¡Ay, Dios mío! Se armó un chinazo en el Liceo de Poás, fiu. Estudiantes y padres hartos fueron a manifestarse frente al colegio exigiendo que le paren a tanta bronca con la administración. Parece que las cosas andan más chafas que calcetines usados, y la paciencia se les acabó a los muchachos y a sus viejos.
La cosa es que desde hace rato hay un ambiente de tensión que te podría cortar con un cuchillo. Según cuentan por ahí, y lo ven corriendo en las redes sociales, el problema va desde la infraestructura que está hecha un maje – paredes agrietadas, techos goteras, baños... ¡ufff!– hasta el presupuesto, que parece que se esfumó en un brete. Y ni hablar de los programas especiales como el Bachillerato Internacional y la cátedra de alemán, que andan cojeando porque no les alcanza pa’ mantenimientos básicos.
Una madre, doña Alvarado, posteó unas verdades en redes, diciendo que los profes de BI tienen que traer galletas, café e incluso papel higiénico de sus propios bolsillos para que los nenes estén un poco más tranquilos. ¡Imagínate la pena! Un liceo público que depende de la buena voluntad de los maestros para sobrevivir. Eso sí que es triste, mi pana.
Otro padre, don Angulo, puso la gota que derramó el vaso hablando de la plata de las becas. Dice que ya casi termina el año y todavía no saben qué pasó con el dinero. Prometen y prometen, pero nada cambia. Claro, esa transparencia que tanto pregona el gobierno anda por las nubes, ¿verdad?
La Junta de Administración, que llegó recién en agosto después de echar al otro grupo, dice que no pueden solucionar todo de golpe, pues vaya. Reconocen que hay “diferencias” con el director, lo cual suena a eufemismo para decir que no se ponen de acuerdo en nada. Piden “comprensión”, pero la gente está harta de promesas vacías y espera resultados, diay.
Lo que realmente preocupa es que esto no es un caso aislado, ¿eh? En muchos colegios públicos pasa lo mismo: falta de recursos, problemas administrativos y directores que parecen estar más preocupados por mantener su puesto que por el bienestar de los alumnos. Esto refleja una falla estructural grave en nuestro sistema educativo, donde la calidad de la educación depende más de la suerte que de la inversión pública.
Y mientras tanto, el Ministerio de Educación, en lugar de meterle mano al problema, manda al director regional, don Corella, a “negociar la apertura del centro educativo”. ¡Negociar! ¿Eso significa que el colegio estaba cerrado o a punto de cerrarse? Esta clase de respuestas evasivas solo alimenta la frustración y la indignación de la comunidad educativa.
En fin, la verdad es que esta situación en el Liceo de Poás es un reflejo de cómo está funcionando nuestra educación pública: a duras penas, con mucho sufrimiento y dependiendo de la solidaridad de los maestros. Pero me pregunto, ¿hasta cuándo vamos a permitir que nuestros niños y jóvenes sean víctimas de esta negligencia? ¿Creen que la presión social puede obligar al gobierno a tomar cartas en el asunto y darle a nuestros colegios los recursos que necesitan para ofrecer una educación de calidad?
La cosa es que desde hace rato hay un ambiente de tensión que te podría cortar con un cuchillo. Según cuentan por ahí, y lo ven corriendo en las redes sociales, el problema va desde la infraestructura que está hecha un maje – paredes agrietadas, techos goteras, baños... ¡ufff!– hasta el presupuesto, que parece que se esfumó en un brete. Y ni hablar de los programas especiales como el Bachillerato Internacional y la cátedra de alemán, que andan cojeando porque no les alcanza pa’ mantenimientos básicos.
Una madre, doña Alvarado, posteó unas verdades en redes, diciendo que los profes de BI tienen que traer galletas, café e incluso papel higiénico de sus propios bolsillos para que los nenes estén un poco más tranquilos. ¡Imagínate la pena! Un liceo público que depende de la buena voluntad de los maestros para sobrevivir. Eso sí que es triste, mi pana.
Otro padre, don Angulo, puso la gota que derramó el vaso hablando de la plata de las becas. Dice que ya casi termina el año y todavía no saben qué pasó con el dinero. Prometen y prometen, pero nada cambia. Claro, esa transparencia que tanto pregona el gobierno anda por las nubes, ¿verdad?
La Junta de Administración, que llegó recién en agosto después de echar al otro grupo, dice que no pueden solucionar todo de golpe, pues vaya. Reconocen que hay “diferencias” con el director, lo cual suena a eufemismo para decir que no se ponen de acuerdo en nada. Piden “comprensión”, pero la gente está harta de promesas vacías y espera resultados, diay.
Lo que realmente preocupa es que esto no es un caso aislado, ¿eh? En muchos colegios públicos pasa lo mismo: falta de recursos, problemas administrativos y directores que parecen estar más preocupados por mantener su puesto que por el bienestar de los alumnos. Esto refleja una falla estructural grave en nuestro sistema educativo, donde la calidad de la educación depende más de la suerte que de la inversión pública.
Y mientras tanto, el Ministerio de Educación, en lugar de meterle mano al problema, manda al director regional, don Corella, a “negociar la apertura del centro educativo”. ¡Negociar! ¿Eso significa que el colegio estaba cerrado o a punto de cerrarse? Esta clase de respuestas evasivas solo alimenta la frustración y la indignación de la comunidad educativa.
En fin, la verdad es que esta situación en el Liceo de Poás es un reflejo de cómo está funcionando nuestra educación pública: a duras penas, con mucho sufrimiento y dependiendo de la solidaridad de los maestros. Pero me pregunto, ¿hasta cuándo vamos a permitir que nuestros niños y jóvenes sean víctimas de esta negligencia? ¿Creen que la presión social puede obligar al gobierno a tomar cartas en el asunto y darle a nuestros colegios los recursos que necesitan para ofrecer una educación de calidad?
