ellos llaman "políticas neoliberales y recortistas". Todo el despiche tiene un origen y un porqué.
Ahora, hablemos de la reacción de la diputada. Según se ve en el video, Acuña respondió con risas, saludos y señas, para luego retirarse “saludando de forma irónica”. Y aquí es donde la cosa se pone interesante. Para algunos, será una muestra de entereza y de no dejarse intimidar. Para otros, entre los que me incluyo, fue una oportunidad de oro desperdiciada. En lugar de intentar un diálogo, o al menos mostrar algo de humildad, la actitud fue casi de burla. Es ese “jugar de viva” que enoja más que el problema original. Se pudo haber acercado a un par de líderes estudiantiles y decir “maes, conversemos”, pero eligió la confrontación pasivo-agresiva. Con esa actitud, es difícil no pensar que la diputada se jaló una torta en su manejo de la crisis; echó gasolina al fuego en vez de buscar un extintor.
Este episodio es una microdosis de la polarización que vive el país. Por un lado, tenés a un grupo de estudiantes que sienten que les están metiendo un hachazo al futuro de la educación pública y que usan su espacio —la universidad— para manifestarse de la forma más directa que conocen. No tiraron piedras ni quemaron nada, usaron la voz. Por otro lado, tenés a una representante política que, en lugar de recibir el mensaje, parece minimizarlo y verlo como un simple mal rato. Parte del brete de un político es, precisamente, escuchar cuando la gente está enojada, no solo cuando lo aplauden. Ignorar esos gritos es ignorar el descontento de una generación que ve su acceso a la educación superior en peligro.
Al final, la visita de Acuña a la UNA se fue al traste, y lo que debía ser una actividad cultural se convirtió en un titular nacional. Esto va más allá de un abucheo. Es un termómetro que mide la fiebre de la relación entre el Ejecutivo y las universidades. La pregunta que queda en el aire es si desde el Gobierno entenderán la magnitud del mensaje o si simplemente lo van a archivar como “un grupito de estudiantes haciendo bulla”. La pelota está en su cancha, pero la afición ya dejó claro que no está contenta con el partido que están jugando.
Y ahora, para el debate en el foro: Más allá de si están de acuerdo o no con las políticas del Gobierno sobre el FEES, ¿qué opinan de la vara en la UNA? ¿Fue una falta de respeto inaceptable de los estudiantes o una merecida dosis de realidad para una diputada que se metió, a sabiendas, en la boca del lobo? ¿O son las dos cosas al mismo tiempo?
Seamos claros, esto no fue un berrinche espontáneo. Detrás de ese “¡fuera, fuera, fuera!” hay un malestar que se viene cocinando a fuego lento desde hace meses. La vara es simple: el Gobierno y su bancada, de la que Acuña es una ficha visible, le han tirado durísimo a las universidades públicas, cuestionando su rol y, sobre todo, la plata que se les da del Fondo Especial para la Educación Superior (FEES). Entonces, cuando una de las caras de esa política aparece en el campus, es como meter un mentor en una piñata; obvio que los estudiantes le iban a dar con todo. El video que compartió la FEUNA es clarísimo: no es un ataque personal sin fundamento, es una protesta política directa contra lo que ellos llaman "políticas neoliberales y recortistas". Todo el despiche tiene un origen y un porqué.
Ahora, hablemos de la reacción de la diputada. Según se ve en el video, Acuña respondió con risas, saludos y señas, para luego retirarse “saludando de forma irónica”. Y aquí es donde la cosa se pone interesante. Para algunos, será una muestra de entereza y de no dejarse intimidar. Para otros, entre los que me incluyo, fue una oportunidad de oro desperdiciada. En lugar de intentar un diálogo, o al menos mostrar algo de humildad, la actitud fue casi de burla. Es ese “jugar de viva” que enoja más que el problema original. Se pudo haber acercado a un par de líderes estudiantiles y decir “maes, conversemos”, pero eligió la confrontación pasivo-agresiva. Con esa actitud, es difícil no pensar que la diputada se jaló una torta en su manejo de la crisis; echó gasolina al fuego en vez de buscar un extintor.
Este episodio es una microdosis de la polarización que vive el país. Por un lado, tenés a un grupo de estudiantes que sienten que les están metiendo un hachazo al futuro de la educación pública y que usan su espacio —la universidad— para manifestarse de la forma más directa que conocen. No tiraron piedras ni quemaron nada, usaron la voz. Por otro lado, tenés a una representante política que, en lugar de recibir el mensaje, parece minimizarlo y verlo como un simple mal rato. Parte del brete de un político es, precisamente, escuchar cuando la gente está enojada, no solo cuando lo aplauden. Ignorar esos gritos es ignorar el descontento de una generación que ve su acceso a la educación superior en peligro.
Al final, la visita de Acuña a la UNA se fue al traste, y lo que debía ser una actividad cultural se convirtió en un titular nacional. Esto va más allá de un abucheo. Es un termómetro que mide la fiebre de la relación entre el Ejecutivo y las universidades. La pregunta que queda en el aire es si desde el Gobierno entenderán la magnitud del mensaje o si simplemente lo van a archivar como “un grupito de estudiantes haciendo bulla”. La pelota está en su cancha, pero la afición ya dejó claro que no está contenta con el partido que están jugando.
Y ahora, para el debate en el foro: Más allá de si están de acuerdo o no con las políticas del Gobierno sobre el FEES, ¿qué opinan de la vara en la UNA? ¿Fue una falta de respeto inaceptable de los estudiantes o una merecida dosis de realidad para una diputada que se metió, a sabiendas, en la boca del lobo? ¿O son las dos cosas al mismo tiempo?