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Sometida por el bully de mi hijo

Nota del autor: La siguiente historia es ficticia y sus personajes mayores de edad

Capítulo 1


Sometida por el bully de mi hijo (1)







Todo pasado es una mochila que cargamos en el presente. Quizás con el tiempo, esa mochila parezca más liviana, hasta el punto en que nos olvidamos que la llevamos a cuestas. Pero cada tanto aparece algo (o alguien) que te recuerda tus miserias del pasado.


Y en el peor de los casos, ese alguien usa esas miserias para manipularte, para usarte a su antojo, bajo la amenaza de mostrar al mundo lo que fuiste.


Robi siempre me pareció un pendejo arrogante, fanfarrón y violento. Pero nunca imaginé que un pibe de dieciocho años me tendría entre sus manos. Nunca hubiese imaginado que tendría el coraje necesario para hacerlo. A mis treinta y dos años no podía imaginarme sometida por los caprichos de un mocoso que ni siquiera se lava los calzones. Pero la vida te sorprende.


No se confundan, no tengo nada de qué avergonzarme, y nunca lastimé ni engañé a nadie. Pero hay cosas que ante los ojos hipócritas de la sociedad, están mal vistas. Y esas cosas, si caen en manos equivocadas, pueden ser usadas como armas.


Soy una mujer independiente, y eso, como saben, a veces te juega en contra.


Hace cinco años cometí un error. Necesitaba un aumento. Cuidar de un chico de doce años, sin una pareja que me ayude, era realmente difícil. Desde hacía meses que venía ablandando al viejo para que de el brazo a torcer. Don Miguel simpatizaba conmigo. Tanto como un viejo verde puede simpatizar con una jovencita carilinda con la cola parada, y las tetas grandes. Una tarde me pidió que me quedara, después de hora, para discutir sobre mi supuesto aumento.


Desde el momento en que cerró la puerta a mis espaldas, y sin disimulo me miró el culo mientras yo me dirigía a la silla, supe que el viejo iba a intentar algo turbio. Se lo notaba con ganas de probar carne fresca, y yo era una joven madre soltera que necesitaba ayuda. La víctima ideal para un viejo pervertido como él.


La cosa fue más directa de lo que imaginé. se paró frente a mí, apoyando su culo en el escritorio. Me dio un largo discurso sobre la lealtad y la cooperación. Yo sólo asentía con la cabeza.


Entonces estiró la mano y estrujó mis tetas.


Me quedé inmóvil. Abrí bien grande los ojos, asombrada, no tanto por la actitud, sino por la manera intempestiva en que lo hizo. Me miró a lo ojos, y quizás porque no dije nada, sonrió con perversión.
Entonces se bajó el cierre del pantalón.


Un sacrificio, pensé para mí. Un sacrificio y mi nene tendría una vida un poco mejor.
Don Miguel se bajó el cierre del pantalón. Una pequeña pija semifláccida se asomó. Un sacrificio, me repetía una y otra vez.


Después de todo, no soy una monja. Hasta ese momento me había llevado al menos diez pijas a la boca. Y no es que estuviese enamorada de todos los portadores de esas vergas erectas. Así que cerré los ojos, y sin mucho entusiasmo, le di al viejo lo que quería.


Pero no le alcanzó con eso. A partir de ese momento, don Miguel me trató como a su puta personal. No como su amante, ni mucho menos como a su pareja. Era su puta.


Me entregaba un sobre cerrado con dinero extra cada fin de mes. Y me compraba ropa. Aunque principalmente era lencería erótica, minifaldas y calzas superajustadas. Eran regalos para el más que para mí, ya que era don Miguel quien disfrutaba de vérmelas puestas, y luego se deleitaba quitándomelas, a veces hasta hacer hilachas la prenda.


Una vez, cansada de los abusos del viejo, que pensaba que por darme algo de dinero, era dueño de mi cuerpo, tomé una decisión drástica: si iba a ser una puta, sería yo misma quien pusiera el precio, y elegiría minuciosamente a mis clientes, descartando sin dudar a los viejos de pijas blandas como mi jefe.


