¡Ay, Dios mío! Parece sacado de novela, ¿verdad?, pero le pasó a una compañera nuestra. Ana Luísa, una dentista de acá mismo, tuvo que enfrentar un cáncer de cabeza y cuello que la dejó patinando por unos meses. Pero mire usted, la marañón resultó ser más fuerte que el problema y ahora anda como piña, contando su historia para que nadie más se quede con la vara floja.
Todo empezó con un cosquilleo en el paladar, nada grave aparentemente. Ana Luísa, siendo quien es, pensó que era algo pasajero, un chunche de estrés por el brete del consultorio. Pero el asunto fue escalando, el cosquilleo se convirtió en dolor, especialmente cuando bebía cosas frías o comía platillos con limón. Ahí ya se puso el ojo encima y fue a chequearse con un doctor.
La bomba estalló cuando le dieron el diagnóstico: carcinoma adenoide quístico, un cancerito rarísimo que afecta a poquitos mortales. Según dicen, es como buscar aguja en paja, así de difícil de encontrar. Imagínese el susto, el hartazgo… Totalmente comprensible que se le haya ido el aire por unos momentos, como les pasa a todos en esas situaciones.
La solución, según los doctores, era operar. Y operaron, ¡cómo operaron! Una cirugía de más de 13 horas para quitarle el tumor. De eso no hay jueguecito, mae. Sacaron parte del maxilar, varias estructuras cercanas... Un verdadero baile fino quirúrgico. Después tuvieron que reconstruir la zona usando hueso y piel de su propia pierna, pero el cuerpo a veces juega sucio y el injerto no agarró, requiriendo otra cirugía adicional.
Pero ahí no acabó la tortilla. Después de la cirugía, tocó hacer terapia de radiación, unas 30 sesiones para asegurarse de que el cancerito no volviera a dar la cara. Mire, esto no es fácil ni para los más fuertes, imagínese el cansancio, la molestia, el ánimo por los suelos… Pero Ana Luísa no se rindió ni un poquito, siempre pensando en su hija, Cecília, que tenía apenas un año y medio.
Y hablando de Cecília, ahí está la clave de todo. Ana Luísa dice que vivir por ella fue lo que le dio fuerzas para seguir adelante. Antes de entrar a cirugía, la amamantó por última vez, pensando que quizás pasaban días antes de volver a verla. Eso sí que duele, ¿eh? Pero bueno, el amor de madre es capaz de mover montañas. Además, contó con el apoyo incondicional de su familia: padres, hermanos, suegros... Todos remando juntos para que pudiera salir adelante.
Ahora, mira tú, Ana Luísa está como nueva. Sus controles médicos no muestran señales de recaída y dice que vive con menos rigidez y mucho más agradecimiento. Reconoce que la experiencia la cambió, la hizo valorar cada detalle de la vida, cada momento con su familia. Ya no se aferra tanto a las reglas de crianza, prefiere disfrutar cada instante con su hija, bailar con ella, reírse con ella... ¡Eso es lo importante, pura vida!
Su historia, que se viralizó en las redes sociales, nos recuerda algo fundamental: no podemos ignorar ninguna señal de alerta. A veces, un simple cosquilleo o un dolorcito pueden ser la clave para salvar nuestras vidas. Entonces, dígame una cosa: ¿Ustedes qué hacen cuando sienten algo extraño en el cuerpo? ¿Acuden al médico de inmediato o prefieren esperar a que pase?
Todo empezó con un cosquilleo en el paladar, nada grave aparentemente. Ana Luísa, siendo quien es, pensó que era algo pasajero, un chunche de estrés por el brete del consultorio. Pero el asunto fue escalando, el cosquilleo se convirtió en dolor, especialmente cuando bebía cosas frías o comía platillos con limón. Ahí ya se puso el ojo encima y fue a chequearse con un doctor.
La bomba estalló cuando le dieron el diagnóstico: carcinoma adenoide quístico, un cancerito rarísimo que afecta a poquitos mortales. Según dicen, es como buscar aguja en paja, así de difícil de encontrar. Imagínese el susto, el hartazgo… Totalmente comprensible que se le haya ido el aire por unos momentos, como les pasa a todos en esas situaciones.
La solución, según los doctores, era operar. Y operaron, ¡cómo operaron! Una cirugía de más de 13 horas para quitarle el tumor. De eso no hay jueguecito, mae. Sacaron parte del maxilar, varias estructuras cercanas... Un verdadero baile fino quirúrgico. Después tuvieron que reconstruir la zona usando hueso y piel de su propia pierna, pero el cuerpo a veces juega sucio y el injerto no agarró, requiriendo otra cirugía adicional.
Pero ahí no acabó la tortilla. Después de la cirugía, tocó hacer terapia de radiación, unas 30 sesiones para asegurarse de que el cancerito no volviera a dar la cara. Mire, esto no es fácil ni para los más fuertes, imagínese el cansancio, la molestia, el ánimo por los suelos… Pero Ana Luísa no se rindió ni un poquito, siempre pensando en su hija, Cecília, que tenía apenas un año y medio.
Y hablando de Cecília, ahí está la clave de todo. Ana Luísa dice que vivir por ella fue lo que le dio fuerzas para seguir adelante. Antes de entrar a cirugía, la amamantó por última vez, pensando que quizás pasaban días antes de volver a verla. Eso sí que duele, ¿eh? Pero bueno, el amor de madre es capaz de mover montañas. Además, contó con el apoyo incondicional de su familia: padres, hermanos, suegros... Todos remando juntos para que pudiera salir adelante.
Ahora, mira tú, Ana Luísa está como nueva. Sus controles médicos no muestran señales de recaída y dice que vive con menos rigidez y mucho más agradecimiento. Reconoce que la experiencia la cambió, la hizo valorar cada detalle de la vida, cada momento con su familia. Ya no se aferra tanto a las reglas de crianza, prefiere disfrutar cada instante con su hija, bailar con ella, reírse con ella... ¡Eso es lo importante, pura vida!
Su historia, que se viralizó en las redes sociales, nos recuerda algo fundamental: no podemos ignorar ninguna señal de alerta. A veces, un simple cosquilleo o un dolorcito pueden ser la clave para salvar nuestras vidas. Entonces, dígame una cosa: ¿Ustedes qué hacen cuando sienten algo extraño en el cuerpo? ¿Acuden al médico de inmediato o prefieren esperar a que pase?