Ay, Dios mío, qué pena… La cosa está bien fea por Coronado. Ya van cuatro días buscando a Leandro Jared, un chamaco de cinco añitos que se zambulló en una alcantarilla sin tapa, y la esperanza empieza a flaquear. La familia, desconsolada, sigue aferrada a la idea de reencontrarlo sano y salvo. Imagínense la torta que es esto para ellos, pura angustia y rezongones.
Todo empezó el jueves pasado, cuando la mamá de Leandro, María Lourdes, lo estaba llevando a casa después de recogerlo de la guardería. Según cuentan los vecinos, estaban casi llegando a su casita, a unas pocas cuadras, cuando de repente, bam!, el nene desapareció. Una lluvia torrencial complicó aún más la situación, haciendo que nadie pudiera reaccionar a tiempo. ¡Qué sal!
Ahora, Everilda, la tía del niño, está dando testimonio de cómo la familia lidia con la pesadumbre. Su hermana, la madre de Leandro, está hecha pedazos, en shock completo, sin poder ni siquiera dormir bien. Dicen que los bajonazos de presión le caen de pana, y las hermanas se turnan para cuidarla y darle fuerza. Un brete de emociones y nervios a flor de piel. Desde Estados Unidos, el tío Israel, impotente por la distancia, se siente como si estuviera atado de manos.
“Por favor, no nos abandonen,” rogaba Everilda con la voz quebrada. “Les suplimos con todo el corazón que no paren las búsquedas. No nos demos por vencidos, todavía hay esperanza.” Y es que, aunque los días pasan y la incertidumbre crece, la familia se niega a perder la fe. Lo último que se pierde es la fe, dicen, y ahí se agarran con toda su alma.
Según el relato del tío Israel, Leandro era un nene lleno de energía, un terremoto. Siempre jugando, correteando, metido en deportes. “Es muy inquieto, le gusta el deporte, siempre anda jugando,” comentó con nostalgia. Él mismo admite que la alcantarilla no tenía tapa, un descuido fatal que cambió la vida de esta familia para siempre. Qué carga, la irresponsabilidad que puede costar vidas.
Las condiciones climáticas han sido un verdadero problema durante estos días. La lluvia implacable ha obligado a suspender las labores de búsqueda varias veces, debido al peligro de deslizamientos y al estado contaminado del río Torres. Marlon Zamora, de la Cruz Roja, explicó que ya han descartado varios puntos entre la alcantarilla y el Museo de los Niños, pero la esperanza persiste.
Los rescatistas siguen rastreando cada rincón, cada tubería, con la ayuda de equipos especializados y voluntarios valientes. Aunque el cansancio es evidente, la determinación de encontrarlos es palpable. Es admirable el esfuerzo que están haciendo, pero la tarea es titánica, y el tiempo apremia. Uno se queda pensando, ¿cómo es posible que una simple alcantarilla sin tapa pueda causar tanto sufrimiento?
Y ahora la pregunta que nos deja este triste desenlace: ¿Qué medidas urgentes deberían tomarse para evitar que tragedias como esta se repitan en nuestras comunidades? ¿Debería haber mayor supervisión municipal en cuanto a la seguridad de las alcantarillas y sumideros? ¿Será suficiente la tristeza actual para impulsar cambios reales y proteger a nuestros niños?
Todo empezó el jueves pasado, cuando la mamá de Leandro, María Lourdes, lo estaba llevando a casa después de recogerlo de la guardería. Según cuentan los vecinos, estaban casi llegando a su casita, a unas pocas cuadras, cuando de repente, bam!, el nene desapareció. Una lluvia torrencial complicó aún más la situación, haciendo que nadie pudiera reaccionar a tiempo. ¡Qué sal!
Ahora, Everilda, la tía del niño, está dando testimonio de cómo la familia lidia con la pesadumbre. Su hermana, la madre de Leandro, está hecha pedazos, en shock completo, sin poder ni siquiera dormir bien. Dicen que los bajonazos de presión le caen de pana, y las hermanas se turnan para cuidarla y darle fuerza. Un brete de emociones y nervios a flor de piel. Desde Estados Unidos, el tío Israel, impotente por la distancia, se siente como si estuviera atado de manos.
“Por favor, no nos abandonen,” rogaba Everilda con la voz quebrada. “Les suplimos con todo el corazón que no paren las búsquedas. No nos demos por vencidos, todavía hay esperanza.” Y es que, aunque los días pasan y la incertidumbre crece, la familia se niega a perder la fe. Lo último que se pierde es la fe, dicen, y ahí se agarran con toda su alma.
Según el relato del tío Israel, Leandro era un nene lleno de energía, un terremoto. Siempre jugando, correteando, metido en deportes. “Es muy inquieto, le gusta el deporte, siempre anda jugando,” comentó con nostalgia. Él mismo admite que la alcantarilla no tenía tapa, un descuido fatal que cambió la vida de esta familia para siempre. Qué carga, la irresponsabilidad que puede costar vidas.
Las condiciones climáticas han sido un verdadero problema durante estos días. La lluvia implacable ha obligado a suspender las labores de búsqueda varias veces, debido al peligro de deslizamientos y al estado contaminado del río Torres. Marlon Zamora, de la Cruz Roja, explicó que ya han descartado varios puntos entre la alcantarilla y el Museo de los Niños, pero la esperanza persiste.
Los rescatistas siguen rastreando cada rincón, cada tubería, con la ayuda de equipos especializados y voluntarios valientes. Aunque el cansancio es evidente, la determinación de encontrarlos es palpable. Es admirable el esfuerzo que están haciendo, pero la tarea es titánica, y el tiempo apremia. Uno se queda pensando, ¿cómo es posible que una simple alcantarilla sin tapa pueda causar tanto sufrimiento?
Y ahora la pregunta que nos deja este triste desenlace: ¿Qué medidas urgentes deberían tomarse para evitar que tragedias como esta se repitan en nuestras comunidades? ¿Debería haber mayor supervisión municipal en cuanto a la seguridad de las alcantarillas y sumideros? ¿Será suficiente la tristeza actual para impulsar cambios reales y proteger a nuestros niños?