Puse un aviso en una página de escorts, subí algunas fotos mías sin mostrar mi cara. Me inventé un nombre de puta: Vanesa (las Vanesas siempre me parecieron muy putas). Tenía treinta años, muy grande comparada con la mayoría de la competencia, así que mentí mi edad y me bajé cinco años. Nadie se daría cuenta de la diferencia. Para algo cuidaba mi piel como si fuese un tesoro.


Así fue que redacté mi primer anuncio: Vanesa, veinticinco años, sólo en hoteles, zona de microcentro, decía mi ficha técnica en aquella página. Además coloqué un número de teléfono diferente al que usaba habitualmente. Había elegido un lugar bastante alejado del barrio donde criaba a mi hijo, para evitar cruzarme con algún conocido.


Más abajo de mis datos estaban mis fotos semidesnuda, en poses sugerentes. Me daba pena tener que ocultar mi rostro, porque mi cara y mis ojos azules atraerían mucho más clientes. Pero no podía arriesgarme. Aún así no pasaron ni dos horas y ya tenía varios mensajes de potenciales clientes.




relatos







En mi primer encuentro estaba muy nerviosa, pero todo salió bien. A mi cliente le había dado mucha ternura mi evidente falta de experiencia en ese trabajo. Al día siguiente me encontré con dos tipos más. Fue entonces cuando decidí faltar sin previo aviso a mi trabajo formal. Don Miguel me llamó por teléfono, exigiendo respuestas. Ahí aproveché para desquitarme. Lo mandé a la mierda y le juré que nunca volvería a tocarme un pelo. Y para rematarla, me burlé de su precocidad.


No trabajé mucho como escort, porque en realidad no era lo mío. Si bien al prostituirme, de alguna manera, era yo la que pasaba a usar a los hombres, no dejaba de sentirme como un objeto, como un producto para el consumo de los demás.


A los seis meses dejé de publicar mi teléfono en las páginas de prostitución VIP. Había conseguido un trabajo como administrativa, donde mi jefe era un homosexual de armario que jamás se me insinuaría. Conservé los números telefónicos de mis clientes preferidos: Aquellos que o bien no eran muy exigentes a la hora de coger, o eran bastante apuestos y caballerosos, o mis preferidos, aquellos que tenían una buena pija y sabían cómo usarla. Los demás, los viejos verdes y egoístas no supieron más de mi.


De todas formas, esos clientes privilegiados, a los que todavía le guardaba un turno, que por cierto, no era barato, los dejé de frecuentar al cabo de seis meses más.


En resumen, habían pasado cuatro años desde que ya no tenía nada que ver con aquel mundo turbio y superficial. Casi no pensaba en eso. Ya había cruzado la barrera de los treinta, y todas las cosas alocadas que había hecho cuando era más joven, parecían haber sido hechas por otra persona, más decidida y con menos prejuicios.


Ahora estaba en pareja, y tenía un trabajo aburrido pero seguro. Todavía tenía que lidiar con un montón de machos que se desvivían por llevarme a la cama. Si supiesen que tiempo atrás hubiera sido fácil tenerme desnuda y con las piernas abiertas, a su merced, muchos se sentirían decepcionados. Pero ya no me molestaba que me miren como un objeto sexual. Las frases obscenas de los albañiles que me gritan vulgaridades cuando paso por cualquier obra en construcción, me entran por un oído y me salen por otro. Y las miradas indiscretas de los hombres, incluso cuando van del brazo de sus mujeres, me halagan y me dan pena en partes iguales.


Pero desde hace unos meses mi vida se descontroló. El fantasma de Vanesa, la prostituta VIP, apareció para trastornarme.


Mi hijo Leandro, es un chico tímido y apocado. Nada que ver con el descarado de su padre, ese infeliz que desapareció apenas se enteró de que me había dejado embarazada. Leandro, en cambio, es un amor. Pero quizá por la ausencia de una figura paterna, nunca supo tener una personalidad lo suficientemente fuerte como para enfrentar la complicada edad de la adolescencia.


En el colegio, desde hacía años que sufría bullying. Varias veces había llegado a casa golpeado. Y muchas veces escuché, con mi corazón roto, cómo lloraba en su habitación.


El peor de sus acosadores era Robi. Un mocoso de ojos verdes, con un físico demasiado desarrollado. Me daba asco imaginar que un pendejo como ese, en el futuro, seguramente sería una persona exitosa. Al final, el mundo acogía a los tipos como él: arrogantes, violentos, bellos sólo en lo físico, y carentes de empatía para con los más desfavorecidos.


