¡Ay, pata negra! El sector cebollero de nuestro país está sudando maderas y no precisamente porque hace calor. Las importaciones masivas, sumadas a un etiquetado que parece juego de azar, están dejando a nuestros productores locales con el agua al cuello. Parece que algunos prefieren traer cebolla de afuera antes que darle una oportunidad a quienes le ponen el empeño y cultivan la nuestra, la pura.
La bronca viene arrastrándose desde hace tiempo, pero ahora ha explotado como un volcán. Productores de distintas zonas –desde Grecia hasta Zarcero– se han levantado en protesta, exigiendo soluciones urgentes. No es cuestión de echarle la culpa al mundo entero, pero la realidad es dura: se están comprando cebollas baratas de otros países, mientras que los que trabajan la tierra acá reciben unas pelas que ni pa’ un cafecito decente alcanzan.
Corporación Hortícola Nacional, Ashori, Coopehorti Irazú... la lista de organizaciones que se han unido a esta lucha es larga, y eso demuestra la magnitud del problema. Como bien dice César Gómez, representante del sector, “tenemos la capacidad de ofrecer calidad, calibre y abastecimiento continuo, pero no se nos da la oportunidad de vender directamente”. ¡Duro, diay!
Lo que estos señores están proponiendo no es ningún lujo, sino sentido común: contratos directos entre comerciantes y productores, precios justos, y que se cumpla la norma técnica RTCR 489:2018. Ah, y que les dejen saber qué onda con la cebolla que están vendiendo, ¡pa' que el público pueda elegir con conciencia!
Y hablando de la RTCR 489:2018, parece que esa norma está más olvidada que mi abuela en Facebook. Aunque dicen que han hecho correcciones, todavía hay omisiones graves. Calibre, clasificación, fecha de vencimiento… cosas que no son tecnicismos, sino datos esenciales para que el consumidor sepa qué está pagando. ¡Es como ir al supermercado con los ojos vendados, mae!
El daño económico y social es inmenso. Mientras el productor recibe unos ¢250-¢400 por kilo en la finca, nosotros, los consumidores, pagamos hasta ¢1.500 en la venta. ¡Eso no es justo, ni medio! Y si esto sigue así, muchos pequeños agricultores podrían verse obligados a tirar la toalla, dejando sus tierras abandonadas y desplazando a miles de familias campesinas. Imagínate, la zona norte de Cartago, que siempre ha sido cuna de labradores, convirtiéndose en un erial...
Ya han puesto denuncias penales contra importadores por subfacturación y etiquetado incompleto, y el sector está metido hasta las cejas en esas movidas. No se trata de “vicios administrativos”, sino de delitos que están afectando gravemente a los productores y perjudicando a los consumidores. ¡Esto tiene que parar, caramba!
Ahora, la pelota está en la cancha del gobierno y de las cadenas comerciales. Que respeten la norma técnica, que etiqueten las cosas como Dios manda, y que le den una oportunidad a la producción nacional. Porque al final del día, apoyar a nuestros agricultores es apoyar a Costa Rica. Entonces, ¿crees que realmente podemos cambiar nuestros hábitos de consumo y apostar por la cebolla tica, sabiendo que estamos contribuyendo a sostener a nuestras comunidades rurales?
La bronca viene arrastrándose desde hace tiempo, pero ahora ha explotado como un volcán. Productores de distintas zonas –desde Grecia hasta Zarcero– se han levantado en protesta, exigiendo soluciones urgentes. No es cuestión de echarle la culpa al mundo entero, pero la realidad es dura: se están comprando cebollas baratas de otros países, mientras que los que trabajan la tierra acá reciben unas pelas que ni pa’ un cafecito decente alcanzan.
Corporación Hortícola Nacional, Ashori, Coopehorti Irazú... la lista de organizaciones que se han unido a esta lucha es larga, y eso demuestra la magnitud del problema. Como bien dice César Gómez, representante del sector, “tenemos la capacidad de ofrecer calidad, calibre y abastecimiento continuo, pero no se nos da la oportunidad de vender directamente”. ¡Duro, diay!
Lo que estos señores están proponiendo no es ningún lujo, sino sentido común: contratos directos entre comerciantes y productores, precios justos, y que se cumpla la norma técnica RTCR 489:2018. Ah, y que les dejen saber qué onda con la cebolla que están vendiendo, ¡pa' que el público pueda elegir con conciencia!
Y hablando de la RTCR 489:2018, parece que esa norma está más olvidada que mi abuela en Facebook. Aunque dicen que han hecho correcciones, todavía hay omisiones graves. Calibre, clasificación, fecha de vencimiento… cosas que no son tecnicismos, sino datos esenciales para que el consumidor sepa qué está pagando. ¡Es como ir al supermercado con los ojos vendados, mae!
El daño económico y social es inmenso. Mientras el productor recibe unos ¢250-¢400 por kilo en la finca, nosotros, los consumidores, pagamos hasta ¢1.500 en la venta. ¡Eso no es justo, ni medio! Y si esto sigue así, muchos pequeños agricultores podrían verse obligados a tirar la toalla, dejando sus tierras abandonadas y desplazando a miles de familias campesinas. Imagínate, la zona norte de Cartago, que siempre ha sido cuna de labradores, convirtiéndose en un erial...
Ya han puesto denuncias penales contra importadores por subfacturación y etiquetado incompleto, y el sector está metido hasta las cejas en esas movidas. No se trata de “vicios administrativos”, sino de delitos que están afectando gravemente a los productores y perjudicando a los consumidores. ¡Esto tiene que parar, caramba!
Ahora, la pelota está en la cancha del gobierno y de las cadenas comerciales. Que respeten la norma técnica, que etiqueten las cosas como Dios manda, y que le den una oportunidad a la producción nacional. Porque al final del día, apoyar a nuestros agricultores es apoyar a Costa Rica. Entonces, ¿crees que realmente podemos cambiar nuestros hábitos de consumo y apostar por la cebolla tica, sabiendo que estamos contribuyendo a sostener a nuestras comunidades rurales?