Maes, pónganse un toque en los zapatos de un cartago. Digamos que usted se siente para el perro, le duele hasta el pelo y la única opción es jalar para emergencias del Max Peralta. Diay, lo mínimo que uno espera es que lo atiendan, ¿no? Bueno, parece que en la Vieja Metrópoli esa lógica tan básica se fue de paseo, porque según el propio alcalde, Mario Redondo, la gente está teniendo que chuparse esperas de HASTA OCHO HORAS. Sí, leyó bien. Ocho horas. En ese tiempo uno casi que puede ir a la playa, devolverse y seguro todavía no le ha tocado el turno.
Y aquí es donde la vara se pone color de hormiga. Esto no es un simple atraso, es un colapso en toda regla. Redondo soltó la bomba: el hospital está operando a más del 160% de su capacidad. ¡Qué despiche! Imagínense la escena: es como cuando en el bus de Lumaca ya no cabe ni un alfiler y el chofer sigue gritando “¡campito atrás!”. Simplemente no se puede. No es un tema de ganas, es de física pura. El personal de salud, que me imagino deben estar hasta la coronilla, no puede hacer magia. El problema es que esta situación no es nueva y, según el alcalde, ya han tenido reuniones hasta con el gerente médico de la Caja para buscarle una solución al asunto.
Entonces, ¿cuál es el pero? ¿Por qué si ya se han “evaluado alternativas”, la gente sigue teniendo que llevarse el coffee maker y la cobija para que la atiendan? Redondo lo dejó clarísimo: está pidiendo, casi que rogando, que la Junta Directiva de la CCSS o a quien le toque, suelte la plata. Que aprueben los recursos para montar un esquema de atención que funcione. O sea, la solución está en un papel, en alguna oficina con aire acondicionado, mientras la gente se come las uñas del desespero en una sala de espera que parece una sucursal del infierno. No es física cuántica, mae, es voluntad política y gestión.
Y es que al final, esta no es una vara de números o porcentajes, es un tema de dignidad. Como bien dijo el alcalde, y es algo que se cae de maduro: “nadie va a emergencias porque quiere”. Uno no se levanta un martes y dice “¡qué chiva ir a pasar el día al hospital!”. La gente va porque está enferma, asustada, adolorida y necesita ayuda. Que el sistema te obligue a esperar un tercio del día para recibir esa ayuda es, francamente, una falta de respeto. El derecho a la salud no debería sentirse como una lotería; y por como pinta la cosa en Cartago, parece que el sistema entero se está yendo al traste.
La denuncia está hecha y viene desde la cabeza del municipio, no es un simple rumor de pasillo. La pregunta del millón es si esto va a generar algún cambio real o si quedará en un titular más que se pierde en el mar de noticias. Es fácil acostumbrarse a que las cosas funcionen mal, pero no deberíamos. Maes, ¿qué más tiene que pasar? ¿Hasta cuándo vamos a normalizar que ir a un hospital público sea una odisea? Cuéntenme sus historias de terror en la Caja, no solo en el Max Peralta, para ver si entre todos hacemos un poco de bulla.
Y aquí es donde la vara se pone color de hormiga. Esto no es un simple atraso, es un colapso en toda regla. Redondo soltó la bomba: el hospital está operando a más del 160% de su capacidad. ¡Qué despiche! Imagínense la escena: es como cuando en el bus de Lumaca ya no cabe ni un alfiler y el chofer sigue gritando “¡campito atrás!”. Simplemente no se puede. No es un tema de ganas, es de física pura. El personal de salud, que me imagino deben estar hasta la coronilla, no puede hacer magia. El problema es que esta situación no es nueva y, según el alcalde, ya han tenido reuniones hasta con el gerente médico de la Caja para buscarle una solución al asunto.
Entonces, ¿cuál es el pero? ¿Por qué si ya se han “evaluado alternativas”, la gente sigue teniendo que llevarse el coffee maker y la cobija para que la atiendan? Redondo lo dejó clarísimo: está pidiendo, casi que rogando, que la Junta Directiva de la CCSS o a quien le toque, suelte la plata. Que aprueben los recursos para montar un esquema de atención que funcione. O sea, la solución está en un papel, en alguna oficina con aire acondicionado, mientras la gente se come las uñas del desespero en una sala de espera que parece una sucursal del infierno. No es física cuántica, mae, es voluntad política y gestión.
Y es que al final, esta no es una vara de números o porcentajes, es un tema de dignidad. Como bien dijo el alcalde, y es algo que se cae de maduro: “nadie va a emergencias porque quiere”. Uno no se levanta un martes y dice “¡qué chiva ir a pasar el día al hospital!”. La gente va porque está enferma, asustada, adolorida y necesita ayuda. Que el sistema te obligue a esperar un tercio del día para recibir esa ayuda es, francamente, una falta de respeto. El derecho a la salud no debería sentirse como una lotería; y por como pinta la cosa en Cartago, parece que el sistema entero se está yendo al traste.
La denuncia está hecha y viene desde la cabeza del municipio, no es un simple rumor de pasillo. La pregunta del millón es si esto va a generar algún cambio real o si quedará en un titular más que se pierde en el mar de noticias. Es fácil acostumbrarse a que las cosas funcionen mal, pero no deberíamos. Maes, ¿qué más tiene que pasar? ¿Hasta cuándo vamos a normalizar que ir a un hospital público sea una odisea? Cuéntenme sus historias de terror en la Caja, no solo en el Max Peralta, para ver si entre todos hacemos un poco de bulla.