En los últimos tres años fui a hablar con el director, al menos diez veces. Robi, de vez en cuando, recibía alguna leve reprimenda. Durante algunas semanas Leandro me aseguraba que todo iba mejor en la escuela, pero enseguida aparecía con ese semblante apesadumbrado que me llenaba de angustia. Era increíble. ya estaban en el último año, pero mi hijo se comportaba como un niño indefenso y Robi como un bully agresivo. Ninguno de los dos terminaba de madurar.


Pero en los últimos tiempos veía peor a mi hijo. Demasiado silencioso, incluso para alguien como él. Siempre andaba con la cabeza gacha, hasta estando dentro de casa. No tenía amigos. Quienes sean madres comprenderán lo terrible que es ver a su hijo así.


Hice lo posible por ayudarlo a sentirse mejor, pero se negaba a decirme con exactitud cuáles eran sus problemas. Le pedí a Matías, mi pareja, que hable con él de hombre a hombre. Pero le fue imposible entrar en confianza con mi hijo. No lo culpaba, ni siquiera yo lograba que Leandro se abra conmigo.


Yo sabía que Robi estaba detrás de todo eso. Él y sus patéticos secuaces acosaban a mi hijo. Se burlaban de su baja estatura, de su timidez, de su torpeza en los deportes, de su silencio, de su miedo a las chicas... Todo eso, repitiéndose todos los días durante años, era una tortura para mi Leandro. Por suerte, los pendejos ya no golpeaban a mi hijo, pero ahora no tenía un motivo suficiente como para quejarme nuevamente con el director. Si le decía que los compañeros de mi hijo se burlaban de él, como mucho les echaría una reprimenda, y luego todo volvería a la normalidad, o incluso empeoraría.


Decidí hablar con sus padres. Aún faltaban dos meses más para que mi hijo termine la secundaria, y no podía permitir que sufra durante todo ese tiempo. Si los padres no entraban en razón, entonces lo cambiaría de escuela, o buscaría otra solución. Pero eso no era lo justo. Los padres deberían hacer cambiar de actitud a su hijo. Aunque claro, corría le riesgo de que sean igual de imbéciles que él.


Sabía que su papá tenía una enrome tienda de artículos de ferretería en el centro de la ciudad. No era rico, pero no estaba lejos de serlo. Otro motivo más que alimentaba el ego del pendejo de Robi.


Como la decisión fue repentina, no avisé a Matías de mis planes. Fui hasta la ferretería, no para hablar en ese momento, sino para que me de el teléfono o su dirección, y luego poder hablar con él y su mujer con tranquilidad.


Me presenté en la tienda.


-Quisiera hablar con el señor Pierini, -dije a uno de los empleados.
Se trataba de un muchacho apenas más grande que mi hijo, que se quedó embobado mirándome arriba abajo. No era mi intención verme sexy en esa reunión. Pero como hacía mucho calor, no me quise poner un pantalón. Me vestí con una pollera negra, de tela fina, y una remera color rosa, bastante suelta. Aún así, tanto el empleado como varios clientes me miraban como si fuera desnuda.


-Sí, ya se lo llamo. - balbuceó el chico.


Al rato salió el papá de Robi. Era un hombre alto, rubio y buen mozo. Aunque ya rozaba los cincuenta. Si yo había tenido a Leandro cuando aún era una adolescente, el señor Pierini había engendrado a Robi cuando ya había pasado los treinta.


Me miró, asombrado. Él tampoco se molestó en disimular que me desnudaba con la mirada, cosa que me fastidió.


-Nuestros hijos van a la escuela juntos -dije-. Quisiera hablar con usted sobre eso.
-Claro, pase - dijo, levantando la madera del mostrador.


Iba a decirle que mejor hablemos junto a su esposa en otro momento, más tranquilos. Pero no me dio ganas de dilatar el momento. Crucé al otro lado del mostrador y lo seguí hasta su oficina.
Estaba algo nerviosa, por lo que fui demasiado brusca, sin intención.
-Necesito que su hijo deje de acosar al mío. -Le dije.


Él se mostró sorprendido. Luego, como si se hubiese omitido algo muy importante, me ofreció a tomar algo. A lo que yo rechacé.


