http://www.nacion.com/ln_ee/2009/agosto/27/opinion2070912.html
Buen artículo, bastante equilibrado me parece. Le da a todos las ideologías por igual.
Este Ulibarri es uno de los pocos liberales de CR que admiro.
A lo largo de su historia, América Latina ha sido pródiga en crear, o llevar hasta sus peores consecuencias, una diversa gama de estrategias, prácticas o modelos autoritarios que, con disfraces disímiles, han eliminado o distorsionado gravemente el verdadero sentido de la democracia.
A ese repertorio, que incluye los golpes castrenses, el populismo, el caudillismo, el totalitarismo personalista, los regímenes de “seguridad nacional”, el militarismo “popular” y el secuestro gubernamental por mafias u oligarquías, hay que añadir una nueva y gelatinosa modalidad: los golpes de Estado posmodernos.
Son aquellos que, mediante la adecuada (o torpe) manipulación de artilugios simbólicos, generan nuevos discursos para maquillar con otros ropajes el asalto al poder.
Hechos e imágenes. Ya no se trata de los generales que entran a Palacio, cierran el Congreso, anulan la Constitución, abarrotan las prisiones, prohíben los partidos políticos y descabezan el Poder Judicial. El juego, ahora, parte de un mayor grado de sutileza manipuladora: el uso de las instituciones formales de la democracia republicana para, desde ellas, anular su esencia y quehacer. La sustancia es similar, pero la “representación”, distinta.
En los dos polos de lo que parece ser una nueva guerra fría hemisférica, los casos más ilustrativos de esta perversa innovación son Honduras y Venezuela. Pero los riesgos también asoman en Nicaragua, Bolivia y Ecuador.
En Honduras, el único ingrediente golpista tradicional –y en extremo torpe– fue el virtual secuestro del presidente Manuel Zelaya la madrugada del 28 de junio y su expulsión hacia Costa Rica, en pijamas y sin sombrero.
Esa acción generó una poderosa imagen –o, en lenguaje posmodernista, “construcción simbólica”– desde la cual documentar la ruptura del orden constitucional, con ecos del pasado militarista latinoamericano. Por esto se produjo un rápido y necesario rechazo de la comunidad internacional: aceptar el hecho habría sido un terrible precedente para la democracia.
Sin embargo, hasta aquí llegan las posibles relaciones simbólicas con los golpes tradicionales.
Todo lo demás fue novedoso y formalmente apegado a las instituciones: la Constitución se mantuvo vigente; el Congreso siguió funcionando; la Presidencia de la República la asumió el presidente legislativo; los militares permanecieron en sus cuarteles; las libertades fundamentales no fueron anuladas, aunque sí agredidas; el Poder Judicial no fue suspendido; tampoco el Tribunal Electoral ni los partidos políticos. Y todas estas instituciones respaldaron la acción, con diversos argumentos institucionales. Además, se mantiene en firme la fecha de las próximas elecciones, el 29 de noviembre.
Golpe progresivo. En el caso de Venezuela no se ha producido (aún) ninguna acción dramática que permita marcar un antes y un después, como fue la expulsión de Zelaya. La esencia golpista es quizá peor, pero el método más nublado y la “representación” más evasiva.
El fenómeno puede calificarse como un golpe de Estado progresivo, coreografiado alrededor de distintas etapas y decisiones acumulativas, mediante las cuales se han ido cerrando los espacios de libertad y construyendo el poder autoritario y personalista –el “caudillismo-socialismo del siglo XXI”–, mientras se mantiene la retórica democrática.
Su barniz de legitimidad; es decir, el “discurso hegemónico” que aceita la trama, son las elecciones que llevaron a Chávez a la Presidencia y a sus diputados al Congreso. Pero lo que ha seguido es un proceso sistemático de asalto a la verdadera institucionalidad y un rechazo a gobernar democráticamente.
El más reciente paso golpista fue la nueva Ley de Educación, un perverso ejemplo de conductismo autoritario, destinado a secuestrar el proceso pedagógico y doblegar la autonomía universitaria.
Pocos meses o semanas atrás, una reforma a la Constitución permitió la reelección ilimitada, fueron canceladas las frecuencias a más de doscientas emisoras de radio y televisión independientes, el Gobierno Central se apropió de múltiples funciones de los gobernadores y alcaldes, y una ley introdujo limitaciones adicionales a los procesos electorales.
Semiótica política. Chávez, más que un zarpazo explícito y dramático, ha ido asestando heridas progresivas a las instituciones y el Estado de Derecho. Por esto resulta más difícil tipificar la estrategia golpista: no ha generado un “referente conceptual” tan explícito como el hondureño, aunque las consecuencias sean más graves. Como ha escrito el autor italiano Alessandro Baricco, al referirse a la sociedad contemporánea, “las cosas ya no son lo que son, sino lo que generan”.
Lo anterior, sumado a la riqueza petrolera venezolana, la magnitud del país y la complicidad implícita de dirigentes latinoamericanos respetables –encabezados por Lula —además de la comparsa del Alba, le ha permitido salirse con las suyas, sin el tipo de condena generada por el golpe contra Zelaya.
Es hora de que cese esta actitud complaciente y simplista que, asentada en la vieja semiótica política, reacciona ante lo que se asemeja a las imágenes del pasado, pero ignora los métodos y velos dictatoriales del presente.
Las valoraciones y respuestas ante los riesgos a la democracia latinoamericana, deben ser más precisas, honestas y enérgicas.
Si los déspotas posmodernos crean nuevas formas de violar las libertades, envueltas en novedosas pirotecnias simbólicas, los demócratas deben construir nuevas modalidades para defenderlas. Porque en política las apariencias son importantes, pero la realidad lo es aún más.
Buen artículo, bastante equilibrado me parece. Le da a todos las ideologías por igual.
Este Ulibarri es uno de los pocos liberales de CR que admiro.