Costa Rica, conocido por sus paisajes paradisiacos y su turismo, enfrenta una realidad menos atractiva: el aumento significativo de infecciones de transmisión sexual (ITS). Este fenómeno no es exclusivo del país, ya que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido sobre un incremento a nivel global. Sin embargo, en Costa Rica, el repunte ha tenido un impacto directo en varios sectores, entre ellos la industria del entretenimiento para adultos y los servicios sexuales.
Las ITS en Costa Rica han experimentado un aumento preocupante en los últimos años, afectando principalmente a los adultos jóvenes. Según informes recientes, las cifras no solo muestran un crecimiento en infecciones como la sífilis y la gonorrea, sino también en el virus del papiloma humano (VPH) y el herpes genital. Este panorama se complica debido a la creciente resistencia de algunas infecciones a los tratamientos convencionales, lo que agrava aún más la situación de salud pública.
Pero más allá del ámbito estrictamente sanitario, el incremento en los casos de ITS ha generado repercusiones en el sector de las trabajadoras sexuales y las llamadas “sexo servidoras”, quienes tradicionalmente operan en las calles o en clubes nocturnos. A pesar de que este sector históricamente ha funcionado en las sombras, la actual preocupación por las ITS ha provocado un notable descenso en la afluencia de clientes. Los consumidores de estos servicios, conscientes del riesgo sanitario que representan las ITS, han comenzado a replantearse la seguridad de acudir a sexo servidoras de bajo costo, ya que estas suelen estar más expuestas a situaciones de vulnerabilidad, como la falta de acceso a controles médicos regulares.
Este miedo a contraer una ITS ha provocado un cambio en los hábitos de consumo dentro de la industria del sexo. Por un lado, ha disminuido la demanda por sexo servidoras tradicionales, lo cual ha llevado a muchas de ellas a buscar nuevas formas de sobrevivir en un mercado cada vez más incierto. Por otro lado, ha habido un incremento en el consumo de damas de compañía, quienes suelen ofrecer servicios a un precio considerablemente más alto y con supuestas garantías de seguridad sanitaria. En este contexto, ha surgido la percepción – no siempre basada en hechos verificables – de que las damas de compañía, por ser más caras, son también más cuidadosas con su salud y están menos expuestas a infecciones de transmisión sexual.
Este cambio en el comportamiento del consumidor refleja no solo una preocupación legítima por la salud, sino también una dinámica clasista dentro de la industria del sexo. Mientras que las damas de compañía pueden permitirse someterse a controles médicos regulares y, por ende, ofrecer una "tranquilidad" adicional a sus clientes, las sexo servidoras de menores ingresos quedan marginadas, enfrentando aún más dificultades para subsistir en un entorno donde la estigmatización de las ITS se convierte en una barrera adicional.
La falsa seguridad que muchos clientes atribuyen a las damas de compañía de mayor precio también genera una peligrosa complacencia. El costo elevado de sus servicios no garantiza automáticamente que estén libres de infecciones, pero en el imaginario popular, pagar más parece traducirse en menor riesgo. Esto podría desembocar en una mayor propagación de ITS en un segmento de la población que, paradójicamente, se cree protegido por el dinero que paga.
Las autoridades de salud costarricenses han tratado de tomar cartas en el asunto, instando a la población a no bajar la guardia y a utilizar métodos de prevención, como el uso de preservativos, sin importar el precio del servicio sexual que se esté contratando. Sin embargo, los esfuerzos por educar y promover la prevención de ITS a menudo se ven opacados por la desinformación, el estigma y la falta de acceso a servicios de salud adecuados, especialmente entre los sectores más vulnerables.
La relación entre el aumento de infecciones de transmisión sexual y la industria del sexo no es un tema nuevo, pero la situación actual en Costa Rica pone en evidencia cómo la salud pública puede impactar profundamente en sectores tradicionalmente ignorados o marginalizados. Mientras las ITS sigan en aumento, tanto en Costa Rica como en el resto del mundo, los efectos en la sociedad seguirán siendo tangibles, afectando no solo a la salud de las personas, sino también a la economía informal y las dinámicas sociales de todo el país.