-A ver, contame todo, hablemos tranquilos. seguramente solucionaremos este problema juntos.


Esas palabras debieron calmarme, pero algo en su mirada me inquietaba. Además, no me gustaba que me tutee sin conocerme.


Le conté todo lo que sabía. Las palizas que a lo largo de los años le había propinado a mi hijo; las burlas constantes, de las que yo apenas me enteraba, sacándole a cuantagotas la información a mi hijo; le conté sobre el pésimo estado de ánimo de Leandro; y le pedí que por favor hablara con su hijo, para que lo deje en paz.


-Los chicos a veces son muy crueles -dijo-. Quedate tranquila que voy a hablar con Robi. No te prometo que cambie de un día para otro, pero le voy a decir que afloje, y que hable con tu hijo, seguro que tienen montón de cosas en común.


No me gustó la idea de que Leandro se hable con Robi, pero su sinceridad me alivió un poco.


-Me dijiste que te llamás Clara ¿Cierto? - me dijo el tipo cuando me puse de pie para irme.
-Sí, Clara - contesté.
-Que raro... Yo creía que te llamabas Vanesa - dijo.


No entendí el comentario inmediatamente. Pero cuando reparé en lo que significaba, el alma se me cayó al piso.


-No te acordás de todos tus clientes ¿no? -dijo, acercándose a mí -Bueno, es entendible, habrán sido muchos -Me agarró de la cintura y me atrajo hacia él.


-Me estás confundiendo con otra persona. -dije, forcejeando para separarme de él.
-No creo, es imposible olvidarse de vos. Además, no sabés mentir.


Sus manos se metieron por debajo de la pollera. Los dedos se cerraron en mi nalga.


-Qué hacés, soltame - exigí yo. Pero no me animé a gritar. Aunque ahora me parezca ridículo, no quería armar un escándalo. sólo quería que me suelte y largarme de ahí.


Pero no me soltó. Su mano masajeaba con locura mi trasero. Su cuerpo se apretaba al mío, y mis pechos se frotaban involuntariamente con su torso.


-¿Cuánto cobrás ahora, putita? - dijo, jadeante.
-No, ya no hago más eso - respondí.
Una sonrisa odiosa se dibujó en sus labios.
-Entonces sí sos vos. Vanesa. Nunca conocí una putita tan hábil y maleable como vos.
-No, ya no trabajo. No, por favor - supliqué.
En ese momento, más que nunca, comprendí la impotencia que sentía mi hijo al verse amedrentado por alguien que se creía con el derecho de someterte. De repente me convertí en una chica tan frágil como lo era Leandro. Tenía ganas de llorar. No terminaba de digerir la terrible casualidad en la que había caído. Pierini empezó a bajarme la ropa interior.


-Las putas siempre van a ser putas - dijo.


Me agarró de las caderas, y con un movimiento brusco me hizo girar. Sentí que iba a caer al piso, así que sostuve del escritorio.


-Así. Quedate así -dijo él.


Estaba temblando. Él me abrazó por detrás.


-No te preocupes, ya nadie va a molestar a tu hijo. -Me dijo al oído.


Empezó a levantarme la pollera, despacio, muy despacio. La bombacha ya había quedado a la altura de los muslos. De un tirón la terminó de bajar. Sentí su fría mano mojada en mi entrepierna. Escuché el sonido del cierre del pantalón. Luego un largo suspiro. Apoyé mi torso sobre el escritorio, y separé mis piernas, ya totalmente resignada.


-Muy bien - me felicitó él -Las putas siempre serán putas. No lo olvides. - Y luego de pronunciar esas humilantes palabras, sentí el miembro duro entrando en mi sexo.


Lo metió con brusquedad. Me hizo doler. No tenía la menor intención de hacer otra cosa que satisfacer sus necesidades. Me agarró de las caderas y empezó el cadencioso baile del sexo, el cual consistía en incontables movimientos posbélicos, cada vez más intensos, acompañado de un insistente estribillo que decía siempre vas a ser una puta.


Acabó en mis nalgas. Iba a limpiarme el semen, pero él me hizo ponerme de rodillas, y empezó a golpear mi cara con su pene ya fláccido. Las gotas de semen que todavía salía de su sexo, se impregnaba en mi rostro, mientras sentía en mis nalgas desnudas cómo el líquido viscoso se deslizaba lentamente.


