historia de la cama
A medida que nos hemos ido civilizando, las necesidades animales y biológicas -evacuar las heces y la orina, mantener relaciones sexuales, asear nuestro cuerpo y también dormir- se han convertido en actividades cada vez más íntimas. Puede sorprendernos comprobar que no siempre fue así, después de echar un vistazo histórico.
En la prehistoria y hasta la Edad Media, los lechos eran más bien lugares de descanso colectivo. La tribu habilitaba espacios cubiertos de paja y otros materiales cómodos para poder descansar. Estar cerca unos de otros les daba seguridad y les protegia de los posibles enemigos naturales (frío, depredadores…) La desnudez y las actividades copulatorias no eran tan tabú como hoy en día.
Hasta los siglos XVI y XVII, la cama fue un curioso lugar de socialización, muy distinto al que ahora conocemos. Era habitual que durmieran juntos los miembros de la misma familia, el señor con sus criados o la dama con sus doncellas; a los invitados, se les hacía un hueco para que pernoctaran en el lecho común. Esto lo sabemos por los textos de buenas costumbres de la época. Uno del siglo XV prescribía lo siguiente:
"Si ocurre que por la noche o en cualquier otro momento tienes que acostarte con una persona de rango superior, pregúntale qué lado de la cama le gusta más y acuéstate tú en el otro lado para dar prueba de tu educación. Una vez en la cama, estas son las reglas de cortesía que debes seguir: estírate y mantén rectas las piernas y los brazos. Cuando hayáis hablado todo lo que queréis, dale las buenas noches"
Otro del XVIII, con más gravedad, indicaba:
"Cuando en un viaje tengamos que acostarnos con una persona del mismo sexo, no conviene acercarse tanto que podamos molestar al otro, o incluso tocarle; aún peor es meter las piernas entre las de la otra persona."
Hoy por hoy resultaría sorprendente que nuestro anfitrión nos invitara a compartir su lecho, y ello podría dar lugar a malentendidos.
Observemos ahora cómo están distribuidos los espacios en cualquier casa modesta de la actualidad. Existen dos ámbitos: los públicos y los privados. En el salón-comedor y en la cocina, los miembros del grupo preparan sus alimentos, los ingieren y socializan entre ellos. Los espacios más íntimos son el baño y los dormitorios.
En el baño el cerrojo es hoy obligatorio. Asearse y evacuar las heces son actividades que nos gusta realizar a solas y, en todo caso, podemos compartirlas con personas muy, muy cercanas. Tal vez no sentimos tanta vergüenza de ducharnos, estar desnudos e incluso sentarnos en la taza, en presencia de nuestra pareja o de alguna amistad muy íntima. Pero en general, para realizar todas estas actividades ponemos el cerrojo. Cuando ocurre que en la calle tenemos que orinar, cambiarnos la compresa y cosas así, nos invade la vergüenza. Y la vergüenza es la que nos obliga a buscar un lugar donde nadie nos vea. Esto no era así hace algunos siglos: nuestros antepasados no se sonrojaban por realizar estas actividades en publico. Ni acompañaban con risitas cualquier alusión a ellas.
Los dormitorios son también espacios bastante privados. Suelen tener un cerrojo, aunque no de modo tan imperativo como en el baño. Según la norma que implícitamente rige las relaciones familiares, si no tienes pareja, duermes en una cama de 80 ó 90 cm de ancho. Excepto los niños, a quienes ocasionalmente podemos acostar juntos, la gente duerme sola si no tiene pareja reconocida. Se supone que hasta que te cases, no necesitas una "cama de matrimono", de 1’35 o 1´50. Esto es especiamente duro para los adolescentes y para las personas que, estando en edad de mantener relaciones sexuales, no disponen de su propio espacio; se supone que sí quieres desarrollar una vida íntima necesitas irte del núcleo familiar. Raras son las familas en las que se permiten más de una "cama de matrimonio".
Para las relaciones más estables la "cama de matrimonio" también suele provocar problemas, por una razón muy sencilla: aunque ames a tu pareja, posiblemente no desees dormir siempre con él o ella. Puede que alguna noche necesites tu propio espacio porque quieres leer, meditar o hacer lo que te apetezca. Puede que te encante hacer el amor y compartir la intimidad cor tu pareja, pero que odies sus ronquidos y prefieras descansar a solas. De hecho, todos los estudios indican que el sueño suele ser más reparador en soledad que en compañía. Pero como tienes pareja se supone que debes acudir a la "cama de matrimonio", institucionalizada como obligatoria. Esto provoca con frecuencia problemas y discusiones en los matrimonios con menos recursos. Los de la burguesía y la nobleza siempre lo han tenido bastante claro, y cada uno ha poseído sus propios "aposentos". Para las clases medias y bajas el espacio disponible es más limitado.