En última instancia, la creencia de que pagar más por servicios sexuales es sinónimo de mayor seguridad sanitaria no es más que un mito que, si no se aborda, podría perpetuar la transmisión de infecciones y aumentar la vulnerabilidad de quienes trabajan en la industria del sexo, especialmente las más pobres.
Las ITS en Costa Rica han experimentado un aumento preocupante en los últimos años, afectando principalmente a los adultos jóvenes. Según informes recientes, las cifras no solo muestran un crecimiento en infecciones como la sífilis y la gonorrea, sino también en el virus del papiloma humano (VPH) y el herpes genital. Este panorama se complica debido a la creciente resistencia de algunas infecciones a los tratamientos convencionales, lo que agrava aún más la situación de salud pública.
Pero más allá del ámbito estrictamente sanitario, el incremento en los casos de ITS ha generado repercusiones en el sector de las trabajadoras sexuales y las llamadas “sexo servidoras”, quienes tradicionalmente operan en las calles o en clubes nocturnos. A pesar de que este sector históricamente ha funcionado en las sombras, la actual preocupación por las ITS ha provocado un notable descenso en la afluencia de clientes. Los consumidores de estos servicios, conscientes del riesgo sanitario que representan las ITS, han comenzado a replantearse la seguridad de acudir a sexo servidoras de bajo costo, ya que estas suelen estar más expuestas a situaciones de vulnerabilidad, como la falta de acceso a controles médicos regulares.
Este miedo a contraer una ITS ha provocado un cambio en los hábitos de consumo dentro de la industria del sexo. Por un lado, ha disminuido la demanda por sexo servidoras tradicionales, lo cual ha llevado a muchas de ellas a buscar nuevas formas de sobrevivir en un mercado cada vez más incierto. Por otro lado, ha habido un incremento en el consumo de damas de compañía, quienes suelen ofrecer servicios a un precio considerablemente más alto y con supuestas garantías de seguridad sanitaria. En este contexto, ha surgido la percepción – no siempre basada en hechos verificables – de que las damas de compañía, por ser más caras, son también más cuidadosas con su salud y están menos expuestas a infecciones de transmisión sexual.
Este cambio en el comportamiento del consumidor refleja no solo una preocupación legítima por la salud, sino también una dinámica clasista dentro de la industria del sexo. Mientras que las damas de compañía pueden permitirse someterse a controles médicos regulares y, por ende, ofrecer una "tranquilidad" adicional a sus clientes, las sexo servidoras de menores ingresos quedan marginadas, enfrentando aún más dificultades para subsistir en un entorno donde la estigmatización de las ITS se convierte en una barrera adicional.
La falsa seguridad que muchos clientes atribuyen a las damas de compañía de mayor precio también genera una peligrosa complacencia. El costo elevado de sus servicios no garantiza automáticamente que estén libres de infecciones, pero en el imaginario popular, pagar más parece traducirse en menor riesgo. Esto podría desembocar en una mayor propagación de ITS en un segmento de la población que, paradójicamente, se cree protegido por el dinero que paga.
Las autoridades de salud costarricenses han tratado de tomar cartas en el asunto, instando a la población a no bajar la guardia y a utilizar métodos de prevención, como el uso de preservativos, sin importar el precio del servicio sexual que se esté contratando. Sin embargo, los esfuerzos por educar y promover la prevención de ITS a menudo se ven opacados por la desinformación, el estigma y la falta de acceso a servicios de salud adecuados, especialmente entre los sectores más vulnerables.
La relación entre el aumento de infecciones de transmisión sexual y la industria del sexo no es un tema nuevo, pero la situación actual en Costa Rica pone en evidencia cómo la salud pública puede impactar profundamente en sectores tradicionalmente ignorados o marginalizados. Mientras las ITS sigan en aumento, tanto en Costa Rica como en el resto del mundo, los efectos en la sociedad seguirán siendo tangibles, afectando no solo a la salud de las personas, sino también a la economía informal y las dinámicas sociales de todo el país.
En última instancia, la creencia de que pagar más por servicios sexuales es sinónimo de mayor seguridad sanitaria no es más que un mito que, si no se aborda, podría perpetuar la transmisión de infecciones y aumentar la vulnerabilidad de quienes trabajan en la industria del sexo, especialmente las más pobres.