-Quedate tranquila, que lo que te dije es cierto. Voy a hablar con mi chico. No es justo que maltrate así al tuyo.


Me paré. Me di cuenta de que mis piernas temblaban. Me limpié. Me tomé unos minutos para recuperar mi compostura. Lo logré apenas. Tuve que hacer una gran actuación para no salir llorando del local.


Continuará
 
Capítulo 2



Sometida por el bully de mi hijo (2)





Quedé completamente desequilibrada emocionalmente después del encuentro con el papá de Robi. El que pagó las consecuencias fue el pobre de Matías. Se sorprendió mucho cuando corté con él, sin darle más motivos que decirle necesitaba un tiempo sola.


No podía sacarme de la cabeza las palabras del perverso hombre mientras me penetraba. "Una puta siempre será una puta". Era la primera vez que aquellas palabras me hacían sentir sucia. Me maldije por no haber sido más fuerte y evitar que me posea.


durante semanas estuve de un humor lúgubre, que me esforzaba por disimular cuando mi hijo estaba en casa.


Pasaron días, y luego semanas, en los que esperé que el papá de Robi se contactara conmigo para exigir mis servicios nuevamente. Pero por suerte, el hombre no apareció.


Me daba mucho miedo pensar en el hecho de que Robi se enterara de mi pasado. Si se burlaba de Leandro por tener una madre prostituta, él no lo soportaría. Explotaría de alguna manera. Me daba miedo imaginar de qué manera sería. Era tan sensible el pobre, que ante tal humillación, hasta podría pensar en el suicidio. La sola idea me helaba la sangre.


Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, no tenía noticias ni del padre ni del hijo. Y de hecho, empezó a ocurrir algo sumamente curioso: Leandro empezaba a mostrarse con un mejor ánimo. Se lo notaba más vivo, más libre. Cada tanto llegaba tarde de la escuela, y me decía que había estado con algunos compañeros. Noté que también se miraba más al espejo, y se preocupaba más por su apariencia. En fin, de a poco, se iba pareciendo a un adolescente sano y normal, cosa que me llenó de alegría ya que en cuestión de semanas terminaría la secundaria y debería enfrentarse al mundo laboral, por lo que era indispensable que su seguridad se afirme.


Tal fue el cambio, lento, pero progresivo, que operó en él durante el último par de meses, que mi ánimo también empezó a cambiar. Me preguntaba si realmente Robi había recibido una reprimenda de parte de su padre. Daba la impresión que estaba funcionando. La horrible situación que me había hecho pasar ese desagradable tipo, ya no parecía tan terrible.


Sabía que un buen polvo podía obrar milagros, pero no imaginé que esta vez funcionaría. Me preguntaba si el tipo exigiría que siga pagando el bienestar de mi hijo con sexo. deseaba que no fuera así, pero por Leandro estaba dispuesta a todo. Sacrificaría mi orgullo y mi libertad, sólo para verlo feliz. Además, en dos meses no se había contactado conmigo, por lo que seguramente no es un hombre tan exigente como parecía. Con un polvo de vez en cuando lo tendría controlado. Quizá debería calentarle la pava para mantenerlo contento, y nada más.


Pero las cosas no serían tan fáciles como imaginaba. De hecho, no tenía idea de lo que me esperaba. La paz que imperó en mi vida durante esos cortos meses, no eran más que la calma que antecedía a una violenta tormenta.


Hace dos semanas, Leandro me mandó un mensaje diciéndome que iría a casa más tarde, y que, además, iría con unos compañeros de escuela, ya que desde hace tiempo les había prometido que se reunirían a jugar a los videojuegos acá.


Como era viernes, no vi inconveniente en ello. El fin de semana podía hacer los deberes. Le dije, muy animada, que no había problemas.


A eso de las tres de la tarde escuché el alboroto mientras mi hijo llegaba con un grupo de chicos. No pensaba molestarlos. Además, al pobre Leandro siempre le hicieron la vida imposible por tener una mamá tan joven y linda. No quería que los chicos se pusieran muy babosos conmigo, así que sólo iría a la sala de estar para presentarme. Me puse un pantalón de jean bastante holgado, para no llamar la atención, y una remera blanca. Eso sí, mis tetas no se podían esconder en ninguna prenda.


