¡Ay, Dios mío! Aquí vamos otra vez con el tema de la minería marina. Resulta que ahora el gobierno, con el Presidente al mando, anda apremiando al Congreso para sacar adelante un proyecto que prohíba esta práctica en nuestras aguas. La verdad, uno se queda pensando: ¿por qué tanta prisa? Siempre tienen que meterle pólvora a todo, güevito.
Todo empezó con el diputado Manuel Morales, allá por diciembre del año pasado, presentando la idea. Pero en marzo ya le dieron un freno, sacándole el trámite exprés. Ahora, con estas sesiones extraordinarias, parece que quieren forzar la jugada, buscando aprobarlo rapidito antes de que los diputados recuperen el control de la agenda en febrero. Esto huele raro, ¿verdad?
Y es que, como bien sabemos, Costa Rica siempre se ha visto como la “gran defensora” del medio ambiente. Nos gusta vernos como pioneros, imitando a países como Noruega, que suspendieron sus proyectos mineros en el Ártico. Morales, con su labia, nos recordó lo que pasó ahí, diciendo que hay que actuar con precaución y no andar “improvisando”. Suena lindo, pero… ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para quedar bien con la comunidad internacional?
El proyecto, como tal, es bastante claro: declara a Costa Rica “territorio libre de minería marina”, prohibiendo cualquier tipo de extracción de minerales en nuestras aguas. Hablan de nódulos polimetálicos, costras de ferromanganeso, oro, plata… un montón de cosas que uno ni siquiera sabía que existían. Lo que buscan es evitar cualquier daño irreversible al ambiente, proteger la biodiversidad marina y, por supuesto, cuidar nuestros negocios turísticos y pesqueros. Claro, porque eso es lo que realmente importa, ¿no?
Pero aquí viene el meollo del asunto, mi gente. ¿De verdad estamos perdiendo oportunidades de oro –literalmente– para aparentar ser unos “buenos”? Porque ojo, la minería marina podría traerle al país unos buenos billetes, generando empleos e impulsando nuestra economía. Aunque claro, siempre existe el riesgo de dañar el medio ambiente, eso nadie lo niega. La pregunta es si podemos encontrar un punto medio, regulando la actividad y estableciendo normas estrictas para proteger nuestro patrimonio natural.
Y no solo eso, porque hay que analizar quiénes se beneficiarían de esta minería. ¿Serán empresas extranjeras con intereses turbios? ¿O podrían ser inversionistas nacionales comprometidos con la sostenibilidad? Esa es una información clave que muchos prefieren ocultar. Porque, a fin de cuentas, detrás de estos discursos ambientalistas a menudo hay intereses económicos muy poderosos moviéndose en las sombras. ¡Qué despiche!
Además, no nos olvidemos que ya existen otras actividades que generan un impacto significativo en el medio ambiente, como la agricultura intensiva, la construcción de carreteras y el turismo masivo. ¿Por qué enfocarnos tanto en la minería marina y cerrar el ojo a esos problemas? Parece que les conviene tener un chivo expiatorio para distraer la atención pública, ¿eh? Morales insiste en que el mar no es una mina, sino un sistema vivo que nos da sustento. Con razón, pues él vive de la política, y a los políticos les encanta hablar de sistemas vivos y equilibrios ecológicos mientras llenan sus bolsillos.
En fin, la pelota está en el terreno del Congreso. Veremos si finalmente aprueban esta prohibición o si los diputados deciden darle una segunda mirada al tema, considerando todas las implicaciones económicas y sociales. Pero yo pregunto: ¿cree usted que Costa Rica debería prohibir la minería marina, aun sabiendo que podríamos perdernos posibles ingresos, o deberíamos buscar una forma de regular la actividad para aprovechar los beneficios sin comprometer nuestro medio ambiente? ¡Dígame, paisa!
Todo empezó con el diputado Manuel Morales, allá por diciembre del año pasado, presentando la idea. Pero en marzo ya le dieron un freno, sacándole el trámite exprés. Ahora, con estas sesiones extraordinarias, parece que quieren forzar la jugada, buscando aprobarlo rapidito antes de que los diputados recuperen el control de la agenda en febrero. Esto huele raro, ¿verdad?
Y es que, como bien sabemos, Costa Rica siempre se ha visto como la “gran defensora” del medio ambiente. Nos gusta vernos como pioneros, imitando a países como Noruega, que suspendieron sus proyectos mineros en el Ártico. Morales, con su labia, nos recordó lo que pasó ahí, diciendo que hay que actuar con precaución y no andar “improvisando”. Suena lindo, pero… ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para quedar bien con la comunidad internacional?
El proyecto, como tal, es bastante claro: declara a Costa Rica “territorio libre de minería marina”, prohibiendo cualquier tipo de extracción de minerales en nuestras aguas. Hablan de nódulos polimetálicos, costras de ferromanganeso, oro, plata… un montón de cosas que uno ni siquiera sabía que existían. Lo que buscan es evitar cualquier daño irreversible al ambiente, proteger la biodiversidad marina y, por supuesto, cuidar nuestros negocios turísticos y pesqueros. Claro, porque eso es lo que realmente importa, ¿no?
Pero aquí viene el meollo del asunto, mi gente. ¿De verdad estamos perdiendo oportunidades de oro –literalmente– para aparentar ser unos “buenos”? Porque ojo, la minería marina podría traerle al país unos buenos billetes, generando empleos e impulsando nuestra economía. Aunque claro, siempre existe el riesgo de dañar el medio ambiente, eso nadie lo niega. La pregunta es si podemos encontrar un punto medio, regulando la actividad y estableciendo normas estrictas para proteger nuestro patrimonio natural.
Y no solo eso, porque hay que analizar quiénes se beneficiarían de esta minería. ¿Serán empresas extranjeras con intereses turbios? ¿O podrían ser inversionistas nacionales comprometidos con la sostenibilidad? Esa es una información clave que muchos prefieren ocultar. Porque, a fin de cuentas, detrás de estos discursos ambientalistas a menudo hay intereses económicos muy poderosos moviéndose en las sombras. ¡Qué despiche!
Además, no nos olvidemos que ya existen otras actividades que generan un impacto significativo en el medio ambiente, como la agricultura intensiva, la construcción de carreteras y el turismo masivo. ¿Por qué enfocarnos tanto en la minería marina y cerrar el ojo a esos problemas? Parece que les conviene tener un chivo expiatorio para distraer la atención pública, ¿eh? Morales insiste en que el mar no es una mina, sino un sistema vivo que nos da sustento. Con razón, pues él vive de la política, y a los políticos les encanta hablar de sistemas vivos y equilibrios ecológicos mientras llenan sus bolsillos.
En fin, la pelota está en el terreno del Congreso. Veremos si finalmente aprueban esta prohibición o si los diputados deciden darle una segunda mirada al tema, considerando todas las implicaciones económicas y sociales. Pero yo pregunto: ¿cree usted que Costa Rica debería prohibir la minería marina, aun sabiendo que podríamos perdernos posibles ingresos, o deberíamos buscar una forma de regular la actividad para aprovechar los beneficios sin comprometer nuestro medio ambiente? ¡Dígame, paisa!
