Buena parte de la inoperancia de nuestro mercado de trabajo y de estado de bienestar laboral, podemos comprenderlo a través de la dualidad.
Al finalizar la catastrófica II Guerra Mundial, los partidos socialdemócratas se aliaron con los sindicatos y los trabajadores procurando el desarrollo de un Estado de Bienestar y de fomento del empleo. Pero desde la década de los años setenta esta alianza ha venido a menos por causa de múltiples factores que inciden en su contra, causados por la globalización e internacionalización de las economías: Envejecimiento de la población, abundancia de jóvenes desempleados, ágil movilidad industrial, cambios de tecnologías, han originado un desgaste de la tradicional uniformidad de los trabajadores de occidente. Aquellos tiempos del empleo seguro y hasta por toda la vida, de empresas relativamente grandes y grandes, terminaron. Hoy el subempleo desplaza al empleo, y la abundancia de jóvenes sin trabajo, hace que los poquitos empleadores los exploten, con horarios que van más allá de la setenta horas semanales, sin pago de horas extra, y salario a pagar mensualmente, lo que aprovechan para caparles el 20% mensual (?) y lo desglosan así: un 5% por adelanto de la quincena y otro 5% por uso del banco donde les depositan, es decir, el salario mensual pactado lo vuelven quincenal para dejarse el patrono el 20% del exiguo salario que les pagan, pues en la mayoría de los casos no cuenta con seguro social, pero les rebajan al cuota, ni con feriados, en suma no cuentan con sus legales garantías laborales. Y, si algún trabajador les solicita el pago mensual para evitarse los rebajos de comentario, la respuesta es la consabida: No se puede porque que es política de la Empresa y al que no le gusta, que renuncie. Sumado a estos males, lejos de la estabilidad laboral, encontramos el empleo temporal, regimenes laborales inestables, la subcontratación y el subempleo.
Esta crisis es la que se cita en primer lugar como la dualidad que experimenta el mercado laboral, situación que se viene dando de forma progresiva con implicaciones sociales y políticas de alto relieve. Esta dualidad se asienta en la división de la fuerza laboral en dos direcciones principales: La primera conformada por una clase de trabajadores protegidos y regulados, privilegiados. Son los que cuentan con todas sus garantías laborales, trabajos estables, bien remunerados, con incentivos salariales, pago por exclusividad, debidamente asegurados, y muchos más. La segunda constituida por una masa de trabajadores desprotegidos, desempleados o con trabajos muy precarios, sin privilegios, expoliados a vista y paciencia de nuestro Ministerio de trabajo, lleno de inspectores que solo visitan gerencias y gerentes, haciendo a un lado el propio centro de trabajo, subcontratados, subempleados, sin salarios mínimos, sin Seguro Social, mal pagada su labor, con horarios abusivos y despiadados, e incluso con tratos personales que hieren la dignidad de la persona.
Esta dualidad incide y tiene su relevante importancia en la eficiencia y la justicia social, en cuanto a la eficiencia ésta incide negativamente y afecta la productividad de la economía. La existencia de trabajadores desprotegidos propicia que las empresas manejen dos clases de trabajadores, los que toman para ajustarse a los tiempos de recesión económica, desasiéndose de los empleados temporales. Esto favorece a las compañías de poco capital humano, propiciando un mercado de trabajo más flexible externamente por los despidos laborales que se dan. La dualidad afecta a los empleados más proclives al desempleo y a la eventualidad, que si no son los más productivos si son los más desprotegidos.