Había cinco chicos con Leandro. Me desagradó ver de quiénes se trataban. Estaba Robi, el chico rubio, carilindo y musculoso, que tanto detestaba. El hijo de Pierini, el tipo que me había humillado. Los otros cuatro los tenía de vista. Eran los compinches de Robi, todos repetidores de años, alguno incluso ya rondaba los veinte años.


Todos estaban sentados en el living, frente a la tele, jugando a un viedojuego. Me dio mala espina verlos a todos ellos rodeando a mi hijo. Hasta hacía poco tiempo le hacían la vida imposible.


Miré a Leandro. Parecía contento y relajado. Supuse que en los últimos meses habían limado asperezas.


-Hola chicos. - Los saludé.


Desde sus lugares, me saludaron con un "Hola señora Clara", al unísono. Se mostraron muy serios y educados, cosa que me confundió.


-¿Quieren tomar algo? - pregunté.


Fui a buscar coca cola y agua saborizada. Ellos tenían paquetes de papas fritas y otras snack sobre la mesa, así que no necesitaba ofrecerles comida.


Me fui a la cocina, pensando en qué carajos estaba sucediendo. Incluso si la amistad era real, no me gustaba nada ver a mi hijo con esos truhanes. ¿Pero qué pasaría si le decía que no se junte más con esos chicos? ¿Cómo reaccionaría Leandro, y qué pensaría el papá de Robi? Sentí escalofríos.


Estuvieron jugando por más de una hora, hasta que dejé de escuchar el bochinche que venía del living. Ese silencio me pareció muy extraño. Fui a ver qué había pasado.


Sólo había quedado una persona en casa: Robi.


Estar a solas con ese mocoso engreído, bajo mi techo, me generaba una angustia indescriptible.


-Se fueron a comprar más cosas para comer -comentó Robi, sin que se lo pregunte-. Yo les dije que me quedaba a terminar esta pantalla.


-Está bien, así aclaramos algunas cosas- le dije.


Robi soltó el Joystick y puso toda su atención en mí. De repente, la actitud seria que había mostrado cuando fui a saludarlos, desapareció. Su boca dibujó una sonrisa, y sus ojos se desviaron a mis tetas.


-Mis ojos están acá - Le dije, con sequedad, señalándolos con mi dedo.


-Tus ojos también son lindos -dijo, descaradamente- Pero tus tetas me hipnotizan.


-Pendejo de mierda, sabía que la careta no te iba a durar mucho - dije-. Te vas ya mismo de mi casa, y no lo volvés a tocar a mi hijo...


-¿O qué? - Desafió él.


Se mostraba con una seguridad que me intimidaba. Estaba sentado, demasiado tranquilo, sin ninguna muestra de nerviosismo. parecía que nada lo perturbaría. Era como si guardara un as bajo la manga, una carta con la que me vencería, fuera cual fuera la carta que mostrara yo. Me dio miedo.


-¿Qué querés pendejo? - dije, atragantada.


-Tus servicios de puta. Vanesa. - dijo.


No podía sentirme más humillada. Pero no podía caer en la trampa de un pendejo de dieciocho años, y ya no cometería el error de dejarme doblegar, como me había pasado con su papá.


-Estás loco, no sabés lo que decís -dije, fingiendo que me sorprendían sus palabras-. Andate de mi casa, o llamo a la policía.


Robi sacó el celular de su bolsillo. tocó la pantalla varias veces y luego me lo entregó.


-Salís bien en el video -dijo, con la sonrisa más odiosa que vi en mi vida.


Pierini me había grabado mientras me levantaba la pollera, y me penetraba sobre su escritorio. Luego había otra grabación de cuando golpeaba mi cara con su pija. Yo en ese momentos cerraba los ojos por instinto, así que no me había dado cuenta de que había hecho la grabación.


-¿Tu papá comparte esto con vos? Son unos enfermos - dije.


Robi largó una carcajada escandalosa.


-¿Mi papá? Ese es mi tío Raúl. El primo de papá -dijo-. Son socios, así que muchos se confunden. te llegó mal la info -dijo. Se levantó y se sentó a mi lado-. Lo gracioso es que si hubieses hablado con papá, seguro que te hubiera hecho caso. papá es un señor, no como mi tío. Hablaste con el Pierini equivocado.


