En un escenario político donde la apatía ciudadana parece ser la norma, el economista Álvaro Ramos emergió como el candidato presidencial del Partido Liberación Nacional (PLN) para las elecciones de 2026. Con un aplastante 81,4% de los votos, superó con creces a sus contendientes. Sin embargo, este triunfo se ve empañado por una participación que apenas alcanzó los 141.000 votantes, una cifra que palidece en comparación con los más de 400.000 ciudadanos que acudieron a las urnas en las convenciones de 2017 y 2021 .
La jornada electoral pasó casi desapercibida para la mayoría de los costarricenses. De hecho, muchos se enteraron de su realización gracias a las redes sociales, donde las sátiras y burlas sobre la escasa afluencia dominaron la conversación. Memes y comentarios mordaces reflejaron el sentir de una población que observa con escepticismo las maniobras de los partidos tradicionales.
Este desinterés masivo no es un fenómeno aislado. Es el síntoma de un país que, cansado de promesas incumplidas y escándalos recurrentes, se aleja cada vez más de los antiguos caudillos y de las agrupaciones políticas que han defraudado al electorado una y otra vez. La caída en la participación es un claro indicio de que la conexión entre el PLN y su base se ha debilitado considerablemente. Las cifras hablan por sí solas: mientras que en 2017 y 2021 más de 400.000 personas participaron en las convenciones internas, en esta ocasión la cifra se redujo drásticamente, evidenciando una desconexión preocupante .
Las autoridades del PLN han intentado justificar esta desalentadora participación. Miguel Guillén, secretario general del partido, atribuyó la baja afluencia a la renovación de liderazgos y a la falta de reconocimiento de los precandidatos. Según Guillén, "la renovación provoca reducción importante en la participación del electorado. Se dio espacio a precandidatos que no eran muy conocidos, gente nueva, liderazgos nuevos" . Sin embargo, esta explicación parece ser un intento desesperado por maquillar una realidad innegable: el PLN ya no moviliza masas como antaño.
Por su parte, Ricardo Sancho, presidente del PLN, señaló que el país vive una "deriva antidemocrática" marcada por discursos de odio y polarización, lo que, según él, desincentiva la participación ciudadana . No obstante, estas declaraciones parecen ignorar el elefante en la habitación: la creciente desconfianza de la ciudadanía hacia los partidos tradicionales y sus figuras emblemáticas.
Álvaro Ramos, consciente del desafío que enfrenta, ha delineado una propuesta enfocada en la estabilidad macroeconómica, la protección social y el fortalecimiento de instituciones clave como la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS). Entre sus principales promesas se encuentran la revisión de la regla fiscal para invertir en educación, salud y seguridad; lograr un tipo de cambio más equilibrado que proteja a sectores como el turismo y las exportaciones; y salvar la CCSS de su crisis actual .
Sin embargo, más allá de las propuestas técnicas, Ramos enfrenta el titánico reto de reconectar con una población desencantada. Su victoria en una convención deslucida y marcada por la apatía no es precisamente el trampolín ideal hacia la presidencia. La sombra de la desconfianza y el escepticismo pesa sobre su candidatura, y será necesario más que promesas para disiparla.
La realidad es que Costa Rica está enviando un mensaje claro: la era de los caudillos y de los partidos que han traicionado la confianza del pueblo está llegando a su fin. La baja participación en la convención del PLN es un reflejo de un electorado que exige cambios profundos y auténticos. Ya no basta con caras nuevas o discursos reciclados; la ciudadanía clama por una política que realmente represente sus intereses y necesidades.
La victoria de Ramos podría interpretarse más como un espejismo que como un verdadero triunfo. Sin una base sólida de apoyo ciudadano y con un partido que parece haber perdido su brújula, el camino hacia la presidencia se vislumbra empinado y lleno de obstáculos.
Será tarea del candidato demostrar que no es solo otro rostro en la galería de políticos tradicionales, sino un verdadero agente de cambio capaz de devolver la esperanza a un pueblo que, por ahora, observa desde la distancia, con los brazos cruzados y una ceja levantada.
La jornada electoral pasó casi desapercibida para la mayoría de los costarricenses. De hecho, muchos se enteraron de su realización gracias a las redes sociales, donde las sátiras y burlas sobre la escasa afluencia dominaron la conversación. Memes y comentarios mordaces reflejaron el sentir de una población que observa con escepticismo las maniobras de los partidos tradicionales.
Este desinterés masivo no es un fenómeno aislado. Es el síntoma de un país que, cansado de promesas incumplidas y escándalos recurrentes, se aleja cada vez más de los antiguos caudillos y de las agrupaciones políticas que han defraudado al electorado una y otra vez. La caída en la participación es un claro indicio de que la conexión entre el PLN y su base se ha debilitado considerablemente. Las cifras hablan por sí solas: mientras que en 2017 y 2021 más de 400.000 personas participaron en las convenciones internas, en esta ocasión la cifra se redujo drásticamente, evidenciando una desconexión preocupante .
Las autoridades del PLN han intentado justificar esta desalentadora participación. Miguel Guillén, secretario general del partido, atribuyó la baja afluencia a la renovación de liderazgos y a la falta de reconocimiento de los precandidatos. Según Guillén, "la renovación provoca reducción importante en la participación del electorado. Se dio espacio a precandidatos que no eran muy conocidos, gente nueva, liderazgos nuevos" . Sin embargo, esta explicación parece ser un intento desesperado por maquillar una realidad innegable: el PLN ya no moviliza masas como antaño.
Por su parte, Ricardo Sancho, presidente del PLN, señaló que el país vive una "deriva antidemocrática" marcada por discursos de odio y polarización, lo que, según él, desincentiva la participación ciudadana . No obstante, estas declaraciones parecen ignorar el elefante en la habitación: la creciente desconfianza de la ciudadanía hacia los partidos tradicionales y sus figuras emblemáticas.
Álvaro Ramos, consciente del desafío que enfrenta, ha delineado una propuesta enfocada en la estabilidad macroeconómica, la protección social y el fortalecimiento de instituciones clave como la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS). Entre sus principales promesas se encuentran la revisión de la regla fiscal para invertir en educación, salud y seguridad; lograr un tipo de cambio más equilibrado que proteja a sectores como el turismo y las exportaciones; y salvar la CCSS de su crisis actual .
Sin embargo, más allá de las propuestas técnicas, Ramos enfrenta el titánico reto de reconectar con una población desencantada. Su victoria en una convención deslucida y marcada por la apatía no es precisamente el trampolín ideal hacia la presidencia. La sombra de la desconfianza y el escepticismo pesa sobre su candidatura, y será necesario más que promesas para disiparla.
La realidad es que Costa Rica está enviando un mensaje claro: la era de los caudillos y de los partidos que han traicionado la confianza del pueblo está llegando a su fin. La baja participación en la convención del PLN es un reflejo de un electorado que exige cambios profundos y auténticos. Ya no basta con caras nuevas o discursos reciclados; la ciudadanía clama por una política que realmente represente sus intereses y necesidades.
La victoria de Ramos podría interpretarse más como un espejismo que como un verdadero triunfo. Sin una base sólida de apoyo ciudadano y con un partido que parece haber perdido su brújula, el camino hacia la presidencia se vislumbra empinado y lleno de obstáculos.
Será tarea del candidato demostrar que no es solo otro rostro en la galería de políticos tradicionales, sino un verdadero agente de cambio capaz de devolver la esperanza a un pueblo que, por ahora, observa desde la distancia, con los brazos cruzados y una ceja levantada.