A medida que nos hemos ido civilizando, las necesidades animales y biológicas -evacuar las heces y la orina, mantener relaciones sexuales, asear nuestro cuerpo y también dormir- se han convertido en actividades cada vez más íntimas. Puede sorprendernos comprobar que no siempre fue así, después de echar un vistazo histórico.
En la prehistoria y hasta la Edad Media, los lechos eran más bien lugares de descanso colectivo. La tribu habilitaba espacios cubiertos de paja y otros materiales cómodos para poder descansar. Estar cerca unos de otros les daba seguridad y les protegia de los posibles enemigos naturales (frío, depredadores…) La desnudez y las actividades copulatorias no eran tan tabú como hoy en día.
Hasta los siglos XVI y XVII, la cama fue un curioso lugar de socialización, muy distinto al que ahora conocemos. Era habitual que durmieran juntos los miembros de la misma familia, el señor con sus criados o la dama con sus doncellas; a los invitados, se les hacía un hueco para que pernoctaran en el lecho común. Esto lo sabemos por los textos de buenas costumbres de la época. Uno del siglo XV prescribía lo siguiente:
"Si ocurre que por la noche o en cualquier otro momento tienes que acostarte con una persona de rango superior, pregúntale qué lado de la cama le gusta más y acuéstate tú en el otro lado para dar prueba de tu educación. Una vez en la cama, estas son las reglas de cortesía que debes seguir: estírate y mantén rectas las piernas y los brazos. Cuando hayáis hablado todo lo que queréis, dale las buenas noches"
Otro del XVIII, con más gravedad, indicaba:
"Cuando en un viaje tengamos que acostarnos con una persona del mismo sexo, no conviene acercarse tanto que podamos molestar al otro, o incluso tocarle; aún peor es meter las piernas entre las de la otra persona."
Hoy por hoy resultaría sorprendente que nuestro anfitrión nos invitara a compartir su lecho, y ello podría dar lugar a malentendidos.
Observemos ahora cómo están distribuidos los espacios en cualquier casa modesta de la actualidad. Existen dos ámbitos: los públicos y los privados. En el salón-comedor y en la cocina, los miembros del grupo preparan sus alimentos, los ingieren y socializan entre ellos. Los espacios más íntimos son el baño y los dormitorios.
En el baño el cerrojo es hoy obligatorio. Asearse y evacuar las heces son actividades que nos gusta realizar a solas y, en todo caso, podemos compartirlas con personas muy, muy cercanas. Tal vez no sentimos tanta vergüenza de ducharnos, estar desnudos e incluso sentarnos en la taza, en presencia de nuestra pareja o de alguna amistad muy íntima. Pero en general, para realizar todas estas actividades ponemos el cerrojo. Cuando ocurre que en la calle tenemos que orinar, cambiarnos la compresa y cosas así, nos invade la vergüenza. Y la vergüenza es la que nos obliga a buscar un lugar donde nadie nos vea. Esto no era así hace algunos siglos: nuestros antepasados no se sonrojaban por realizar estas actividades en publico. Ni acompañaban con risitas cualquier alusión a ellas.
Los dormitorios son también espacios bastante privados. Suelen tener un cerrojo, aunque no de modo tan imperativo como en el baño. Según la norma que implícitamente rige las relaciones familiares, si no tienes pareja, duermes en una cama de 80 ó 90 cm de ancho. Excepto los niños, a quienes ocasionalmente podemos acostar juntos, la gente duerme sola si no tiene pareja reconocida. Se supone que hasta que te cases, no necesitas una "cama de matrimono", de 1’35 o 1´50. Esto es especiamente duro para los adolescentes y para las personas que, estando en edad de mantener relaciones sexuales, no disponen de su propio espacio; se supone que sí quieres desarrollar una vida íntima necesitas irte del núcleo familiar. Raras son las familas en las que se permiten más de una "cama de matrimonio".
Para las relaciones más estables la "cama de matrimonio" también suele provocar problemas, por una razón muy sencilla: aunque ames a tu pareja, posiblemente no desees dormir siempre con él o ella. Puede que alguna noche necesites tu propio espacio porque quieres leer, meditar o hacer lo que te apetezca. Puede que te encante hacer el amor y compartir la intimidad cor tu pareja, pero que odies sus ronquidos y prefieras descansar a solas. De hecho, todos los estudios indican que el sueño suele ser más reparador en soledad que en compañía. Pero como tienes pareja se supone que debes acudir a la "cama de matrimonio", institucionalizada como obligatoria. Esto provoca con frecuencia problemas y discusiones en los matrimonios con menos recursos. Los de la burguesía y la nobleza siempre lo han tenido bastante claro, y cada uno ha poseído sus propios "aposentos". Para las clases medias y bajas el espacio disponible es más limitado.