En otro orden, la dualidad, también tiene sus implicaciones que tienen que ver con el funcionamiento de un Estado de Bienestar. Al iniciarse los acuerdos se estableció, que el trabajador, al comenzar su vida laboral joven, se le asigne un puesto de trabajo permanente debiendo cotizar para sostener sus prestaciones sociales presentes y futuras. Pero la dualidad ha quebrado este equilibrio, pues por estos tiempos es necesario cotizar por períodos largos de vida para poder ser beneficiario. Los de salarios altos y de trabajos de tiempo indefinido tienden a ser más y mejor protegidos que la clase del segundo grupo, sean aquellos trabajadores abrumados por las discontinuidades laborales, a los que sujetan con contratos temporales leoninos, a los de ingresos más bajos, si acaso algunos están cubiertos. Esto origina problemas de la distribución económica al excluir del sistema esa población laboral más vulnerable, a la que no le llegan las debidas prestaciones sociales y económicas.
La precariedad de nuestro mercado de trabajo y un estado social laboral, lo entendemos por la dualidad expuesta, porque este fenómeno también ha afectado a sectores políticos y sociales, los cuales la favorecen al no impedirla; los partidos políticos poco incentivan en la orientación del gasto social a favor de esas clases laborales desprotegidas; por el contrario, las clases de trabajadores, protegidos, privilegiados, con mas recursos económicos, más y mejor organizados, los que más participan en las elecciones. Al otro lado, para los sindicatos, no hay suficientes razones a movilizarse en procura de negociaciones para los precarios, ni de los de bajos recursos económicos, pues el votante mediano de las elecciones sindicales es un trabajador protegido, y los desprotegidos, en su mayoría, se les localiza en los alrededores de los grandes centros de trabajo, donde los sindicatos escasamente operan.
Traída las cosas a nuestro medio, y responder a los retos que afronta el País en esta materia, es esencial empezar a hablar de esa clase laboral desprotegida, marginada. Si se busca un crecimiento económico en nuestro País, se hace necesario un cambio del modelo productivo, y de su distribución, que ayude a salir de la crisis, y a una estabilidad económica y social. Es decisivo, dirigir la atención y centrarse en la población perdedora, más vulnerada por esta crisis. Pienso que únicamente afrontando a profundidad las causas generadoras de este problema, se lograría salir adelante con este inquietante tema, que no solo afecta a la masa de trabajadores explicados, sino también a la sociedad y su economía.
¡Es hora de equiparar y repartir los privilegios!
Al finalizar la catastrófica II Guerra Mundial, los partidos socialdemócratas se aliaron con los sindicatos y los trabajadores procurando el desarrollo de un Estado de Bienestar y de fomento del empleo. Pero desde la década de los años setenta esta alianza ha venido a menos por causa de múltiples factores que inciden en su contra, causados por la globalización e internacionalización de las economías: Envejecimiento de la población, abundancia de jóvenes desempleados, ágil movilidad industrial, cambios de tecnologías, han originado un desgaste de la tradicional uniformidad de los trabajadores de occidente. Aquellos tiempos del empleo seguro y hasta por toda la vida, de empresas relativamente grandes y grandes, terminaron. Hoy el subempleo desplaza al empleo, y la abundancia de jóvenes sin trabajo, hace que los poquitos empleadores los exploten, con horarios que van más allá de la setenta horas semanales, sin pago de horas extra, y salario a pagar mensualmente, lo que aprovechan para caparles el 20% mensual (?) y lo desglosan así: un 5% por adelanto de la quincena y otro 5% por uso del banco donde les depositan, es decir, el salario mensual pactado lo vuelven quincenal para dejarse el patrono el 20% del exiguo salario que les pagan, pues en la mayoría de los casos no cuenta con seguro social, pero les rebajan al cuota, ni con feriados, en suma no cuentan con sus legales garantías laborales. Y, si algún trabajador les solicita el pago mensual para evitarse los rebajos de comentario, la respuesta es la consabida: No se puede porque que es política de la Empresa y al que no le gusta, que renuncie. Sumado a estos males, lejos de la estabilidad laboral, encontramos el empleo temporal, regimenes laborales inestables, la subcontratación y el subempleo.
