Maes, en serio, a veces uno se pregunta si vale la pena salir del brete con aquella hambre que lo está matando. Uno va pensando en un buen casado, con un bistec encebollado de esos que lo reviven, y se topa con noticias como esta. ¡Qué torta! Resulta que en el puro corazón de Chepe, entre Catedral y La Merced, un operativo conjunto entre SENASA, el OIJ y la Policía Municipal acaba de sacar de circulación nada más y nada menos que 210 kilos de carne que, para ponerlo en tico, ya estaba pidiendo cacao. Y lo peor de todo es que esa misma carne iba directo para la venta, para el plato de cualquier cristiano que solo quería almorzar en paz.
Diay, es que hay que poner la vara en perspectiva. 210 kilos no es un bistecito que se le pasó de fecha al carnicero de la esquina. ¡Son 210 kilos! Con eso se alimenta a un batallón. Es la cantidad de carne para los almuerzos de media oficina por toda una semana. El hecho de que se necesitara un combo de autoridades de ese calibre para frenar este despiche solo demuestra la seriedad del asunto. No fue un simple chequeo de rutina; fue una intervención en toda regla porque, claramente, lo que se estaba cocinando ahí adentro era un atentado directo contra la salud pública. Y uno se pregunta, ¿cuántos otros locales no estarán en las mismas, volando por debajo del radar?
Aquí es donde la cosa se pone más densa, porque esto va más allá del simple asco. Esto es un tema de confianza y de seguridad. Los maes que estaban vendiendo este producto no solo estaban siendo unos irresponsables, se estaban jalando una torta monumental con la salud de la gente. Están especulando con el hecho de que muchos, por la prisa o por buscar el mejor precio, no se van a poner a analizar el color o el olor de cada pedazo de carne que compran. Se aprovechan de la buena fe del consumidor. Las autoridades dicen que estas acciones “fortalecen la seguridad alimentaria”, y aunque se les aplaude el decomiso, la procesión va por dentro. ¿Qué pasa con las sanciones? ¿Un simple desecho de la carne y una palmada en la mano, o va a haber consecuencias serias para los que juegan a la ruleta rusa con nuestros estómagos?
Lo que más frustra de toda esta vara es que expone una vulnerabilidad que todos tenemos. Dependemos de un sistema, de regulaciones y de la ética de los comerciantes para algo tan básico como comer. Y cuando ese sistema falla, o cuando alguien decide conscientemente saltárselo para ganarse unos cuantos colones extra, el que termina salado es uno, el cliente. Este operativo es una victoria, sin duda, pero también es un recordatorio amargo. Un recordatorio de que ese corte de carne barato que parece una ganga podría ser, en realidad, un pasaje directo a la clínica. Y en un país donde la comida es parte central de nuestra cultura, que nos quieran meter gol con algo tan sagrado como la comida, simplemente no tiene perdón.
Al final del día, la noticia de que esos 210 kilos de cochinada fueron desechados es un alivio. Pero la pregunta queda picando en el aire, como mosca en carnicería. Este fue un golpe certero, pero, ¿cuántas otras balas se quedaron en la recámara? ¿Cuántos otros comercios están operando en condiciones similares en este preciso instante? La confianza, una vez que se rompe, cuesta un mundo recuperarla. Así que, la próxima vez que pidan un pinto con carne o un chifrijo, quizás valga la pena echarle un segundo vistazo. Ustedes qué piensan, maes. ¿Confían ciegamente en la carne que compran en cualquier soda o carnicería, o ya esta noticia los puso a dudar? ¿Creen que estos operativos son suficientes o son apenas un paño tibio para un problema mucho más grande?
Diay, es que hay que poner la vara en perspectiva. 210 kilos no es un bistecito que se le pasó de fecha al carnicero de la esquina. ¡Son 210 kilos! Con eso se alimenta a un batallón. Es la cantidad de carne para los almuerzos de media oficina por toda una semana. El hecho de que se necesitara un combo de autoridades de ese calibre para frenar este despiche solo demuestra la seriedad del asunto. No fue un simple chequeo de rutina; fue una intervención en toda regla porque, claramente, lo que se estaba cocinando ahí adentro era un atentado directo contra la salud pública. Y uno se pregunta, ¿cuántos otros locales no estarán en las mismas, volando por debajo del radar?
Aquí es donde la cosa se pone más densa, porque esto va más allá del simple asco. Esto es un tema de confianza y de seguridad. Los maes que estaban vendiendo este producto no solo estaban siendo unos irresponsables, se estaban jalando una torta monumental con la salud de la gente. Están especulando con el hecho de que muchos, por la prisa o por buscar el mejor precio, no se van a poner a analizar el color o el olor de cada pedazo de carne que compran. Se aprovechan de la buena fe del consumidor. Las autoridades dicen que estas acciones “fortalecen la seguridad alimentaria”, y aunque se les aplaude el decomiso, la procesión va por dentro. ¿Qué pasa con las sanciones? ¿Un simple desecho de la carne y una palmada en la mano, o va a haber consecuencias serias para los que juegan a la ruleta rusa con nuestros estómagos?
Lo que más frustra de toda esta vara es que expone una vulnerabilidad que todos tenemos. Dependemos de un sistema, de regulaciones y de la ética de los comerciantes para algo tan básico como comer. Y cuando ese sistema falla, o cuando alguien decide conscientemente saltárselo para ganarse unos cuantos colones extra, el que termina salado es uno, el cliente. Este operativo es una victoria, sin duda, pero también es un recordatorio amargo. Un recordatorio de que ese corte de carne barato que parece una ganga podría ser, en realidad, un pasaje directo a la clínica. Y en un país donde la comida es parte central de nuestra cultura, que nos quieran meter gol con algo tan sagrado como la comida, simplemente no tiene perdón.
Al final del día, la noticia de que esos 210 kilos de cochinada fueron desechados es un alivio. Pero la pregunta queda picando en el aire, como mosca en carnicería. Este fue un golpe certero, pero, ¿cuántas otras balas se quedaron en la recámara? ¿Cuántos otros comercios están operando en condiciones similares en este preciso instante? La confianza, una vez que se rompe, cuesta un mundo recuperarla. Así que, la próxima vez que pidan un pinto con carne o un chifrijo, quizás valga la pena echarle un segundo vistazo. Ustedes qué piensan, maes. ¿Confían ciegamente en la carne que compran en cualquier soda o carnicería, o ya esta noticia los puso a dudar? ¿Creen que estos operativos son suficientes o son apenas un paño tibio para un problema mucho más grande?