-Pero... -dije, casi llorando-. No podés hacer esto - agregué, sabiendo lo que pretendía aquel muchacho. Todos los hombres querían lo mismo.


-Es desisión tuya. Te ponés en bolas ya mismo, o viralizo estos videos por todo internet. Vas a ser famosa en el barrio. Imaginate cuando lo pase a toda la escuela. Tu hijo se va a volver loco.


Lo miré fijo, como intentando descifrar si realmente había un humano adelante mío.


-Además, todos van a conocer tu pasado de puta - siguió amenazando.


Me crucé de brazos, como protegiéndome de aquel engendro.


-Pero Leandro va a venir enseguida, con tus amigos. -Balbuceé, con la voz temblorosa, en un último intento de librarme de aquel sociópata-. No podemos hacer nada ahora.


-Le dije a los chicos que lo distraigan. Tenemos al menos quince minutos. En ese tiempo podemos hacer de todo. Además, cuando salgan del supermercado me van a mandar un mensaje.


Lo tenía todo planeado el hijo de puta.


-Entonces, los demás también saben... -dije.


-No te preocupes. Sólo les dije que hagan tiempo porque le quería hacer una jodita al nerdo de tu hijo.


-Sos peor que tu tío.


-No perdamos más tiempo.


Me desabrochó el pantalón. Empezó a tirar de él, y me lo bajó junto a mi ropa íntima. Yo, paralizada, no hice nada para evitarlo.



madura


Quedé con las piernas abiertas, totalmente expuesta, frente a él. Miré por la ventana, que tenía la persiana a medio cerrar. También tenía una cortina, pero si alguien miraba hacia adentro, desde el ángulo correcto, podría ver lo que estaba pasando. Pero no quise pedirle que lo hagamos en otro lugar. No quería pedirle nada.


Robi se deleitó con la vista que yo le ofrecía, durante un rato. Después se arrodilló, tomó mis piernas y las levantó.


-Quedate así - ordenó.


Era imposible mantener la postura, sin ayuda de mis manos, así que agarré mis tobillos con ellas. Me sentí como un pedazo de carne en el mostrador de una carnicería.


Robi apoyó sus manos en mis nalgas. Arrimó su rostro y saboreó mi sexo. Fue directo al clítoris. Mi cuerpo, contrario a mi alma, reaccionó favorablemente ante el estímulo.
Pendejo



Sus ojos, que estaban por encima de mi pubis, me observaban a medida que su lengua babosa masajeaba insistentemente en el mismo lugar. Estuvo un buen rato degustando mi sexo, luego enterró un dedo en mi vagina, y descubrió lo que yo temía: estaba mojada.


-Apurate, por favor. -supliqué. La sola idea de imaginar a mi hijo viendo la escena, me hacía temblar de pánico.


Robi se puso de pie.


-Vení acá -dijo, agarrando su sexo, duirísimo con la mano.


Era delgado y largo, y sus venas marcadas reflejaban su potencia juvenil.


Me arrodillé a sus pies, como si fuera mi amo.


-Empezá por acá. - dijo, señalando sus testículos. Por suerte los tenía depilados Aunque el vello ya empezaba a crecer, y raspaba mi lengua.


-Mirame a los ojos. - dijo.







madre



Obedecí. Miré sus diabólicos ojos verdes, y tal como él lo había hecho, reparé en cada cambio en su fisonomía, mientras le daba placer con mi lengua.


Subí, lentamente, por su largo tronco. Sabía a sudor y a semen. Su rostro se transformó cuando empecé a masajear el glande. Muy a mi pesar, mientras mamaba la verga de aquel pendejo malvado, sentía cómo mi sexo segregaba más y más fluido.

dominacion



Me concentré en ese lugar. En la cabeza. Si había aprendido algo en mis tiempos de puta, era que había que concentrarse ahí si se quería hacer acabar rápido al cliente. Acompañé mis masajes linguales con dulces movimientos de las yemas de mis dedos en sus testículos. Robi gimió de placer. Y como una especie de premio, tomó mi mentón, levantó mi vista, y me sonrió con ternura.


