Mae, ¿se acuerdan de esa película de los 80, Viaje Insólito, donde un mae se encogía y lo metían en el cuerpo de otro? Diay, uno siempre pensó que era pura hablada de Hollywood, ¿verdad? Pues parece que la vara ya no es tan de ciencia ficción. La noticia que reventó hace poco es de esas que lo dejan a uno con la boca abierta: unos científicos en California crearon unos chunches microscópicos, unos nanorobots, que prometen mandarle la quimioterapia directa al cáncer, sin tocar lo que está bueno. ¡Qué nivel!
La jugada es así: imagínese un Uber Eats, pero a nivel celular. Estos bichillos, que son más delgados que un pelo, están hechos de un material llamado hidrogel. Los sueltan en la sangre y ellos, solitos, van y buscan las células cancerosas. Es como si tuvieran el Waze prendido para encontrar el tumor. Una vez que llegan, ¡pum!, sueltan el medicamento justo ahí, sin hacerle el despiche que hace la quimio a todo el cuerpo. Los primeros experimentos con ratones, dicen los maes, salieron a cachete. Es una precisión que hasta ahora no se había visto.
Pero la vara no se queda solo en el cáncer, que ya de por sí sería un golaso. Los científicos, liderados por un tipo llamado Wei Gao, creen que estos nanorobots podrían ser los sapos del cuerpo. O sea, podrían detectar células raras mucho antes de que uno sienta nada, previniendo infartos o fibrosis quística. ¡Qué carga! Piensen en las posibilidades: ayudar en cirugías que hoy son casi imposibles, reparar tejidos dañados en tiempo récord y hasta meterse a editar el ADN con tijeras genéticas como CRISPR. Estamos hablando de un cambio de reglas total en la medicina.
Ahora, antes de que todos empecemos a celebrar, hay que ponerle un toque de realismo al asunto. Los mismos investigadores lo dicen: a este brete todavía le falta mucho. Apenas están en las primeras fases y falta el paso más importante y complicado: probar que esta tecnología es segura en humanos. No es como que el otro mes los van a estar recetando en la Caja, ¿verdad? Hay que ver que estos chunches no se vuelvan locos y terminen jalándose una torta por otro lado. La ciencia es así, paso a paso.
Aun así, mae, es imposible no emocionarse. Aquí en Tiquicia, donde casi todos conocemos a alguien que ha tenido que pasar por el calvario de la quimio, una noticia así es una luz de esperanza gigantesca. Es pensar que, quizás en unos años, nuestros hijos o nietos no tengan que conocer los efectos tan duros de esos tratamientos. La idea de que el futuro de la medicina sea tan pequeño, pero tan potente, es simplemente tuanis. Es la prueba de que, a veces, las soluciones más grandes vienen en los empaques más diminutos.
Diay, gente, ¿qué opinan ustedes? ¿Creen que de verdad lleguemos a ver esto en nuestros hospitales o se quedará en una de esas promesas chivísimas de la ciencia que nunca se cumplen? ¡Los leo!
La jugada es así: imagínese un Uber Eats, pero a nivel celular. Estos bichillos, que son más delgados que un pelo, están hechos de un material llamado hidrogel. Los sueltan en la sangre y ellos, solitos, van y buscan las células cancerosas. Es como si tuvieran el Waze prendido para encontrar el tumor. Una vez que llegan, ¡pum!, sueltan el medicamento justo ahí, sin hacerle el despiche que hace la quimio a todo el cuerpo. Los primeros experimentos con ratones, dicen los maes, salieron a cachete. Es una precisión que hasta ahora no se había visto.
Pero la vara no se queda solo en el cáncer, que ya de por sí sería un golaso. Los científicos, liderados por un tipo llamado Wei Gao, creen que estos nanorobots podrían ser los sapos del cuerpo. O sea, podrían detectar células raras mucho antes de que uno sienta nada, previniendo infartos o fibrosis quística. ¡Qué carga! Piensen en las posibilidades: ayudar en cirugías que hoy son casi imposibles, reparar tejidos dañados en tiempo récord y hasta meterse a editar el ADN con tijeras genéticas como CRISPR. Estamos hablando de un cambio de reglas total en la medicina.
Ahora, antes de que todos empecemos a celebrar, hay que ponerle un toque de realismo al asunto. Los mismos investigadores lo dicen: a este brete todavía le falta mucho. Apenas están en las primeras fases y falta el paso más importante y complicado: probar que esta tecnología es segura en humanos. No es como que el otro mes los van a estar recetando en la Caja, ¿verdad? Hay que ver que estos chunches no se vuelvan locos y terminen jalándose una torta por otro lado. La ciencia es así, paso a paso.
Aun así, mae, es imposible no emocionarse. Aquí en Tiquicia, donde casi todos conocemos a alguien que ha tenido que pasar por el calvario de la quimio, una noticia así es una luz de esperanza gigantesca. Es pensar que, quizás en unos años, nuestros hijos o nietos no tengan que conocer los efectos tan duros de esos tratamientos. La idea de que el futuro de la medicina sea tan pequeño, pero tan potente, es simplemente tuanis. Es la prueba de que, a veces, las soluciones más grandes vienen en los empaques más diminutos.
Diay, gente, ¿qué opinan ustedes? ¿Creen que de verdad lleguemos a ver esto en nuestros hospitales o se quedará en una de esas promesas chivísimas de la ciencia que nunca se cumplen? ¡Los leo!
