¡Qué desastre, pura torta! Una tragedia evitaba haberse dado este fin de semana sacudió a toda Costa Rica. Resulta que una niña de apenas siete años, luchando contra una hemorragia cerebral, no llegó a recibir atención médica oportuna en el Hospital Nacional de Niños debido a unas restricciones de vuelo nocturno que, ahora resulta, fueron clave en su desenlace fatal. Se armó un brete tremendo, diay.
La pequeña necesitaba ser traslada urgentemente desde el Hospital de Liberia al Hospital Nacional de Niños en San José. El asunto se complicó porque, justo el 6 de octubre, la Dirección General de Aviación Civil (DGAC) implementó restricciones horarias en varias terminales del país, incluyendo el aeropuerto Tobías Bolaños, donde suelen aterrizar estos vuelos de emergencia. Entre seis de la tarde y seis de la mañana, ni vueltas, cero vuelos. Un golpe bajo para la atención sanitaria, mángelo.
Imagínate la desesperación: el equipo médico sabía que cada segundo contaba, pero la aeronave quedó atrapada en Liberia. Lo peor es que tuvieron que devolver a la niña al hospital dos veces mientras esperaban una autorización milagrosa para poder despegar. Aeropuerto Juan Santamaría, sí, permitía vuelos nocturnos, pero el clima no cooperaba en ese momento. ¡Qué sal! Parecía que el destino estaba empeñado en jugarles una mala pasada.
Finalmente, lograron que el traslado se realizara al día siguiente, en la mañana. Pero, lamentablemente, ya era demasiado tarde. Según confirmó Ricardo Hernández, un operador de vuelos ambulancia, la menor falleceu poco después de llegar al Hospital Nacional de Niños. Un final amargo que ha dejado a muchos preguntándose qué tan justas eran esas restricciones.
Esta historia pone de manifiesto las consecuencias de las nuevas regulaciones de la DGAC, que entraron en vigor el 9 de octubre. Estas normas endurecen aún más las condiciones para los vuelos nocturnos y limitan la operatividad en aeródromos no controlados. Según expertos, esto complica seriamente la respuesta ante emergencias médicas, especialmente fuera de las áreas metropolitanas. Uno se queda pensando si este tipo de regulaciones son necesarias realmente.
Y ojo, que no estamos hablando de un caso aislado. Hernández calcula que en Costa Rica se realizan unos 700 vuelos ambulancia al año, ¡y la mitad de ellos ocurren de noche! La naturaleza de las emergencias médicas es impredecible; a veces, no hay tiempo para esperar a que salga el sol. Un oficio enviado por el sector privado a Marcos Castillo, director de Aviación Civil, ya había alertado sobre estos riesgos. Advertían que restringir los aeródromos nocturnos significaba dejar a mucha gente vulnerable ante cualquier eventualidad.
En ese documento, los representantes del sector detallaban precisamente el caso de la niña y enfatizaban que limitar los aeródromos nocturnos exponía a una gran parte de la población a quedarse sin asistencia aérea en situaciones críticas. Parece que nadie escuchó, y ahora tenemos esta triste consecuencia. Que le habrán dicho a Castillo para que aprobase semejante medida, ¡qué carga!
Es evidente que necesitamos revisar a fondo estas regulaciones para garantizar que no pongan en peligro la vida de los ciudadanos. Este caso nos deja una profunda reflexión: ¿hasta dónde puede justificarse una restricción burocrática cuando se trata de salvar vidas humanas? ¿Qué otras medidas podrían haberse tomado para evitar esta tragedia y asegurar un acceso rápido y seguro a la atención médica de emergencia en todo el país? ¿Creen ustedes que se debieron flexibilizar las reglas, a pesar de las implicaciones de seguridad?
La pequeña necesitaba ser traslada urgentemente desde el Hospital de Liberia al Hospital Nacional de Niños en San José. El asunto se complicó porque, justo el 6 de octubre, la Dirección General de Aviación Civil (DGAC) implementó restricciones horarias en varias terminales del país, incluyendo el aeropuerto Tobías Bolaños, donde suelen aterrizar estos vuelos de emergencia. Entre seis de la tarde y seis de la mañana, ni vueltas, cero vuelos. Un golpe bajo para la atención sanitaria, mángelo.
Imagínate la desesperación: el equipo médico sabía que cada segundo contaba, pero la aeronave quedó atrapada en Liberia. Lo peor es que tuvieron que devolver a la niña al hospital dos veces mientras esperaban una autorización milagrosa para poder despegar. Aeropuerto Juan Santamaría, sí, permitía vuelos nocturnos, pero el clima no cooperaba en ese momento. ¡Qué sal! Parecía que el destino estaba empeñado en jugarles una mala pasada.
Finalmente, lograron que el traslado se realizara al día siguiente, en la mañana. Pero, lamentablemente, ya era demasiado tarde. Según confirmó Ricardo Hernández, un operador de vuelos ambulancia, la menor falleceu poco después de llegar al Hospital Nacional de Niños. Un final amargo que ha dejado a muchos preguntándose qué tan justas eran esas restricciones.
Esta historia pone de manifiesto las consecuencias de las nuevas regulaciones de la DGAC, que entraron en vigor el 9 de octubre. Estas normas endurecen aún más las condiciones para los vuelos nocturnos y limitan la operatividad en aeródromos no controlados. Según expertos, esto complica seriamente la respuesta ante emergencias médicas, especialmente fuera de las áreas metropolitanas. Uno se queda pensando si este tipo de regulaciones son necesarias realmente.
Y ojo, que no estamos hablando de un caso aislado. Hernández calcula que en Costa Rica se realizan unos 700 vuelos ambulancia al año, ¡y la mitad de ellos ocurren de noche! La naturaleza de las emergencias médicas es impredecible; a veces, no hay tiempo para esperar a que salga el sol. Un oficio enviado por el sector privado a Marcos Castillo, director de Aviación Civil, ya había alertado sobre estos riesgos. Advertían que restringir los aeródromos nocturnos significaba dejar a mucha gente vulnerable ante cualquier eventualidad.
En ese documento, los representantes del sector detallaban precisamente el caso de la niña y enfatizaban que limitar los aeródromos nocturnos exponía a una gran parte de la población a quedarse sin asistencia aérea en situaciones críticas. Parece que nadie escuchó, y ahora tenemos esta triste consecuencia. Que le habrán dicho a Castillo para que aprobase semejante medida, ¡qué carga!
Es evidente que necesitamos revisar a fondo estas regulaciones para garantizar que no pongan en peligro la vida de los ciudadanos. Este caso nos deja una profunda reflexión: ¿hasta dónde puede justificarse una restricción burocrática cuando se trata de salvar vidas humanas? ¿Qué otras medidas podrían haberse tomado para evitar esta tragedia y asegurar un acceso rápido y seguro a la atención médica de emergencia en todo el país? ¿Creen ustedes que se debieron flexibilizar las reglas, a pesar de las implicaciones de seguridad?