Esta crisis es la que se cita en primer lugar como la dualidad que experimenta el mercado laboral, situación que se viene dando de forma progresiva con implicaciones sociales y políticas de alto relieve. Esta dualidad se asienta en la división de la fuerza laboral en dos direcciones principales: La primera conformada por una clase de trabajadores protegidos y regulados, privilegiados. Son los que cuentan con todas sus garantías laborales, trabajos estables, bien remunerados, con incentivos salariales, pago por exclusividad, debidamente asegurados, y muchos más. La segunda constituida por una masa de trabajadores desprotegidos, desempleados o con trabajos muy precarios, sin privilegios, expoliados a vista y paciencia de nuestro Ministerio de trabajo, lleno de inspectores que solo visitan gerencias y gerentes, haciendo a un lado el propio centro de trabajo, subcontratados, subempleados, sin salarios mínimos, sin Seguro Social, mal pagada su labor, con horarios abusivos y despiadados, e incluso con tratos personales que hieren la dignidad de la persona.
Esta dualidad incide y tiene su relevante importancia en la eficiencia y la justicia social, en cuanto a la eficiencia ésta incide negativamente y afecta la productividad de la economía. La existencia de trabajadores desprotegidos propicia que las empresas manejen dos clases de trabajadores, los que toman para ajustarse a los tiempos de recesión económica, desasiéndose de los empleados temporales. Esto favorece a las compañías de poco capital humano, propiciando un mercado de trabajo más flexible externamente por los despidos laborales que se dan. La dualidad afecta a los empleados más proclives al desempleo y a la eventualidad, que si no son los más productivos si son los más desprotegidos.
En otro orden, la dualidad, también tiene sus implicaciones que tienen que ver con el funcionamiento de un Estado de Bienestar. Al iniciarse los acuerdos se estableció, que el trabajador, al comenzar su vida laboral joven, se le asigne un puesto de trabajo permanente debiendo cotizar para sostener sus prestaciones sociales presentes y futuras. Pero la dualidad ha quebrado este equilibrio, pues por estos tiempos es necesario cotizar por períodos largos de vida para poder ser beneficiario. Los de salarios altos y de trabajos de tiempo indefinido tienden a ser más y mejor protegidos que la clase del segundo grupo, sean aquellos trabajadores abrumados por las discontinuidades laborales, a los que sujetan con contratos temporales leoninos, a los de ingresos más bajos, si acaso algunos están cubiertos. Esto origina problemas de la distribución económica al excluir del sistema esa población laboral más vulnerable, a la que no le llegan las debidas prestaciones sociales y económicas.
La precariedad de nuestro mercado de trabajo y un estado social laboral, lo entendemos por la dualidad expuesta, porque este fenómeno también ha afectado a sectores políticos y sociales, los cuales la favorecen al no impedirla; los partidos políticos poco incentivan en la orientación del gasto social a favor de esas clases laborales desprotegidas; por el contrario, las clases de trabajadores, protegidos, privilegiados, con mas recursos económicos, más y mejor organizados, los que más participan en las elecciones. Al otro lado, para los sindicatos, no hay suficientes razones a movilizarse en procura de negociaciones para los precarios, ni de los de bajos recursos económicos, pues el votante mediano de las elecciones sindicales es un trabajador protegido, y los desprotegidos, en su mayoría, se les localiza en los alrededores de los grandes centros de trabajo, donde los sindicatos escasamente operan.
Traída las cosas a nuestro medio, y responder a los retos que afronta el País en esta materia, es esencial empezar a hablar de esa clase laboral desprotegida, marginada. Si se busca un crecimiento económico en nuestro País, se hace necesario un cambio del modelo productivo, y de su distribución, que ayude a salir de la crisis, y a una estabilidad económica y social. Es decisivo, dirigir la atención y centrarse en la población perdedora, más vulnerada por esta crisis. Pienso que únicamente afrontando a profundidad las causas generadoras de este problema, se lograría salir adelante con este inquietante tema, que no solo afecta a la masa de trabajadores explicados, sino también a la sociedad y su economía.
¡Es hora de equiparar y repartir los privilegios!