La reciente creación de la Comisión Nacional de Prevención de Abusos y Protección de Menores (CONAPROME) por parte de la Iglesia Católica de Costa Rica ha sido recibida con una mezcla de escepticismo y crítica.
Mientras la Iglesia promueve esta iniciativa como un esfuerzo renovado para instaurar una "cultura del cuidado", muchos no pueden evitar señalar el histórico encubrimiento de abusos sexuales que ha caracterizado a la institución a nivel global.
Aunque CONAPROME pretende ofrecer espacios seguros y educación en prevención, las sombras de los abusos pasados persiguen cada uno de sus pasos.
Uno de los puntos más inquietantes es que esta campaña surge en un contexto donde las denuncias de abusos sexuales por parte del clero continúan resonando. La Iglesia se enfrenta a una paradoja: por un lado, quiere mostrarse como una institución moralmente renovada, pero por otro, muchos casos de abuso han quedado sin justicia ni reparación para las víctimas. Este doble discurso no solo erosiona la credibilidad de iniciativas como CONAPROME, sino que también amplifica el dolor de quienes fueron silenciados durante décadas.
Es fácil cuestionar si esta nueva comisión es realmente un cambio sustancial o un simple acto de relaciones públicas. Durante mucho tiempo, la Iglesia ha sido acusada de encubrir a los responsables de abusos, moviéndolos de parroquia en parroquia y protegiéndolos de las consecuencias legales. El hecho de que ahora se intente abanderar la lucha contra estos mismos abusos genera una justificada desconfianza.
La cultura del cuidado, según la promueve CONAPROME, se centra en la prevención de futuros abusos a través de la formación de clérigos, educadores y laicos. Sin embargo, se evade la discusión sobre cómo se abordarán las heridas abiertas del pasado. La justicia para las víctimas no puede limitarse a la prevención de futuros crímenes; requiere un reconocimiento pleno de los abusos cometidos, un proceso de reparación genuina y la implementación de medidas judiciales contra los responsables.
Otro aspecto problemático es que la Iglesia sigue resistiéndose a la transparencia total. En muchos países, las diócesis han sido reticentes a colaborar con las autoridades civiles para llevar a cabo investigaciones exhaustivas sobre los abusos cometidos. Si CONAPROME pretende ser algo más que una cortina de humo, deberá demostrar una voluntad inequívoca de colaborar con la justicia, sin importar las implicaciones que esto pueda tener para la reputación de la institución.
Las víctimas de abuso por parte del clero han sido sistemáticamente silenciadas, y muchas de ellas todavía esperan una rendición de cuentas adecuada. Iniciativas como CONAPROME, si bien parecen un paso en la dirección correcta, no abordan de manera integral el problema de fondo: la cultura del secretismo y la impunidad dentro de la Iglesia.
Al final del día, el éxito de CONAPROME no dependerá únicamente de los discursos sobre la "cultura del cuidado", sino de su capacidad para enfrentar de manera frontal el legado de abuso sexual que ha manchado a la Iglesia Católica en Costa Rica y en todo el mundo.
Solo entonces se podrá hablar de un verdadero cambio. Si la Iglesia no reconoce y repara su pasado de manera pública y honesta, cualquier esfuerzo preventivo corre el riesgo de ser percibido como una estrategia de control de daños en lugar de una verdadera transformación moral.
Es hora de que la Iglesia deje de "tirar la piedra y esconder la mano", y se enfrente a sus propios fantasmas con la transparencia y responsabilidad que las víctimas han estado exigiendo durante décadas.
Mientras la Iglesia promueve esta iniciativa como un esfuerzo renovado para instaurar una "cultura del cuidado", muchos no pueden evitar señalar el histórico encubrimiento de abusos sexuales que ha caracterizado a la institución a nivel global.
Aunque CONAPROME pretende ofrecer espacios seguros y educación en prevención, las sombras de los abusos pasados persiguen cada uno de sus pasos.
Uno de los puntos más inquietantes es que esta campaña surge en un contexto donde las denuncias de abusos sexuales por parte del clero continúan resonando. La Iglesia se enfrenta a una paradoja: por un lado, quiere mostrarse como una institución moralmente renovada, pero por otro, muchos casos de abuso han quedado sin justicia ni reparación para las víctimas. Este doble discurso no solo erosiona la credibilidad de iniciativas como CONAPROME, sino que también amplifica el dolor de quienes fueron silenciados durante décadas.
Es fácil cuestionar si esta nueva comisión es realmente un cambio sustancial o un simple acto de relaciones públicas. Durante mucho tiempo, la Iglesia ha sido acusada de encubrir a los responsables de abusos, moviéndolos de parroquia en parroquia y protegiéndolos de las consecuencias legales. El hecho de que ahora se intente abanderar la lucha contra estos mismos abusos genera una justificada desconfianza.
La cultura del cuidado, según la promueve CONAPROME, se centra en la prevención de futuros abusos a través de la formación de clérigos, educadores y laicos. Sin embargo, se evade la discusión sobre cómo se abordarán las heridas abiertas del pasado. La justicia para las víctimas no puede limitarse a la prevención de futuros crímenes; requiere un reconocimiento pleno de los abusos cometidos, un proceso de reparación genuina y la implementación de medidas judiciales contra los responsables.
Otro aspecto problemático es que la Iglesia sigue resistiéndose a la transparencia total. En muchos países, las diócesis han sido reticentes a colaborar con las autoridades civiles para llevar a cabo investigaciones exhaustivas sobre los abusos cometidos. Si CONAPROME pretende ser algo más que una cortina de humo, deberá demostrar una voluntad inequívoca de colaborar con la justicia, sin importar las implicaciones que esto pueda tener para la reputación de la institución.
Las víctimas de abuso por parte del clero han sido sistemáticamente silenciadas, y muchas de ellas todavía esperan una rendición de cuentas adecuada. Iniciativas como CONAPROME, si bien parecen un paso en la dirección correcta, no abordan de manera integral el problema de fondo: la cultura del secretismo y la impunidad dentro de la Iglesia.
Al final del día, el éxito de CONAPROME no dependerá únicamente de los discursos sobre la "cultura del cuidado", sino de su capacidad para enfrentar de manera frontal el legado de abuso sexual que ha manchado a la Iglesia Católica en Costa Rica y en todo el mundo.
Solo entonces se podrá hablar de un verdadero cambio. Si la Iglesia no reconoce y repara su pasado de manera pública y honesta, cualquier esfuerzo preventivo corre el riesgo de ser percibido como una estrategia de control de daños en lugar de una verdadera transformación moral.
Es hora de que la Iglesia deje de "tirar la piedra y esconder la mano", y se enfrente a sus propios fantasmas con la transparencia y responsabilidad que las víctimas han estado exigiendo durante décadas.