¡Ay, Dios mío! La Asamblea Legislativa se puso bien sentidora este lunes con el homenaje a doña Carmen Granados Soto, alias “Rafela”. Develaron su retrato, una imagen que captura esa sonrisa pícara que tanto nos regalaba a través del tiempo. Fue una ceremonia llena de recuerdos, anécdotas y hasta unas cuantas lágrimas, porque, díganlo claro, Rafela era pura magia.
Para los más jóvenes que quizás no la vieron brillar en su época dorada, doña Carmen fue mucho más que una humorista. Era una maestra del folclore, una locutora con voz inconfundible, una compositora talentosa, una cantante apasionada y una poeta sensible. Sus personajes eran puro Costa Rica, reflejo de nuestras costumbres, nuestros problemas y nuestra alegría, todo envuelto en ese humor costoso que solo ella sabía manejar. La declaratoria como benemérita de las artes patrias fue lo justo, aunque ni el reconocimiento más grande le hace justicia a su legado.
El ambiente en la Asamblea estaba cargadito de emoción. Estuvieron presentes familiares, amigos y colegas, incluyendo figuras clave del arte nacional como Norval Calvo, quien nos recordó porque Rafela era tan especial. Conmovedor verlo imitarla, tratando de capturar esa esencia única que la hacía resaltar entre todos. Se nota que el mae todavía le guarda un gran cariño, y vaya que se notaba en cada gesto y cada frase.
José María Figueres Olsen, un viejo amigo personal de doña Carmen, también asistió al evento. Se pudo ver que la conexión entre ellos era muy profunda, un vínculo construido a lo largo de muchos años. Figurines aprovechó la oportunidad para recordar momentos compartidos y destacar la importancia de su contribución a la cultura costarricense. Uno se da cuenta que Rafela trascendió fronteras y tocó el corazón de mucha gente, incluso de políticos.
Pero el verdadero tesoro de la noche fue escuchar historias de cómo Rafela impactó vidas. Gente sencilla que recuerda sus programas de radio, sus actuaciones en televisión y sus presentaciones en escuelas y comunidades. Recordaban sus frases icónicas, sus imitaciones magistrales y su capacidad para hacer reír a pesar de las circunstancias difíciles. Ella tenía un don para conectar con la gente común, para hablarle al corazón del pueblo, y eso, mi pana, es algo que no se puede comprar con dinero.
Más allá de la develación del retrato, este homenaje significó un recordatorio de la riqueza cultural que tenemos en Costa Rica. Nos hizo reflexionar sobre la importancia de preservar nuestra identidad, de valorar a nuestros artistas y de mantener viva la llama del talento nacional. Doña Carmen Granados Soto dejó una huella imborrable en nuestra sociedad, y es nuestro deber seguir difundiendo su obra y su mensaje a las nuevas generaciones. Y hablando de nuevas generaciones, ¡qué bueno sería tener más humoristas con su chispa!
Y no podemos olvidarnos de mencionar que el grupo folclórico presente añadió un toque extra de sabor costarricense al evento. Con sus cantos y bailes tradicionales, lograron transportar a los asistentes a las raíces de nuestra cultura, creando una atmósfera festiva y alegre. Se sintió el espíritu de Rafael Ángel Calderón Guardia, con toda la energía y el colorido que caracterizaban sus actos públicos, pero con un matiz de nostalgia y respeto hacia una figura emblemática como Rafela. La verdad, fue un brete verlos actuar.
Ahora, dime tú, qué personaje de Rafela te hacía reír más y cuál recuerdas con más cariño? ¿Crees que los homenajes como este ayudan a mantener vivo el legado de nuestros artistas nacionales, o deberían hacerse cosas más concretas para apoyar el desarrollo de las artes en Costa Rica?
Para los más jóvenes que quizás no la vieron brillar en su época dorada, doña Carmen fue mucho más que una humorista. Era una maestra del folclore, una locutora con voz inconfundible, una compositora talentosa, una cantante apasionada y una poeta sensible. Sus personajes eran puro Costa Rica, reflejo de nuestras costumbres, nuestros problemas y nuestra alegría, todo envuelto en ese humor costoso que solo ella sabía manejar. La declaratoria como benemérita de las artes patrias fue lo justo, aunque ni el reconocimiento más grande le hace justicia a su legado.
El ambiente en la Asamblea estaba cargadito de emoción. Estuvieron presentes familiares, amigos y colegas, incluyendo figuras clave del arte nacional como Norval Calvo, quien nos recordó porque Rafela era tan especial. Conmovedor verlo imitarla, tratando de capturar esa esencia única que la hacía resaltar entre todos. Se nota que el mae todavía le guarda un gran cariño, y vaya que se notaba en cada gesto y cada frase.
José María Figueres Olsen, un viejo amigo personal de doña Carmen, también asistió al evento. Se pudo ver que la conexión entre ellos era muy profunda, un vínculo construido a lo largo de muchos años. Figurines aprovechó la oportunidad para recordar momentos compartidos y destacar la importancia de su contribución a la cultura costarricense. Uno se da cuenta que Rafela trascendió fronteras y tocó el corazón de mucha gente, incluso de políticos.
Pero el verdadero tesoro de la noche fue escuchar historias de cómo Rafela impactó vidas. Gente sencilla que recuerda sus programas de radio, sus actuaciones en televisión y sus presentaciones en escuelas y comunidades. Recordaban sus frases icónicas, sus imitaciones magistrales y su capacidad para hacer reír a pesar de las circunstancias difíciles. Ella tenía un don para conectar con la gente común, para hablarle al corazón del pueblo, y eso, mi pana, es algo que no se puede comprar con dinero.
Más allá de la develación del retrato, este homenaje significó un recordatorio de la riqueza cultural que tenemos en Costa Rica. Nos hizo reflexionar sobre la importancia de preservar nuestra identidad, de valorar a nuestros artistas y de mantener viva la llama del talento nacional. Doña Carmen Granados Soto dejó una huella imborrable en nuestra sociedad, y es nuestro deber seguir difundiendo su obra y su mensaje a las nuevas generaciones. Y hablando de nuevas generaciones, ¡qué bueno sería tener más humoristas con su chispa!
Y no podemos olvidarnos de mencionar que el grupo folclórico presente añadió un toque extra de sabor costarricense al evento. Con sus cantos y bailes tradicionales, lograron transportar a los asistentes a las raíces de nuestra cultura, creando una atmósfera festiva y alegre. Se sintió el espíritu de Rafael Ángel Calderón Guardia, con toda la energía y el colorido que caracterizaban sus actos públicos, pero con un matiz de nostalgia y respeto hacia una figura emblemática como Rafela. La verdad, fue un brete verlos actuar.
Ahora, dime tú, qué personaje de Rafela te hacía reír más y cuál recuerdas con más cariño? ¿Crees que los homenajes como este ayudan a mantener vivo el legado de nuestros artistas nacionales, o deberían hacerse cosas más concretas para apoyar el desarrollo de las artes en Costa Rica?