Estaba a punto de terminar mi tarea. Sentí cómo los músculos de Robi se contraían. Pero él me ordenó que me detenga.


-¡Pero ya van a venir! - Me quejé.


- Todavía no mandaron mensaje. A esta hora todo el mundo sale a comprar. deben estar en la cola todavía - dijo, y rió al verme preocupada.


Me agarró de la cintura, y me ayudó a levantarme. Me empujó hasta el sofá de nuevo. Agarró mis piernas y las flexionó.


-Quedate así - ordenó de nuevo.


Con ayuda de mis manos, quedé a su merced, con las piernas completamente abiertas, flexionadas, y suspendidas en el aire.


Era impresionante la diferencia que había entre los muchachos de ahora con los de mi época de adolescencia. El internet y la pornografía los hacían muy precoces.


Robi apuntó su pija, sin molestarse en colocarse un preservativo, y me penetró una y otra vez. Lo hacía sin tocarme, sólo su pelvis depilada chocaba con mis muslos. Yo empecé a gemir contra mi voluntad. Trataba de disimular el placer que me hacía sentir esa pija, pero no podía. Odiaba a ese pendejo, pero su miembro era hermoso, y sabía cómo utilizarlo.





Sometida por el bully de mi hijo (2)




Robi me miraba, desde las alturas de su ego, con arrogancia y superioridad. Cuando iba a acabar, retiró su sexo de adentro mío.


-Vení acá, y tomá la leche.- dijo.


Yo, entusiasmada porque al fin la cosa terminaba. Me senté en cuclillas y empecé a masturbarlo. Intuía que iba a querer eyacular en mi cara, así que, sin más vueltas, la acerqué a su glande, mientras seguía sacudiendo la verga con desesperación. Los chorros de esa leche pegajosa saltaron con vehemencia hacia mi cara. Le regalé una vista de mi rostro embarrado con su semen. La disfrutó durante un rato. Entonces me pare y me fui a limpiarme.


A los cinco minutos llegaron Leandro con los otros Malnacidos.


En ese momento decidí que, por el momento, lo mejor sería complacer a Robi en todo lo que me pidiera. Si mantenía la expectativa de un nuevo encuentro, no querría compartirme con nadie. Guardaría el secreto para disfrutarme él solito, como si fuese su juguete personal.


Su tío era otro problema, pero por sus meses de silencio, supuse que sería más fácil de complacer, aunque quizá más difícil de acallar.


Estaba a merced de esos dos sátiros. Uno peor que el otro. No sabía qué le deparaba a mi vida. Tenía que idear una manera de sacármelos de encima. Pero, de momento, no se me ocurría nada. En todas mis elucubraciones, terminaba desnuda, a merced de los caprichos de ese pendejo.


Esperaba que mi hijo, al menos, siguiera viviendo en su burbuja, sin darse cuenta de nada. Robi había cambiado de juguete. Ya no necesitaba al chico torpe que lo hacía sentirse superior cuando era blanco de sus burlas; y que le generaba un placer sádico al verlo sufrir. Ahora contaba con una adulta con la que podía jugar a juegos más perversos, a la que podría humillar y usar como si fuese una esclava sexual., Confiaba en que dejaría de molestar a mi hijo. me parecía un buen intercambio.


Continuará.​
 

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¿Las universidades públicas costarricenses son refugios de ideologías extremistas?

  • Sí, son una cueva de profesores parásitos

    Votos: 360 59,2%
  • No, son cunas del libre pensamiento

    Votos: 248 40,8%

¿Apoya la creación de una ley de eutanasia en Costa Rica?

  • Sí, por el derecho a una muerte digna

  • No, por el respeto absoluto a la vida


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En tendencia

¿Costa Rica debería promover abiertamente el turismo sexual?

  • Sí, podría dar un impulso económico

  • No, debido a las implicaciones morales y sociales negativas


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¿Estaría de acuerdo en la pena de muerte para crímenes graves y flagrantes?

  • Sí y también para la corrupción

  • No, por el riesgo de errores judiciales y la ética de la vida


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¿Debería Costa Rica legalizar la marihuana para uso recreativo?

  • Sí, por los beneficios económicos y de seguridad

  • No, debido a los potenciales riesgos para la salud y la sociedad


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