Maes, buenos días. Lunes en Costa Rica, y como ya es costumbre, la semana arranca con noticias que son un verdadero déjà vu. Esta vez, el plato fuerte nos llega cortesía de la Policía de Control de Drogas (PCD), que se dio una vuelta por Barranca, en Puntarenas. ¿El motivo? Diay, el de siempre: desarticular una red de narcomenudeo que tenía a los vecinos hasta la coronilla. La operación sonaba a película: dos allanamientos simultáneos, apoyo de Inteligencia, de la Fuerza Pública... el paquete completo. El objetivo era claro: apagar uno de esos "puntos calientes" que no solo venden veneno, sino que funcionan como un imán para el desorden y la delincuencia. Un brete necesario, sin duda, pero que deja un sinsabor que ya todos conocemos.
Hablemos del elenco de esta producción. Cayeron tres hombres. El primero, un mae de apellidos Navarro Hernández, es lo que podríamos llamar un "cliente frecuente" del sistema judicial. El currículum del tipo es para enmarcar: robo agravado, amenazas, transporte de drogas y, para no perder la costumbre, diez fichadas por tenencia. Un veterano de guerra, prácticamente. Luego tenemos a Salamanca Bastos, otro que no es precisamente un novato en las malas andanzas, con su historial de delitos contra la integridad corporal y portación de armas. Y para completar el trío, Patiño López, el único sin antecedentes. El nuevo del grupo, el practicante, o simplemente el que estaba en el lugar y momento equivocados. La clásica mezcla que uno encuentra en estas varas: el líder con expediente, el brazo fuerte y el peón.
Ahora, vamos a lo que encontraron en la "guarida". Cuando uno escucha de un operativo de esta magnitud, se imagina montañas de cocaína y fajos de billetes. Pero la realidad, como siempre, es más modesta. El botín total fue de 10 dosis de coca, unas 15 de crack, un poquito más de marihuana y la impresionante suma de ₡62,150 colones. Sí, sesenta y dos mil colones. Lo que gasta uno en el súper para el fin de semana. Además, claro, encontraron los chunches típicos del negocio: una romana, municiones y un cargador. Ojo, no estoy minimizando el peligro, esas balas matan igual. Pero el monto del dinero y la cantidad de droga nos pintan el cuadro completo: esto es narcomenudeo en su estado más puro. La venta al menudeo, el negocio del día a día que envenena el barrio poco a poco.
Y aquí es donde a uno le entra el agobio. Es un despiche total, porque celebramos que la PCD haga su brete, y lo hacen bien. Sacan a tres tipos de circulación y cierran un punto de venta. ¡Tuanis! Pero al mismo tiempo, uno sabe cómo termina esta historia. Es como sacar agua de un bote que se hunde usando un colador. Por cada búnker que cierran, mañana abren dos más a la vuelta de la esquina. Por cada Navarro Hernández que guardan, hay cinco "Patiño López" haciendo fila para tomar su lugar, viendo en ese negocio la única salida en una zona golpeada por la falta de oportunidades. Es una lucha contra los síntomas, no contra la enfermedad. Una y otra y otra vez.
Al final, los tres detenidos ya están a la orden del Ministerio Público, esperando a ver qué medidas les tocan. Y en Barranca, los vecinos seguro respiran un poco más tranquilos por unos días, hasta que el ciclo vuelva a empezar. La policía cumple, pero el sistema como un todo se siente insuficiente. La vara es mucho más compleja que solo patear puertas y decomisar chunches. Es un problema social, económico y educativo. Y mientras no ataquemos eso, seguiremos leyendo la misma noticia con diferentes apellidos cada lunes.
Así que, maes, les lanzo la pregunta del millón: ¿Estos operativos de narcomenudeo son una solución real o solo un parche en una herida que no deja de sangrar? ¿Qué creen ustedes que se necesita para cambiar la vara de fondo en lugares como Barranca?
Hablemos del elenco de esta producción. Cayeron tres hombres. El primero, un mae de apellidos Navarro Hernández, es lo que podríamos llamar un "cliente frecuente" del sistema judicial. El currículum del tipo es para enmarcar: robo agravado, amenazas, transporte de drogas y, para no perder la costumbre, diez fichadas por tenencia. Un veterano de guerra, prácticamente. Luego tenemos a Salamanca Bastos, otro que no es precisamente un novato en las malas andanzas, con su historial de delitos contra la integridad corporal y portación de armas. Y para completar el trío, Patiño López, el único sin antecedentes. El nuevo del grupo, el practicante, o simplemente el que estaba en el lugar y momento equivocados. La clásica mezcla que uno encuentra en estas varas: el líder con expediente, el brazo fuerte y el peón.
Ahora, vamos a lo que encontraron en la "guarida". Cuando uno escucha de un operativo de esta magnitud, se imagina montañas de cocaína y fajos de billetes. Pero la realidad, como siempre, es más modesta. El botín total fue de 10 dosis de coca, unas 15 de crack, un poquito más de marihuana y la impresionante suma de ₡62,150 colones. Sí, sesenta y dos mil colones. Lo que gasta uno en el súper para el fin de semana. Además, claro, encontraron los chunches típicos del negocio: una romana, municiones y un cargador. Ojo, no estoy minimizando el peligro, esas balas matan igual. Pero el monto del dinero y la cantidad de droga nos pintan el cuadro completo: esto es narcomenudeo en su estado más puro. La venta al menudeo, el negocio del día a día que envenena el barrio poco a poco.
Y aquí es donde a uno le entra el agobio. Es un despiche total, porque celebramos que la PCD haga su brete, y lo hacen bien. Sacan a tres tipos de circulación y cierran un punto de venta. ¡Tuanis! Pero al mismo tiempo, uno sabe cómo termina esta historia. Es como sacar agua de un bote que se hunde usando un colador. Por cada búnker que cierran, mañana abren dos más a la vuelta de la esquina. Por cada Navarro Hernández que guardan, hay cinco "Patiño López" haciendo fila para tomar su lugar, viendo en ese negocio la única salida en una zona golpeada por la falta de oportunidades. Es una lucha contra los síntomas, no contra la enfermedad. Una y otra y otra vez.
Al final, los tres detenidos ya están a la orden del Ministerio Público, esperando a ver qué medidas les tocan. Y en Barranca, los vecinos seguro respiran un poco más tranquilos por unos días, hasta que el ciclo vuelva a empezar. La policía cumple, pero el sistema como un todo se siente insuficiente. La vara es mucho más compleja que solo patear puertas y decomisar chunches. Es un problema social, económico y educativo. Y mientras no ataquemos eso, seguiremos leyendo la misma noticia con diferentes apellidos cada lunes.
Así que, maes, les lanzo la pregunta del millón: ¿Estos operativos de narcomenudeo son una solución real o solo un parche en una herida que no deja de sangrar? ¿Qué creen ustedes que se necesita para cambiar la vara de fondo en lugares como Barranca?