¡Aguante, pura vida! Pero esto sí nos cae gordo, literal. Las estadísticas del Colegio de Profesionales en Nutrición (CPN) nos dan un susto de muerte: siete de cada diez adultos en Costa Rica estamos peleando con unos kilitos de más, o peor aún, con la obesidad. No es chisme de revista, es la realidad que nos golpea justo en la barriga.
Y si pensábamos que era solo cosa de los mayores, ¡esperen nomás! Uno de cada tres adolescentes también anda con el mismo brete. Parece que le pusimos poquito empeño a educarlos en cosas tan elementales como comer sano y hacer ejercicio. Este panorama no es solo triste, es un problemón nacional que nos va a salir caro, muy caro.
La bronca no es solamente estética, mis queridos. Este exceso de peso y la obesidad son detonadores directos de unas enfermedades no transmisibles (ENT) que nos van a sacar las castañas de fuego. Diabetes, hipertensión, problemas del corazón… ¡la lista es larga y aterradora! Nos vamos a estar tratando mutuamente en lugar de disfrutar de la vida. Unos años atrás, este tipo de enfermedad estaba reservada para personas de edad avanzada, ahora es común verlo en jóvenes.
Según el Ministerio de Salud, ¡casi la mitad del presupuesto de salud se va en atender estas enfermedades! Estamos hablando de unos ¢592 mil millones destinados únicamente a eso. Mientras tanto, la inversión en prevención es risitas, apenas unos ¢654 millones, ¡una ganga comparado con lo que gastamos en curar! Como dice la gente, “invertir en pólvora es perder dinero”.
Giselle Zúñiga, vocera del CPN y maestra de la UCR, lo puso claro: “Estamos tirándole toda la lana a apagar incendios en lugar de evitar que se prendan”. Tiene razón, mi amor. Es como si estuviéramos luchando contra un tsunami con un balde lleno de agua. Tenemos que cambiar la estrategia, urgentemente.
Lo grave es que esto no discrimina a nadie. Ya sea en San José, Limón, Guanacaste... ¡todos estamos en la mira del sobrepeso! Los estudios del Inciensa muestran que el problema viene de lejos, desde la infancia, y se prolonga durante toda la vida. Y encima, con esta comida procesada que hay en cada esquina, no tenemos muchas opciones sanas.
Y no nos olvidemos de la influencia del marketing, esos anuncios engañosos dirigidos a nuestros puros, especialmente a los niños. ¿Quién no recuerda esas campañas de refrescos que prometían felicidad y diversión? Pues resulta que estaban vendiéndonos una bomba de azúcar disfrazada. El UNICEF ha alertado que en otros países, estos productos llegan a representar hasta el 50% de la ingesta calórica de los niños y adolescentes. ¡Qué sal!
Entonces, ¿qué hacemos, mae? El CPN propone reforzar la educación alimentaria, regular la publicidad, implementar etiquetas claras en los alimentos, promover entornos saludables y, sobre todo, ¡invertir en prevención! Porque, al final del día, cuidar nuestra salud es responsabilidad de todos. Pero me pregunto, ¿cree usted que realmente estamos dispuestos a cambiar nuestros hábitos y enfrentar esta epidemia de sobrepeso y obesidad, o vamos a seguir tragándonos la pastilla y esperando que alguien más resuelva el problema?
Y si pensábamos que era solo cosa de los mayores, ¡esperen nomás! Uno de cada tres adolescentes también anda con el mismo brete. Parece que le pusimos poquito empeño a educarlos en cosas tan elementales como comer sano y hacer ejercicio. Este panorama no es solo triste, es un problemón nacional que nos va a salir caro, muy caro.
La bronca no es solamente estética, mis queridos. Este exceso de peso y la obesidad son detonadores directos de unas enfermedades no transmisibles (ENT) que nos van a sacar las castañas de fuego. Diabetes, hipertensión, problemas del corazón… ¡la lista es larga y aterradora! Nos vamos a estar tratando mutuamente en lugar de disfrutar de la vida. Unos años atrás, este tipo de enfermedad estaba reservada para personas de edad avanzada, ahora es común verlo en jóvenes.
Según el Ministerio de Salud, ¡casi la mitad del presupuesto de salud se va en atender estas enfermedades! Estamos hablando de unos ¢592 mil millones destinados únicamente a eso. Mientras tanto, la inversión en prevención es risitas, apenas unos ¢654 millones, ¡una ganga comparado con lo que gastamos en curar! Como dice la gente, “invertir en pólvora es perder dinero”.
Giselle Zúñiga, vocera del CPN y maestra de la UCR, lo puso claro: “Estamos tirándole toda la lana a apagar incendios en lugar de evitar que se prendan”. Tiene razón, mi amor. Es como si estuviéramos luchando contra un tsunami con un balde lleno de agua. Tenemos que cambiar la estrategia, urgentemente.
Lo grave es que esto no discrimina a nadie. Ya sea en San José, Limón, Guanacaste... ¡todos estamos en la mira del sobrepeso! Los estudios del Inciensa muestran que el problema viene de lejos, desde la infancia, y se prolonga durante toda la vida. Y encima, con esta comida procesada que hay en cada esquina, no tenemos muchas opciones sanas.
Y no nos olvidemos de la influencia del marketing, esos anuncios engañosos dirigidos a nuestros puros, especialmente a los niños. ¿Quién no recuerda esas campañas de refrescos que prometían felicidad y diversión? Pues resulta que estaban vendiéndonos una bomba de azúcar disfrazada. El UNICEF ha alertado que en otros países, estos productos llegan a representar hasta el 50% de la ingesta calórica de los niños y adolescentes. ¡Qué sal!
Entonces, ¿qué hacemos, mae? El CPN propone reforzar la educación alimentaria, regular la publicidad, implementar etiquetas claras en los alimentos, promover entornos saludables y, sobre todo, ¡invertir en prevención! Porque, al final del día, cuidar nuestra salud es responsabilidad de todos. Pero me pregunto, ¿cree usted que realmente estamos dispuestos a cambiar nuestros hábitos y enfrentar esta epidemia de sobrepeso y obesidad, o vamos a seguir tragándonos la pastilla y esperando que alguien más resuelva el problema?