Votar es un deber cívico, un derecho y un compromiso.
Muchos se preguntan cuál es el sentido de votar en las elecciones nacionales obligatorias, del cuatro de febrero entrante; es una jornada cívica lo que se realizará ese día. Las dudas se presentan cuando se considera que los actos de corrupción no se corrigen y más bien aumentan, la inseguridad que se vive y se respira, los actos de violencia diaria, el desempleo creciente, el costo de la vida sube día a día, la falta de fuentes de trabajo, la deuda externa crece y crece, el gasto público no se contiene, la corrupción ya salpicó hasta la camisita de dominguiar.
Las propuestas de los candidatos a la presidencia, resultan a todas luces populistas, generales e indefinidas, totalmente carentes de la solidez requerida, sin liderazgo.
Pese a todo, los comicios dan la posibilidad de un pronunciamiento ciudadano que, pondrá en marcha el proceso de renovación del Congreso, en mayo entrante, y también la elección de presidente, vice-presidentes, diputados a la Asamblea Legislativa y sus suplentes.
Por esa razón, más allá de las dudas y las consideraciones que merezcan los venideros comicios electorales, votar es también un deber cívico, un derecho instituido por la Ley Electoral y, sobre todo, un compromiso con la Patria.
La democracia es un sistema político dinámico, que distribuye el poder por medio del voto popular, que elige representantes y que solo es genuino cuando incluye la opinión y la participación de las diversas representaciones políticas en la decisión electoral. Cuando el poder ejecutivo sostiene que la “voluntad popular” es la de la primera minoría y coloca al resto en el “campo del enemigo”, la democracia se transforma en autocracia, más parecida a la monarquía absoluta y a la tiranía que al pluralismo.
Es bueno tener presente que el voto mayoritario y la opinión pública en general se inspiran en la recuperación de la Constitución, el orden legal, las libertades personales y los derechos humanos.
Se buscaba un gobierno que garantice la calidad de vida de cada familia, la educación pública, la seguridad personal y la libertad de expresión, luego de superar épocas marcadas por los golpes de estado, fraudes electorales, autoritarismo, violencia y terror.
Hoy votamos en libertad, hay libertad de expresión y muchas son las personas que sienten haber logrado cierto equilibrio entre sus aspiraciones y sus posibilidades. No obstante, se vive un clima de incertidumbre por la falta de profundidad de los candidatos a los puestos públicos, de los que no hemos tenido una discusión seria acerca del futuro del país, que nos involucra a todos y que no puede depender de una persona o un grupo, sino del vigor de la ley y las instituciones.
Es imprescindible que la dirigencia política asuma la responsabilidad propia de los estadistas, tal como ocurrió a partir de 1949, cuando se puso fin a la buitre y aquellos días de las amenazas Somosistas, propiciadas por el propio Gobierno de Costa rica, y se pensó en un país moderno, con salud pública, educación, estrategia poblacional, transporte y comunicaciones y, sobre todo, un orden jurídico acorde a las necesidades colectivas.
La única forma de avanzar en esos desafíos, con visión de futuro, consiste en participar consciente y responsablemente de estas y de todas las elecciones que brinda la democracia en construcción en la que vivimos. La satisfacción o el descontento con los gobernantes o con los dirigentes deben manifestarse en las urnas, con una concurrencia ciudadana que busque proyectos de país y locales, y no solo el fastidio por la inseguridad, el desempleo y la crisis educativa.
Votar es participar en la construcción del futuro. Votar es mucho más que un derecho; es una forma de comprometerse con el legado para las próximas generaciones; más simplemente, con la seguridad, el trabajo, la educación, la salud y la esperanza de nuestros hijos y nuestros nietos. Esta consigna es válida para todos, para quienes están obligados a votar, pero también para los jóvenes que lo harán en el futuro.
La vida política actual, extremadamente mediática y sin discusión amplia del contenido de los programas de gobierno, sin una militancia sólida, impone restricciones a la democracia, pero en el espacio de votación, cada uno de nosotros, con libertad absoluta, expresará lo que quiere y en quiénes confían. Esa decisión, SUYA Y MÍA, sin dudas, influirá en la construcción del futuro de todos.
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